Adolescencia

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Se detuvo frente a la puerta de calle de la casa de él, y contemplo aquella edificación de color rojo vibrante mientras su respiración se regularizaba. Estaba agitada, ansiosa, embargada por la adrenalina que se había desatado de forma desenfrenada dentro de sí, la misma que la había impulsado a correr hasta aquel lugar con la convicción firme de que si no lo hacía en ese momento, que si no lo decía, se iba a arrojar por cuenta propia a un tormento eterno que se haría insoportable de 08:00am a 16:00pm.

Dio un respiro profundo, apretó las manos y a medida que su rostro se iba coloreando hasta llegar a un rojo tan intenso como el de la casa, dejo escapar solamente tres palabras cargas de valor y un sinfín de sentimientos confusos y un tanto contradictorios entre sí:

"¡TU ME GUSTAS!"

Su voz resonó en el pasaje en un potente eco, que se coló por todas las ventanas y puertas abiertas de las casas de aquel lugar. Ya estaba hecho, lo había dicho al fin después de morderse tanto la lengua cuando lo veía por aquellos pasillos, intentando que su imprudente voz no la traicionara y formara palabras que no necesitaba en aquellos momentos; todo había resultado más sencillo de lo que imagino, simplemente hizo falta un poco de valor para poder por fin liberarse de la tortura que es amar en silencio.

Su voz termino por perderse cuando una suave brisa corrió traviesa por la calle, levantando ligeramente su falda tableada color gris. De pronto, la puerta de la casa roja se abrió y por el umbral se vislumbro la esbelta figura de él con una expresión confusa en el rostro y un poco aturdido por el grito que anteriormente había retumbado dentro de su habitación, arrancándolo de forma violenta de los brazos de Morfeo; sus miradas se encontraron y los sentimientos guardados se desbordaron en una intima y silenciosa declaración de amor. No fue necesario que se aproximaran, se mantuvieron inmóviles sin apartar la mirada, hasta que por fin él separo sus labios y su voz temblorosa con aquellos matices típicos de la adolescencia susurro con dulzura:

"tú también me gustas"

A ella le temblaron las piernas y las manos, y luego el mentón también, sus ojos se inundaron por lágrimas agridulces que se desbordaron por sus pómulos sin permiso. El miedo había desaparecido y la larga espera ahora le parecía estúpida, solamente debía hablar desde un principio y todo aquello que tanto había anhelado, habría estado en sus manos sin tener que pasar por tantas situación engorrosas. Un paso al frente, y en un parpadeo la ilusión se desvaneció por completo.

Se dio la media vuelta y emprendió el camino de regreso a casa, todo había sido una broma de mal gusto que su imaginación le había jugado. Su imprudencia había actuado hace mucho ya y aquellas dulces palabras que ella tanto anhelaba nunca fueron dichas; la casa seguía roja, ahí justo en medio de la hilera de viviendas, y él seguiría ahí sin importar qué, y ella seguiría atormentándose en silencio por aquel amor desenfrenado culpa de los estragos que la adolescencia producía en ella.

Esa siempre seria la excusa perfecta para todo, la adolescencia.

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