Capítulo 3

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Las ausencias de ambos en el hogar y la falta de comunicación tenían al matrimonio al borde del colapso, y aun así, ninguno se atrevía a tomar el primer paso para conversar. Era como un acuerdo implícito, donde ninguno reclamaba nada mientras se viesen de vez en cuando. Aunque los dos se sentían lastimados con la conducta del otro.

El aniversario del Hospital se acercaba y para celebrarlo, la administración rentaba un hotel rural por un fin de semana para las familias de la junta directiva y los posibles futuros socios. Así, observaban quién sería el idóneo para integrarse en un par de meses como asociado. Cuando Kevin recibió la invitación junto al itinerario, se le fue el alma a los pies. Debía compartir actividades junto a su esposa y sabiendo cómo se estaban comportando ambos últimamente, tenía que preparar muy bien el terreno para poder convencerla de acompañarlo.

Decidió llegar temprano ese viernes y se la encontró en la habitación que compartían. Sabía que saldría como siempre, así que con tacto le dijo:

—Cariño ¿Cómo estuvo tu semana? —Se sentó a la orilla de la cama, desabotonando su camisa y observando como ella modelaba cada prenda frente al espejo.

—¿Cariño?, ¿Mi semana? —preguntó Kendra arqueando una ceja y viéndolo a través del espejo seriamente. —Vamos Kevin, dilo. ¿Qué quieres, cariño? —ironizó sonriendo y volteándose para tenerlo de frente.

Kevin tragó saliva, incómodo. No le gustaba pedirle nada, en los últimos meses se estaba comportando como una caprichosa y egoísta, estaba al tanto de que le saldría caro cualquier cosa que le solicitara.

—Hay una reunión... de fin de semana, a partir de mañana de hecho. Me interesa hacerme socio del hospital Kendra, y te necesito conmigo.

—Lo sé, lo leí en el periódico esta mañana —dijo lanzando el atuendo que tenía en las manos, quedándose solo en su conjunto de lencería de encaje negro.

Kevin la observó detalladamente, y recordó lo afortunado que se sintió años atrás cuando aceptó ser su novia en la universidad, ella recién empezaba sus carrera. Era innegable la sensualidad y elegancia que desplegaba Kendra al hablar y al caminar. Se había convertido en una hermosa mujer, después de su maternidad. Pero, de pronto se sintió molesto. Recordó los amigos que ella había hecho últimamente y ese Pablo le molestaba más que ningún otro. La veía con posesión, no le gustaba nada.

Su cercanía lo sacó de sus pensamientos y cuando se inclinó muy cerca de sus labios, por absurdo que pareciera, Kevin se emocionó. Ya ni siquiera esas aproximaciones eran habituales en ellos. No había dejado de desearla, sólo que la dinámica entre ellos había cambiado. Gimió al tenerla tan cerca de sus labios.

—A cambio quiero la casa de playa una semana entera —le susurró rozando los labios con los suyos—. A partir del próximo fin de semana para ser más precisos. Sin llamadas, ni mensajes y sin personal.

Aquello lo encolerizó. ¿Para qué quería todo aquello? ¿Qué pretendía hacer allí por tanto tiempo? Y lo más importante ¿con quién?

Al notar su reacción, Kendra se carcajeó en su cara, irguiéndose de nuevo, desde su altura lo miró divertida y le dijo:

—Ofrecí la casa para celebrar la finalización de mi proyecto en la universidad. No sea anticuado Doctor Costa. Solo quiero disfrutar con mis amigos por última vez. —Pero Kendra tenía otras intenciones, lo vio en su mirada. Esos ojos cafés que le quitaban el sueño se lo decían y como sospechaba, continuó: —Además, no puedes negarte. Supe que habías llevado allí a la abogada del hospital, Lara o Mara, no recuerdo su nombre.

Kevin ni siquiera se atrevió a responder, no tenía caso. Ella no creería que no había sido él quien la utilizó con Lara, su amigo Patrick le pidió ese favor y no pudo negarse.

Por primera vez sintió que todo aquello que quería tener de joven, no lo había logrado del todo. Se sintió frustrado por la vida que llevaba, por lo mal que trataba a su familia. Tenían proyectos en común y no supo en qué momento se habían alejado uno del otro. Notó un nudo en su garganta, la mirada de Kendra no había cambiado, conocía cada reproche que tenía en su contra y le daba la razón. Sentía un hueco horrible en el pecho cada vez que notaba esa mirada sobre él.

¿Eso era todo lo que podía esperar de la vida? ¡No!, se rehusaba a conformarse, a mantener alejada a su esposa un momento más. Así que tomó una decisión.

—Perfecto —dijo poniéndose de pie y la observó de tal forma que Kendra se puso nerviosa. Se inclinó un poco pues ella era más baja, se aproximó a su oreja y con voz gruesa le susurró:

—La casa es tuya esa semana con todas tus condiciones. Pero a partir del momento que pises la casa de nuevo, tú serás toda mía. —Kevin disimuló una sonrisa al notar que la piel de su esposa se erizaba completamente. Quizá no todo estaba perdido. Si tenía una posibilidad para cambiar lo que solía ser y había una razón para volver a empezar, la aprovecharía sin dudar.

Kendra no lo podía creer, ¿Qué había sucedido? Se sintió como la primera vez que él la vio de esa forma. Cuando él salió de la habitación se dio cuenta que le temblaba todo el cuerpo. ¿Habría malinterpretado toda esa escena de seducción por parte de Kevin? Hasta las ganas de salir ese día se habían desvanecido. De hecho, estaba interesada en esclarecer aquel misterio y aprovecharía ese fin de semana para hacerlo. A fin de cuentas era su esposo con el que quería compartir. No perdía nada con intentarlo.

Se dispuso a preparar las maletas que usarían para ese fin de semana y eso le llevó más tiempo del que había programado.

Kevin se emocionó al verla bajar con ropa casual. No saldría ese día. Se imaginó al imbécil de Pablo molesto, se carcajeó e intentó disimular ante la mirada interrogativa de su esposa. 

La Esposa del DoctorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora