Capítulo 3

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Decidí no asistir ese día a clases, no me sentía en las condiciones para hacerlo. Mi madre al principio no aceptaba que faltase pero luego de un rato de observar que no estaba en las condiciones para hacerlo accedió a dejar que me quedase en casa todo el día. A las ocho de la mañana se marchó a su trabajo, era maestra de un pequeño kínder del pueblo, le gustaba estar con niños y tratar con ellos. Nunca supe cómo es que podía tolerar todas sus travesuras.

Me senté en el escritorio de mi habitación, encendí mi computador y comencé a buscar información para un trabajo de investigación que tendría que entregar en un par de días, lo había dejado para último momento, era mi maldición, olvidar mis tareas y estar en a última hora haciéndola.

Mi internet falló, la pantalla quedó congelada. Era frecuente que pasara eso. Me levanté de la silla y bajé a la cocina a buscar algo de comer. Abrí el frigorífico, lo único que vi que se me antojó fue una manzana, cerré la puerta y tras ella estaba Margaret.

— ¡MIERDA! —no pude pronunciar ninguna otra palabra ante mi asombro. Mi corazón se aceleraba, me sentía confundido con su presencia.

—Tranquilo, no muerdo —me quitó la manzana de mi mano y se sentó sobre la mesa del comedor. Mordió la fruta mientras la esencia de esta se chorreaba por su barbilla. Con la manga de su camisa se limpió y me miró a los ojos luego de eso —.Perdón por mis malos modales —se bajó de la mesa y me devolvió la manzana.

— ¿Qué haces aquí?

—Quise pasar a saludar y a saber cómo seguías luego de lo de anoche.

— ¿Qué pasó anoche?

—Pasaron muchas cosas... nada de importancia.

—Ni siquiera podía caminar por mi propia cuenta en la mañana.

—Mira tu pecho.

Saqué mi camiseta con rapidez, había arañazos por todo mi pecho y parte de mi abdomen. No los había sentido en todo el día, estaban casi sangrantes.

— ¿Qué me pasó?

—Te envenenaron, morirás a la media noche.

Palidecía al instante, no sabía si lo que Margaret decía era broma o era la realidad. Caminé hacia atrás y resbalé cayendo al suelo.

—Yo puedo curarte, por eso he venido.

Me ofreció su mano para poder levantarme, era pequeña pero contaba con la suficiente fuerza para levantarme sin mucho esfuerzo. Me pidió un cuchillo, busqué entre los cajones de la cocina hasta que encontré uno, se lo tendí en la mano. Me pidió que me recostara sobre el suelo. Era extraño lo que ella me pedía, pero era lo único que podía hacer. El veneno si estaba en mi cuerpo, ya lo podía sentir quemándome por dentro, no sabía que el veneno se sintiese de esa forma.

—No es cualquier veneno, actúa de forma diferente, a esta hora aún no está en ningún órgano vital.

Se inclinó sobre mi cuerpo, sus dedos recorrían cada centímetro de mi piel rasguñada. Se detuvo viendo mi torso, era incómodo lo que hacía.

—Hace mucho que no observo el pecho de un hombre en estas condiciones, vulnerable, expuesto y temeroso de mí.

Alzó el cuchillo y lo incrustó en mi pecho, quise gritar por el dolor, pero no dolía, el frío metal se deslizaba entre mi piel y mi interior. Se sentía como un extraño cosquilleo. Sacó el cuchillo de mi cuerpo y colocó sus labios sobre la herida. Succionaba la sangre una y otra vez, sus labios se mancharon de carmín.

Vi cómo se mareaba mientras lo hacía, no escupía la sangre, la tragaba con fervor. Su cuerpo se tambaleó cayendo sobre mí. La herida se cerraba conforme el tiempo pasaba, aún no tenía la suficiente fuerza como para levantarme o mover un solo músculo de mi cuerpo y Margaret aún seguí tendida sobre mí.

Escuché el auto de mi madre estacionarse en la calle, si entraba y me veía de esa forma podría armarse un drama que nunca olvidaría en mi vida. Hice el intento de levantarme pero se me dificultaba aún más por el cuerpo de Margaret. Por suerte mi madre siempre tardaba un poco en entrar, el perro del vecino la recibía amenamente y ella jugaba un rato con él.

Logré quitarme a Margaret de mí. La herida ya no se encontraba en mi cuerpo ni los rasguños. Alcé a Margaret en mis brazos y la subí por las escaleras. Su cuerpo era liviano, eso me facilitó movilizarla. Con mi pie tiré la puerta de mi habitación para abrirla y depositarla a ella sobre la cama. Cerré con llave y bajé a la cocina para encontrarme con mi madre.

— ¡FRANCO ALANÍS! —ya sentí cerca el sermón de mi madre.

— ¿Pasa algo? —pregunté tratando de no sonar obvio.

—Si un cuchillo se te cae, o escuchas que se cae levántalo, ya estás grandecito como para que tenga que regañarte por eso.

Me sentí aliviado, levanté el cuchillo y lo coloqué sobre el lavatrastos.

— ¿Por qué llegas tan temprano hoy? —me senté en una de la sillas del comedor y tomé la manzana medio mordida que había quedado sobre la mesa.

—Olvidé unos papeles en la sala, solo vine a recogerlos... Por cierto pasé a comprar comida para ti —Me extendió una bolsa que traía consigo para que yo la agarrase.

Dos minutos después mi madre se encontraba en su auto camino a su trabajo. Subí a mi habitación a buscar a Margaret y saber cómo seguí. Al llegar la escuché balbucear. Me acerqué a ella, su cuerpo estaba cubierto de extrañas manchas negras. Su cuerpo comenzó a contraerse de forma extraña, arqueaba su espalda de una forma antinatural, abrió los ojos y vomitó un extraño líquido oscuro acompañado de pequeñas larvas.

—Me siento un poco mareada.

— ¿Qué fue lo que hiciste allá abajo?

—Solo succioné el veneno que estaba en tu cuerpo y la sangre infectada, no te preocupes, la demás sangre quedó dentro de ti, solo absorbí la contaminada.

— ¿Te sientes bien?

—Sí, el veneno no me hace nada a mí, soy inmune a él.

— ¿Qué eres? —Miró hacia la ventada tratando de evadir mi pregunta —solo responde.

—Soy Margaret, una chica que estudia en el mismo lugar que tú.

—Sabes perfectamente que no me refiero a eso.

—Si lo digo tendrás miedo de mí, no soy alguien de quien debas saber, esa información debe bastarte.

—Acabas de tragar mi sangre mientras me apuñalabas —estaba nervioso por todo lo que me había ocurrido hace unos pocos minutos —no es sencillo para mí que solo me respondas eso cuando hay mucho más que debo saber.

—Tu error fue haberte fijado en mí, no tenías que hablarme, los que lo hacen terminan muy mal y los que llegan más lejos terminan aún peor —su rostro siempre se mostraba inexpresivo, ni una sola emoción se percibía en ella.

— ¿QUÉ ERES?

Margaret se levantó de la cama y corrió hacia la ventana, miró por ella y luego corrió hacia mí tomándome de la mana y halando de mi brazo.

—Tenemos que irnos, me han encontrado y si descubren que probé tu sangre te matarán.

Salimos corriendo de mi casa, no era tan fácil seguirle el paso, era muy veloz. Llegamos de nuevo al bosque. Las ramas ralentizaban nuestro paso. Una pequeña poza estaba frente a nosotras. Margaret caminó hacia el agua y me pidió que la siguiera.

El agua me llagaba por la cintura, era muy espesa y llena de maleza. Margaret estaba casi hundida cuando jaló mi brazo hacia abajo y me llevó con ella. Todo se volvió turbo, frio y oscuro. La extraña maleza cubría mi cuerpo y me envolvía de forma extraña amarrando mis extremidades.

Salí de nuevo a la superficie y nadé hasta la orilla, la poza se veía más grande y profunda. Margaret estaba empapada completamente descansando a un lado de la poza. Salí del agua confundido, el bosque se notaba diferente y el aire era más pesado de lo normal.

— ¿Dónde estamos? —pregunté escurriendo mis ropas.

—Creo que estamos entre el siglo XIV o el XV, no lo sé con exactitud.

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⏰ Última actualización: Oct 08, 2017 ⏰

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Lágrimas de la media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora