Capítulo 4

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En ese momento él tenía a uno de los gemelos durmiendo sobre su pecho y al otro acomodado sobre una de sus piernas mientras leía uno de sus libros favoritos.

Por un instante, ambos se vieron con anhelo, con ese reconocimiento y confianza que brinda el tiempo y la cercanía. Ella se aproximó señalándole a ambos niños haciéndole ver que estaban dormidos, él ya lo sabía, pero sentir su aroma tan cerca le brindó serenidad, una que hace tiempo no sentía al tenerla en casa, compartiendo esos momentos tan simples pero sublimes. 

Kevin le tomó la mano, impidiéndole avanzar en el agarre de uno de los niños y negando con la cabeza ante su acción. Haló con un poco de fuerza indicándole que se sentara al otro extremo del sofá y sin soltarla se acercó su mano a los labios depositando un suave beso que la puso nerviosa, él ocultó una sonrisa.

—¿Vamos juntos mañana? —preguntó con suavidad, no quería discutir y menos con los niños allí.

—Si doctor, su esposa estará allí. Apoyándolo, como siempre —respondió casi como una autómata y arrepintiéndose al instante. Estaba tan acostumbrada a estar a la defensiva ante él que sus respuestas ácidas salían solas. —¿Te ayudó con uno? —indagó en busca de aligerar el ambiente.

—No, ya están pesados para ti. Deja, yo los subo —Kevin suspiró sintiéndose más culpable que nunca. Había sido mucho tiempo bajo una rutina absurda y de pronto pretendía que todo cambiara de inmediato, reconoció lo iluso que era ante la vida familiar tan deplorable que llevaba últimamente.

Hicieron los movimientos pertinentes para que él llevara a los niños uno a uno. Ella lo veía moverse con gracia hacia las gradas y sintió un pequeño remordimiento al no saber cómo tratar a su esposo para recuperar ese espacio perdido. 

Su teléfono vibró y respondió a la llamada sonriente; era Pablo. Quizá ya no había nada qué recuperar entre ellos y su futuro estaba entre tus brazos, ante un hombre atento, divertido y diferente como el joven fotógrafo.

El médico bajó dispuesto a conversar con ella, poner de su parte para remediar todos los problemas que tenían como pareja e intentar ser los de antes. Pero al verla recostada sobre el sofá, sonriendo como una colegiala no pudo controlarse. Pasos firmes lo llevaron hacia ella sin pensar en lo que haría. Se posicionó apoyándose con sus brazos sobre el sofá dejándola bajo su cuerpo, se acercó intimidante justo al lado donde ella sostenía el móvil y con un tono juguetón dijo de manera segura:

—Mi amor, dile a tu amiguito que llame después. Estoy a punto de hacer desaparecer tu ropa, estrella —culminó aquella declaración con un atrevido y sonoro beso en sus labios haciéndola gemir de inmediato, logrando en ella la turbación que buscaba. Vio de reojo como la llamada fue finalizada por el interlocutor y con un gesto de triunfo sonrió ante la mujer que lo veía sin poder creer semejante acción de un hombre como él. Se puso de pie y salió hacia su despacho dando un sonoro portazo y quedándose allí el resto de la noche, intentando trabajar y dejando de lado la furia y los celos que quemaban su interior.

Kendra durmió poco y mal. Cuando su esposo llegó al comedor a desayunar ella ya lo había hecho junto a los niños y los enviaba a cepillarse los dientes para salir en pocos minutos hacía el hotel para cumplir su compromiso como lo que era, la esposa del doctor. Pero al regresar, debía acabar con toda esa situación, lo de la noche había sido la gota que rebasaba el vaso.

El viaje se hizo en completo silencio y al llegar al sitio, los niños se reunieron con algunos hijos de otros médicos con los que compartían de vez en cuando, igual que Kendra con un par de esposas más.

Kevin buscó a los socios para saludar pero uno de ellos lo interceptó antes, llevándolo con el grupo. Preguntas capciosas sobre sus planes a futuro eran la base principal de la conversación y los nervios del hombre se hicieron presentes de forma más palpable cuando su esposa se acercó sujetándose de su brazo y dándole un casto beso en la mejilla. 

Su comportamiento podría definir un antes y un después en su carrera. Sin embargo, después del bochornoso acto celópata no estaba nada seguro de que ella estuviese dispuesto a ayudarlo. Y como siempre, lo sorprendió con un comportamiento impecable; un trato afable y divertido, elegante, con mucha clase, hablando de lo beneficioso que sería para el hospital tener a su esposo como socio del mismo y de los maravillosos proyectos que él había compartido con ella en cada cena convirtiéndose en un sueño por cumplir. Por lo que se sintió avergonzado ya que esto último era información que el compartía en cenas con otros personas y donde a ella la llevaba únicamente con el objetivo de lucir su belleza.

El grupo quedó encantado con la refinada mujer del médico, despidiéndose de manera afectuosa de ella y mostrando admiración por la preocupación que mostraba por ir a supervisar a sus hijos. Cuando el doctor costa quiso seguirla el agarre de uno de los socios lo detuvo. El doctor Sagastume había sido su mentor durante años y fue el que le dio su primera oportunidad en el hospital.

—Hijo ¿sabes qué es lo que en realidad necesitas para convertirte en socio? —inquirió el mayor sin soltarlo y sin esperar que el otro contestara siguió; —Reconquistar a esa mujer.

—No es sencillo —confesó sin pretender ocultarle a su amigo más de lo evidente. El anciano se había convertido en su confidente en los últimos meses.

—Todos hemos pasado por esto alguna vez, Kevin. Sabes que esto es una mera formalidad, deja de perder el tiempo con estos ancianos decrépitos —susurró esto último señalándose a sí mismo y a los otros que no se encontraban muy lejos. —Ve por ella Costa, ambos merecen tenerlo todo.

La Esposa del DoctorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora