Capítulo 1

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Era la hora de salida en el instituto, los alumnos corrían ansiosos por salir de esa prisión. Franco Alanís ese era mi nombre, yo era un estudiante promedio, un chico alto, aproximadamente metro ochenta, de cabello oscuro, piel trigueña y ojos oscuros que heredé de mi padre. Caminé por los pasillos de la institución académica mientras sujetaba los libros que hacía unos momentos había solicitado en la biblioteca.

Ese día mi madre pasaría a recogerme, tendrían que hacer unas compras y necesitaba mi ayuda. Todos mis amigos y compañeros se habían retirado dejándome casi solo, una chica era la única que quedaba. Ella estaba sentada sobre una de las gradas de la entrada sosteniendo un libro de portada oscura, traía el cabello desacomodado, los labios resecos y con piel muerta cubriéndolos, hablaba sola mientras miraba hacia el cielo. Con curiosidad me acerqué a la chica intentando ser amigable. Me senté a un lado de ella tratando de descubrir que libro estaba leyendo. Ella me miró extrañada y con repulsión.

—Lamento incomodarte, es solo que no hay nadie más con quien charlar y quise hacer una nueva amiga.

—Yo no soy amiga de nadie —ni siquiera me miraba a los ojos, aún estaba concentrada en ese punto en la nada —será más agradable para ti hablar con el cedro que está al otro lado de la calle que conmigo, a veces charlo con él, es testarudo pero cuenta buenas historias.

—Eso fue muy gracioso —respondió entre risas tratando de aligerar el ambiente.

—No entiendo esa risa, no he dicho nada que sea gracioso.

Agaché la cabeza sintiéndome incómodo por no saber que responderle. La chica comenzó a balbucear en voz baja hacia el suelo, se detuvo y no se movió ni parpadeó.

— ¿Cómo te llamas? —fue lo único que concebí preguntar.

—Margaret.

— ¿Y tu apellido cuál es?

—Solo Margaret

El claxon del auto de mi madre de franco sonó cerca de miss oídos, era un auto Toyota de 1976, la pintura verde que lo cubría estaba muy desgastada, la puerta del copiloto era difícil de abrir por momentos, quedaba trabada, fue el único auto que mi madre pudo comprar luego de la muerte de mi padre y las deudas que él nos dejó. Dejé caer miss libros al suelo por inercia al notar la presencia de mi madre mientras Margaret aún seguía con su vista puesta en un punto de la nada. Levanté mi mochila del suelo sacudiendo el polvo que había quedado en la parte de abajo.

— ¿Vives lejos de aquí? —pregunté mirando a Margaret.

—Alguien como yo no necesita un lugar en el cual vivir, vivo en todos lados, en las almas de los vivos y en los cuerpos de los muertos —su mirada se cruzó con la mía causándome escalofríos, me reí nerviosamente creyendo que lo que decía era una broma.

— ¿Puedo llevarte a ese lugar? Puedes acompañarnos, ya no queda nadie más aparte del conserje en la institución.

—No necesito tu ayuda.

Se levantó sacudiéndose las ropas y caminó en sentido contrario al que yo iba. Me sentí derrotado, subí al auto de mi madre mientras su mirada acusadora me inspeccionaba tratando de encontrar alguna diferencia en mí.

— ¿Desde cuándo te sientes atraído por chicas así? No se ve que sea muy sociable, aunque no sería mala novia para ti.

— ¡Mamá! —exclamé sorprendido —apenas y la acabo de conocer —mis manos sudaban y balbuceaba al hablar —no había nadie más con quien charlar, solo quise hacerme de una nueva amiga, eso es todo, apenas y sé su nombre, se llama Margaret.

—Próximamente, Margaret de Alanís, no suena para nada mal —mi madre reía ante mi notorio nerviosismo, siempre le había gustado molestarme, era algo lindo de ella.

Miré hacia atrás tratando de buscar con la mirada a Margaret, se había marchado tan rápido que parecía imposible. Me acomodé en mi asiento mientras mi madre prendía el motor y nos ponía en marcha.

El pueblo en el que vivíamos era un tanto pequeño, conocía a más de la mitad de sus habitantes y al menos había hablado con una tercera parte de su población. Había solo tres supermercados en el pueblo de Narovi, uno de ellos, el favorito de mi madre, contaba con un buen estacionamiento para cerca de cuarenta vehículos y en la entrada había un letrero con la palabra "abierto" escrita en cursiva.

Me quedé en el auto esperando a que mi madre saliera, apenas traía una bolsa con vegetales y un cartón de leche.

— ¿Para eso necesitabas mi ayuda? —la miré hablándole burlescamente.

—No necesito tu ayuda, ¿acaso una madre no puede desear un poco más de tiempo con su hijo? Desde que llegas de estudiar subes a tu habitación y no sales de ella hasta la hora de la cena.

Nuestra conversación duró todo el camino, al llegar a casa le ayudé a bajar las compras e hice la cena, al terminar subí como siempre a mi habitación. Desde la muerte de mi padre no quería salir de mi cuarto, no quería recorrer la casa en la que una vez fui feliz con él. Sentí un extraño escalofrío, me levante de la cama con el pulso acelerado, caminé hacia la ventana que quedaba a unos cuantos centímetros. Al otro lado de la calle estaba aquella chica viendo hacia mi ventana, cerré los ojos pensando que era mi imaginación, al abrirlos ella ya no estaba.

Lágrimas de la media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora