5 - La apuesta.

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Estaba completamente segura de que era una sonrisa de victoria. Había algo raro tras esa curvatura que se había formado en los labios del contrario. ¿Edward se había dado cuenta de ello?
Le miró de reojo, pero parecía conversar tranquilamente con Evans. Tenía curiosidad por saber si pensaba de la misma forma que ella, pero ni tan siquiera le había dirigido la mirada como había hecho ella hacía escasos segundos, así que supuso que no. Que vio aquella mueca como algo normal.

¿Y si era su imaginación? Sí, sería eso. Con los únicos con los que se relacionaba siempre era con Elizabeth, William, Edward y su madre. Probablemente ya no estaba acostumbrada a esas cosas y su mente le jugaba malas pasadas.

Lady Dunne, le dije a los chicos del establo que tuviesen preparada a la mejor yegua que tengo, exclusivamente para usted. Venga por aquí — dijo flexionando el brazo para que la chica se colgase de él.

— Qué honor. Estoy segura de que será espectacular — respondió con una amplia sonrisa, agarrándose al brazo del rubio.

Ambos jóvenes caminaron juntos hacia dentro del establo, con el hermano de la duquesa siguiéndoles.
Evans la llevó hasta la preciosa yegua de color marrón, ya estaba completamente ensillada y preparada para ser montada.
Esperó a que uno de los muchachos que estaba allí se acercara para ayudarla a subir al animal, pero en cuanto uno intentó hacerlo, su amo alzó un poco la mano para detenerlo.

— La ayudaré yo a subir, claro está... Si la señorita no tiene ningún inconveniente — alzó la mirada hacia ella, con una sonrisa ladina.

— Por supuesto que no hay ningún inconveniente. Es poco usual, pero me demuestra que es todo un caballero que se preocupa por una dama.

— Eso siempre, mi querida hermana. No encontrarás a un muchacho más atento que lord Collinwood.

Aunque se empeñara en sonreír, hacer como si nada pasase y aparentar que le gustaba cada uno de los detalles que tenía con ella, sentía que había algo extraño.
Si tan buen amigo de Edward era, ¿por qué nunca se había interesado en ella como lo hacía ahora?
Era más que seguro que su hermano le habría hablado más de una vez de la duquesa, por lo que le parecía muy raro tanta atención.
O quizás no era eso exactamente lo que le sacaba de quicio, pues muchos jóvenes aristócratas podían ser así. Puede que, desde el momento en el que le vio sonreír de esa forma, no le dio muy buenas sensaciones.

Al fin, con la ayuda del marqués, se quedó sentada en la montura de la yegua, agarrando las riendas con una de sus manos mientras que con la otra acariciaba su preciosa crin castaña.

— Debo de reconocer que es un bellísimo animal. Espero que sea tan buena como parece.

— No tiene que dudarlo, mi lady —.

Tras responder, hizo un gesto con la mano para que acercaran hasta allí a un magnífico caballo, pura sangre, de color negro para Edward.
Si la yegua que Whitney montaba y el caballo del marqués eran dos animales dignos de ver, aquel semental de color azabache era una divinidad.
Desde que tenía uso de razón no había visto un corcel tan bello como aquel, y era algo que se podía observar en su cara.

Estaba empeñada en mantenerse sonriendo, puede que a veces neutral, porque ante tipos como el marqués había que tener cierto cuidado, pero en ese instante no pudo.
Había quedado cautivada, y de eso se dio cuenta Evans.
Volvió a mirarla con una ladina sonrisa.

— Espero que te guste ese caballo. Es muy noble y veloz. Suele ser el que escojo siempre para montar.

Edward miró sorprendido a su amigo, incluso la hermana de éste lo hizo. ¿Por qué le dejaría coger aquel caballo si era el suyo?

Un gran amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora