La vista era espectacular a través del enorme ventanal de piso a techo frente al que se encontraba de pie, un gran jardín repleto de flores y árboles podados a la perfección eran los distractores ideales para aquel momento. Era como una puesta en escena de esa obra que no acababa nunca y que debía representarse cada semana sin falta. Su madre, su hermana y esas mujeres que apenas conocía, con las que nunca imaginó cruzar más que un escueto saludo se había convertido en su compañía.
Cuanta ironía albergaba aquel momento en su vida; los mismos comentarios, los mismos temas de conversación, el mismo consejo. Estaba agotada de toda esa pantomima montada para todos y para nadie. Suspiró, giró sobre sus talones en el preciso momento en que escuchaba lo mismo de siempre:
—Muchas mujeres matarían por ser lo que tú eres querida..., la esposa del doctor Costa —La solemnidad con la que lo dijo la joven mujer, no amainaba el veneno destilado de su reproche. Era bien sabido que el hombre había sido objeto de su interés y que consideraba muy poca cosa a la que ocupaba semejante título.
Kendra Montenegro sonrió con elegancia, sin hacer notar la hiel que recorría su cuerpo cada vez que se hablaba del tema. Estaba cansada de exponer sus argumentos y que estos fuesen reducidos a sueños infantiles de una chiquilla que no sabe lo que quiere, ni valora la suerte que la acompaña.
Ella solo quería volver a ser la mujer que era cuando lo conoció. Anhelaba esa sensación de libertad de pensamiento y de acción que poseía. Esa que perdió en un abrir y cerrar de ojos al aceptarlo en su vida.
Por un momento se sintió decepcionada consigo misma al haber aceptado cuanta propuesta salía del dueño de aquella voz baja y segura. Siempre usando las palabras adecuadas, ejecutando los movimientos requeridos para que no pudiese pensar con claridad bajo esa orquesta de seducción y galantería que la desarmaba. Era tan hábil para conseguir lo que quería de ella, por mucho tiempo fue así.
Ella observó a las mujeres riendo cómodamente en aquel salón lleno de luz con estilo barroco que ella misma había decorado con la finalidad de convertirlo en su estudio. Sin embargo, una vez más fue convencida por su esposo de dejarlo como un espacio para recibir visitas y muy a su pesar lo hizo sin chistar.
Se sentía ahogada bajo aquel ambiente denso e hipócrita, esas mujeres solo se le acercaban por lo que su esposo representaba para sus familias, no por ella. Ella no tenía nada en común con esas mujeres, muy a su pesar incluía a su madre y hermana en la lista. Mujeres que se conformaban con pasar su día de compras, en el spa, o con "amigas", hablar de cuánto había costado su última adquisición o peor aún; la última conquista de sus maridos descubierta y lo que tendrían que compensarles para evitar un escandaloso divorcio.
Cada vez se preguntaba si terminaría siendo una de ellas y con tristeza, admitió para sí misma que ya lo era. Una esposa trofeo, de las que solo sirven para lucirlas en las fiestas y disfrutar de ellas bajo las sábanas.
Amaba a su esposo, habían luchado juntos por su proyecto de vida, pero sus caminos eran muy distintos ahora. Atrás habían quedado esas cenas sencillas para dos, sentados en el suelo, acompañados de un vino económico, de sus conversaciones al amanecer que se convertían en juegos que terminaban con tórridas sesiones llenas de sensualidad, pasión y amor. Hace mucho se habían acabado los encuentros furtivos en cualquier espacio de la casa, la espontaneidad, las risas. Ahora todo era protocolo, responsabilidades laborales, compromisos fuera de casa.
Después del último chisme sobre una de las socias del club que frecuentaban las mujeres se despidieron de la anfitriona y salieron del lugar.
Kendra se posicionó de nuevo frente al ventanal del salón con una copa de vino merlot en su mano, suspiró de manera audible preguntándose si era todo lo que la vida le tenía deparado. No, no quería esa vida para ella, ya no.
Risas y un estruendo sobre la puerta del salón la sacaron de sus cavilaciones de forma abrupta. Un par de chiquillos idénticos corrían a su encuentro con globos en sus manos.
—Disculpe señora —dijo la mujer mayor que corría tras ellos con dificultad, apenada por no poder controlar la euforia de los niños ante su madre.
—No te preocupes —respondió con una sonrisa y tranquilizándola en el acto. Kendra abrazó como pudo a sus hijos que no dejaban de saltar para llamar su atención. Ambos, le contaban a la vez las aventuras que habían disfrutado en el parque junto a la última niñera, la tercera del año que estaba por terminar. Ella desconfiaba de cuanta mujer trabajaba en su casa, ya había tenido demasiado con los coqueteos directos hacia su esposo. Él podía hacer lo que deseara fuera de su casa, pero dentro, jamás. En ninguna ocasión vio que correspondiera, pero no quería fiarse y ser como una de las mujeres que se reunían en su casa.
—¿Tan temprano y bebiendo? —La voz gruesa la sobresaltó por un instante y extrañó verlo tan temprano en casa. Su corazón se agitó, se irguió como pudo para recibir su saludo, sin vaticinar a tiempo el movimiento que realizó el hombre tomando su copa de la mano y besándola en la frente veloz para apresurar el líquido restante del recipiente.
Ella intentó disimular su turbación, pero la mirada apenada de la mujer frente a ella provocó dolor, vacío y soledad en su pecho. Quiso llorar, reclamar, la Kendra que se había perdido a través de los años, se abrió paso entre los escombros internos de su orgullo dispuesta a resurgir.
—Kevin, tenemos que hablar. —Señaló a los niños, la señora comprendió y se los llevó de la mano ofreciéndoles un baño lleno de burbujas antes de cenar. El hombre, extrañado ante el cambio en el tono de su adorable esposa, tomó asiento preparándose para escuchar y deseando que aquello no se convirtiera en una batalla campal.
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La Esposa del Doctor
RomanceTodos dicen que un matrimonio es la empresa más complicada en la que dos personas pueden involucrarse y en el caso de Kevin y Kendra no es la excepción. Las cosas han cambiado mucho desde que se casó con ella y ahora tienen incontables discusiones...