El comienzo

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Era una noche de 1420, el bosque se fundía con el espesor de una noche plagada de misterios, la luna quedaba en lo alto del cielo, brillante y llamativa. Las sombras corrían de un lado al otro entre gritos incesantes y abrumadoras voces. Los ojos de un búho la miraron de frente, sin desprender la vista de la muchacha de pálida piel y cabello blanco. El animal crecía exponencialmente mientras su cuerpo se deformaba, la cabeza se le retorcía de forma desagradable haciendo tronar cada uno de los huesos de su cuello. Un tercer ojo apareció en la criatura, sonrió dejando ver unos afilados dientes que le daban un aspecto más desagradable aún.

Un grito de sufrimiento la distrajo de la transformación, corrió al centro del bosque, varias de las Eníras estaban reunidas. Vestían sus distintivas capuchas rojas, la líder de las Eníras, la suprema, llevaba una daga en su mano derecha mientras que las neófitas llevaban a la fuerza a otra chica de no más de diecisiete años.

La recostaron en el centro justo cuando la luna se encontraba en su punto más alto, la líder sujetó su daga mientras se colocaba de rodillas a un costado de la chica diciendo unas extrañas palabras en una lengua muerta hacía siglos. Hundió la daga en el cuerpo de la chica abriéndola desde el cuello hasta el vientre.

Los gritos eran desgarradores, ensordecían a cualquiera. La sangre teñía el césped, las rodillas de la suprema estaban cubiertas de escarlata. Colocó la daga en el pecho de la chica y abrió la tierna y pálida carne. El corazón quedó expuesto, palpitante y reluciente ante la escaza luz. Cortó las venas y arterias para separarlo del cuerpo.

Fuera del cuerpo el corazón aún se encontraba rebosante de vida. La líder lo tomó con ambas manos dejando caer su arma al suelo. Lo estrujó con sus dedos mientras lo alzaba y hacía que la sangre cayese directo a su boca. Al terminar, lo pasó a cada una de las Eníras para que bebieran de su sangre.

La chica aún gritaba, su cuerpo se apagaba de poco en poco, sus movimientos de dolor cesaban. Las Eníras disfrutaban de su manjar, bebían cada gota de la sangre del corazón, sus ojos se ennegrecían a medida la noche avanzaba. Guardaron el corazón en un cofre que otras de las Eníras llevaba entre sus manos. Se retiraron dejando a la chica sobre el césped cubierto de sangre. La muchacha de entre los arbustos corrió hacia el cuerpo expiado, la escena era horrenda, la luna no pudo más y lloró dejando caer una lágrima en el espacio vacío del corazón, las heridas se cerraron, los signos vitales volvieron.

Abrió los ojos asustada y confundida, tocó su cuerpo sin entender la razón de su continuo vivir. La luna vio su confusión y se compadecía de ella diciendo:

-Tú corazón no está, no eres dueña de él, busca un nuevo dueño y las abandonará a ellas, mientras no lo hagas no podrás ser libre, ¡vive maldita por los siglos de los siglos!

La luna se apagó, y la muchacha de entre los arbustos desapareció. La extraña ave antropomorfa se paró delante de la chica sin corazón sonriéndole con una mirada escalofriante.

-Yo estoy encadenado a ti, lindura

Lágrimas de la media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora