-Bueno, chicos, ya es suficiente por hoy- recogí el micrófono, afirmando que el ensayo había acabado.
-¿Ya? Jo, qué rápido ha pasado el tiempo.
-Es lo que tiene la música- le mostré una plácida sonrisa mientras ella guardaba su guitarra eléctrica y cogía el maletín donde escondía el violín que necesitábamos para una canción, y que por suerte ella sabía tocar.
Me llamo Mark Akard, tengo dieciséis años y vivo en un pequeño pueblo de Los Ángeles, apartado de todo. Voy al mismo instituto que casi todos los de mi barrio, uno llamado el Forest Highschool. En mi tiempo libre, de cinco a seis de la tarde, quedo con mis amigos en mi garaje para tocar canciones de nuestra propia banda: Karma is Dying. A veces tocamos canciones de nuestros grupos favoritos, y otras veces componemos nuestras propias melodías. Los miembros del grupo son Kyle, un anmigo mío desde la infancia y que toca la batería, Diana, la chica de la que estoy enamorado, vocalista y guitarrista (violinista a ratos) y Edward, bajista que conocimos cuando pusimos un anuncio por todo el pueblo en busca de uno, y al que al final le hemos cogido cariño y ya es uno más del grupo.
-En fin, chicos, mañana tocamos en el Festival. ¡Ánimos!
Todos juntos coreamos un sí. Lo sé, un festival de pueblo no tiene nada de especial, pero era la primera vez que tocábamos nuestro rock a un público, y eso nos daba fuerza y esperanzas para seguir soñando que algún día seríamos tan famosos como alguno de nuestros grupos favoritos. Y seguro se habría cumplido...
Esa misma tarde decidimos ir todos a admirar el ocaso en una colina cercana a nuestro pueblo. Así, cada uno dejamos nuestros instrumentos en nuestros respectivos cuartos y despidiéndonos de nuestros padres, algunos de ellos para siempre. Bajé las escaleras de mi casa, y me encontré a mi abuela, meciéndose en su silla de mimbre, ocgupada con un tejido negro que ya iba cogiendo forma de bufanda, y que desde hacía días sabía que sería para mí. Eso explicaría el uso de mi color favorito.
Pero ese día sabía que no estaba normal. Temblaba más de lo normal, y tenía los ojos teñidos de la luz del alba, como si estuviera a punto de llorar. Apoyaba su cabeza contra la ventana, y mientras suspiraba enfermedad y sangre, me hizo un gesto para que me acercara a ella.
-Dime, abuela.
Ella se acercó a mi oído y empezó a cantarme una nana. La nana que me cantaba cuando era pequeño. La nana que me hacía llorar, pero que ella, día tras día y año tras año, se empeñaba en recordarme. El nana del Cuervo.
Hola, lindo cuervo, ¿que haces aquí?
No es peligroso, pero, ¿y si viene aquí?
Deberíamos construir un pueblo, ¿no es así?
Y una bonita valla, ¿qué te parece a ti?
Un pueblo sin monstruos, sin sangre y sin muerte
con una gran alambrada, ¿a ti que te parece?
Los habitantes: elegimos quién se lo merece
Nosotros gobernaremos, seremos los reyes.
Ya está listo nuestro querido poblado
Dime, lindo cuervo, ¿hacemos un trato?
Tu y yo, reinaremos nuestro lado
A cambio de que tu y yo seamos mutuamente honrados
Oh, lindo cuervo, ¿por qué me traicionaste?
¿Era poco poder el que yo podía darte?
Si esa gente viene, seguro van a quemarme
Tengo miedo; ojalá pudiera quedarme.
Esta espesa niebla me causa náuseas,
y los que habitaban este pueblo no son más que ratas.
Las casas, rotas, están abandonadas
De este pueblo el que entra no puede escapar...
En mi propio pueblo ya reina la codicia,
maldito cuervo, ¿por qué no te mataría?
Este pueblo está maldito, ¿quién lo diría?
Aquella valla es la única que separa la luz de la oscuridad...
Lo último que dijo fue que mañana aparecería, que tenga cuidado.
Eso fue lo último antes de caerse en mis brazos. Eso antes de que dejara definitivamente la bufanda a medias...
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Más allá de la valla
Horror"-Ese poema me lo cantaba mi abuela varias veces que la iba a visitar. Dicen que esta es la valla que separa la luz de la oscuridad. Venga, tíos, deberíamos irnos de aquí... -¿Te crees la nana de tu abuela? Anda ya, yo voy. A saber lo que hay, ¡qué...