Capítulo 1

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Mis nervios aumentaban más conforme iba caminando a la gran puerta, ahí se encontraban los vigilantes de cada mañana esperando a que dicha hora llegará para cerrar sus puertas.

Por suerte aún había tiempo así que decidí ir alguna tienda cercana a comprar algo para desayunar, me tomo cinco minutos esperar para ser atendida. ¿Cómo es posible que haya gente que se despierta a esta hora cuando no tiene que ir al instituto? Yo me quedaría a dormir hasta tarde, y no es novedad que en alguna u otra ocasión lo haya hecho. Al salir de la tienda bebí un poco del café que tenía en mano mientras con la otra sostenía unas barritas de avena, amaba tanto las barritas de todo tipo a excepción de las de fresa, odiaba la fresa.

Caminaba mientras se reproducía alguna canción de paramore, amaba tanto escuchar sus canciones por las mañanas ya que lograban quitar el sueño.

— ¿Podría quitarse los audífonos? — preguntó el vigilante número uno con voz amable.

Asentí rápidamente, no quería algún tipo de problemas. Conocía perfectamente a los vigilantes y prefectos de mi institución, suelen ser exagerados al igual que molestarse por absolutamente todo. Al terminar de guardar los audífonos recogí el café del suelo junto a las barritas que estaban arriba de la tapa de éste, al entrar mi curiosidad me detuvo. El vigilante número dos que por suerte no me había tocado esta mañana estaba gritándole a un chico y podría afirmar que lo intimidaba con sus gritos ya que el pobre chico estaba en un rincón con la mirada al piso. ¿Acaso estaba permitido hablarle así a alguien? Estaba entre ir a salvar al chico o simplemente dejarlo ahí ya que después la que estaría en la situación seria yo. Vote por la primera opción ya que no podía quedarme ahí sin hacer nada y evitar más humillación al chico. Me acerqué lentamente esperando a que nadie me detuviera y nadie lo hizo, mientras más me acercaba me preguntaba que podría decir. No podía llegar así de la nada y detener todo, ¿o sí? No sería adecuado ya que después saldría perdiendo yo.

Mientras más me acercaba más ideas llegaban a mi mente, pero al estar solo unos pasos todo tipo de idea desapareció. El vigilante notó mi presencia y frunció el ceño.

— ¿Qué quieres niña? — gruño el señor haciendo notar su ceño fruncido con detonación.

—Tenía una duda — soné un tanto confundida y la verdad lo estaba.

¿Qué rayos diría? Vamos Mara piensa un poco. Y de pronto salió de mi boca las palabras más palabras que alguna vez haya dicho.

— ¿Aquí venden comida? — pregunté rápidamente mientras miraba alguna otra parte evitando la mirada de ambos hombres.

Escuché carcajadas salir del vigilante número dos, caía en cuenta lo cuanto de estúpida que era mi pregunta y lo voy arrepentida que estaba de haberme metido en donde no debía.

— ¿En serio? — A juzgar por su tono de voz estaba segura que estaba enojado. — ¿Eres estúpida niña? Claro que venden comida aquí.

Sentí el enojo gobernar todo mi cuerpo, seguro me salía humo por las orejas cuando el vigilante número uno se acercó y agarro mi brazo junto al brazo del chico para arrastrarnos por el largo pasillo.

—Lamento el comportamiento de mi compañero, no volverá a pasar. — nos miró a ambos con una sonrisa. — pueden ir a clases, yo me encargo que a ninguno de los dos les pongan algún reporte.

Era gracioso que siendo tan grandes sigan amenazando con poner reportes, es decir, eso era muy de secundaría.

—Gracias Eddie, encontré algún modo de agradecértelo — respondió, cogió su mochila del piso y se retiró.

¿En serio había hecho todo para nada? Bueno, al menos no tuvo algún problema grave.

—Gracias — susurré apenada.

Levante la mochila del piso junto a las barritas y el café que por supuesto ya estaba frío.

—No te preocupes, trata de no salvar a nadie — mencionó con una risa.

—No lo haré — reí y camine directo al salón de clases.

Al entrar noté que ningún asiento estaba desocupado y solté un suspiro.

—Genial, lo que faltaba — una voz detrás de mí me produjo un gran sobresalto.

Sentí mi corazón latir rápidamente, no pude evitar reír mentalmente mientras todo seguían poniendo atención a clases.

— ¿Se quedarán ahí viendo la clase o irán por bancos? — preguntó con una sonrisa burlona el profesor.

El chico quien me había causado el susto era el mismo que hace unos minutos estaba siendo regañado. El salió en busca de uno e inconscientemente salí detrás de él.

— ¿En dónde habrá bancos desocupados? — preguntó con tono amable al prefecto que se encontraba sentado comiendo un sándwich.

—No sé niño, búscalos tú yo estoy muy ocupado — respondió con enojo mientras metía otro pedazo de sándwich a su enorme boca.

Y decía enorme ya que tenía varios pedazos de sándwich dentro de ella, su apariencia no era nada agradable.

El chico salió frustrado, comenzó a ir en salón a salón con esperanza a encontrar algún banco desocupado. ¿Qué pasará si no encontramos? Seguro nos harán sentar en el suelo, genial.

Comencé ayudar al chico a buscar bancos en otros grados pero todos estaban ocupados, cuando un grito se escuchó por todos los pasillos y rápidamente salí en busca del chico.

Al tenerlo en la vista noté que tenía un banco entre sus brazos y lo llevaba al salón de clases, ¿acaso me iba dejar sola? Corrí detrás de él y el chico me sonrío.

—Encontré uno, siéntate tú. — pronunció aún con la sonrisa.

¿Acaso me estaba dando su banco?

— ¿En serio? Claro que no, yo encontraré uno. — apenada me moví de mi lugar.

—Vamos, no seas terca y siéntate. Yo encontré otro banco, pero he decidido traerte el banco ya que son algo pesados. — se encogió de hombros como si aquello no tuviera importancia.

—Bien, gracias. —respondí nerviosa.

No estaba acostumbrada a que los hombres fueran tan amables conmigo o más bien, nunca antes un hombre fue atento así conmigo. Quizá si el chico fuera algún otro de esa institución por seguro me dejaría ahí tirada sola buscando un banco.

Entre al salón de clases y por fin tuve el tiempo de tomar el café. A los pocos minutos entro el chico con un banco y lo acomodo a un lado del mío. No pude evitar sentir nervios, era algo tonto pero no entendía el porqué.

— ¿Quieres? — enseñe las barritas y el negó.

—No gracias, no me gustan las barritas de avena. — informó mientras sacaba unas barritas de fresa del bolsillo de su chamarra.

— ¿Tú quieres? — ofreció enseñando la misma marca de barritas que las mías a comparación que las de él su envoltura era color rosa y el mío café.

—No me gustan las barritas de fresa — ambos sonreímos y seguimos prestando atención a la clase.

H E R O/ IN - Ashton Irwin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora