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Tenía una ventaja. Había leído cientos de libros. Era fan y admirador de Katzenbach. Jamás había matado a alguien, mas sin embargo, algunas ideas flotaban en su cabeza. Pero sobre todo; poseía una imaginación espectacular y una habilidad para aprender, bastante competente. Si se lo proponía, podía llegar demasiado lejos en la vida. En otro tiempo lo consideró seriamente. Estaba cansado de ser un don nadie. Pero eso ya era agua pasada. Ahora, con sus deseos de dejar este mundo, el objetivo había cambiado. Se convertiría en el mejor asesino que se hubiera visto y, por supuesto, esta vez no fracasaria. Le tomaría un poco de tiempo pero estaba completamente seguro de conseguirlo. La fe, los milagros y toda esa perorata estúpida; ese misticismo espiritual, abrían puertas inviolables. Movían montañas y permitían alcanzar objetivos inimaginables. Él tenía fe. No era religioso en lo más mínimo, pero creía en el poder de la mente. Si algo que deseabas estaba un poco fuera de tu alcance, pero tenías la certeza clara de conseguirlo, así sería. Preparó una maleta con un par de cambios de ropa, calzoncillos y por supuesto, el revólver. Se prometió que pasara lo que pasara, no se separaria de él. Cosió un conpartimento secreto muy bien disimulado dentro de la maleta y fue allí donde guardó el arma. Tenía poco efectivo pero ya se las arreglaría para llegar a donde tenía que ir. Poseía una tarjeta de crédito con el saldo suficiente para llegar a su destino. También se hizo de un portátil donde guardó varios libros en formato PDF que sobre todo hablaban de asesinos seriales, masacres y perfiles de psicópatas que mataban por placer. Con eso le bastaría para conseguir su cometido. Salió de su casa y cerró sin llave; sabía que no volvería a pisar aquél lugar donde viviera tantos años de su vida y emprendió el viaje que tanto añoró en su momento. Por fin conocería en persona a la que alguna vez le prometió que pasarían toda una vida juntos. Se sentía bien, lleno de energía y creía que nada podía interponerse en su camino. Era intocable. En su viaje al aeropuerto, situado en la monstruosa Ciudad de México, no pudo pensar más que en lo que iba a suceder. Recordaba todo y su cerebro se saturaba de odio y sentimientos aterradores. Pero algo interrumpió dichos pensamientos. Había un problema, y no fue hasta que recordó que viajaría a otro país que estuvo consciente de él. Estaba armado, pasaría por detectores de metal y cámaras con rayos x. Le dió un vuelco el corazón y por primera vez desde que decidiera llevar a cabo aquella odisea, creyó que fracasaria nuevamente. Debía ingeniarselas para que no lo descubrieran.
Apenas llegó a la central de autobuses, consultó los puntos de venta de chatarra y metales viejos. Tomó un taxi y se dirigió al más cercano. Lo primero que hizo fue preguntar si tenían alguna cosa con plomo. Afortunadamente, el dueño del lugar respondió afirmativamente y lo llevó al fondo del terreno. Pilas y toneladas de metal ocupaban el lugar y Dennis dió por primera vez gracias a Díos - el Díos católico - que lo encaminara por la dirección correcta.
Una placa de plomo, suficiente para hacer un estuche a medida de su juguete, lo esperaba entre fierro oxidado y otras chucherías sin importancia. Pagó el peso del metal y preguntó algo que al dueño le pareció un poco raro.
- ¿Conoce algún sitio donde pueda fundir y moldear esta placa?
El vendedor se lo quedó mirando y al cabo de un momento respondió:
- Tengo un amigo que es dueño de una compañía de fundición, pero no sé si acepte fundir ese pedazo de chatarra.
Lo miró con desconfianza pero Dennis ya sabía qué decir.
- Esto es muy importante para mí. Verá; estoy en mi último año de universidad y me han pedido que moldee algo y estudie las propiedades del plomo. Usted sabe, puntos de fusión y toda esa mierda. De verdad es muy importante y de esto depende gran parte de mi última nota.
El hombre soltó una risita y con voz enérgica respondió.
- Claro amigo. Hablaré con él y le pediré que haga esto por ti. Y no te preocupes por el coste. Tengo un hijo que ahora estudia la Universidad y es bastante difícil pagar sus estudios.
Qué buen hombre - pensó Dennis.
Le entró un poco de remordimiento pero era necesario conseguir aquello. La vida, como él ya lo estaba comprobando, te recompensa después de tanto pesar, y estaba completamente seguro que a ese hombre le llegaría su premiecito. Era justo.
Al final el hombre, después de hablar con su amigo, le dió una tarjeta con la dirección del lugar y le deseó buena suerte y Dennis lo agradeció. La necesitaría.
Una vez más tomó un taxi y se apeó frente a una nave industrial poco modesta. Pagó al chofer y tocó el timbre situado a un lado de una gran puerta corrediza.
La bocina sonó. Alguien le preguntó que quería y él contestó dando el nombre del chatarrero y un juego de palabras muy extraño - hoy por mi, mañana quién sabe - y al momento la puerta se abrió. Lo recibió un obrero y lo condujo hacia un par de oficinas situadas al fondo de la nave. Hacía un calor insoportable. Estaba seguro que así se sentiría cuando, acompañado de su amada, residiera en el infierno. Será agradable, se dijo. Disfrutaré tanto verle sufrir que lo mío será algo sin importancia.
Lo recibió un hombre entrado en años y un poco pasado de peso. En contraste con él,  flaco y demacrado, representaba una escena funesta y graciosa. La avaricia y el poder contra la pobreza y el fracaso. Lo saludó y le repitió lo que había inventado para el dueño de la chatarrería. El hombre asintió y le pidió que le entregara la placa. Dennis extrajo el pedazo de metal de la maleta y el hombre gordo llamó a uno de sus empleados que se llevó consigo la placa y desapareció en un dos por tres. Miedo o disciplina ¿Quién sabe?
- Cuéntame muchacho ¿Qué estudias?
Dennis se atragantó, pues no esperaba la pregunta, pero ya estaba acostumbrado a ella y respondió de  inmediato para evitar líos.
- Ingeniería metalúrgica, señor.
En realidad, era Ingeniero Químico, pero siempre se incomodaba al decir esas palabras. Sonaban un poco petulantes en su boca y además, era un poco más lógico y menos escandaloso que un minero quisiera derretir un pedazo de plomo.
Gordo enarcó las cejas.
- Futuro colega. Vamos por el mismo rumbo. - Gordo se ruborizó y de pronto pegó un brinco de su silla.
- Ven, quiero mostrarte algo.
Dennis no hizo más que seguir a Gordo a donde fuera que lo llevara, pero accedió de buena gana. No le convenía contrariar a aquél tipo que haría un trabajo gratis.
Entraron en un cuarto oscuro y Gordo encendió la luz. Frente a ellos, un banco de trabajo muy bien ordenado ocupaba casi la totalidad de la estancia.
- Éste es mi taller - comenzó a decir Gordo. Mi hobbie siempre ha sido el moldeo de figuras de acero y metales diversos. Aquí vengo cuando en casa hay problemas. Mi mujer es insufrible y este lugar es mi cantina, donde me olvido de la cotidianeidad de la vida.
Me has caido bien chico. Noto en ti una tristeza profunda y es por eso que te he mostrado mi pequeño lugar secreto.
Dennis no pudo más que poner cara de sorpresa y le agradeció al hombre por compartir algo tan íntimo.
Albert - así se llamaba Gordo - le ofreció su espacio y la ayuda necesaria para moldear lo que quiera que pensaba hacer Dennis, en cuanto estuviera fundido el plomo. Esperaron unos cuantos minutos y al cabo de un rato que a Dennis le pareció eterno, regresó el obrero con un caldero que asemejaba el instrumento de una bruja, ideal para sus pociones mágicas. Lo dejó encima del banco y salió rapidamente de la estancia. Miedo sin duda. La certeza de ello desplazó el remordimiento que Dennis sentía después de mentir dos veces y ganarse los favores de dos personas que no tenían ni la más remota pista de lo que Dennis traía entre manos.
- ¿Qué piensas hacer con esto muchacho? - otra pregunta inesperada.
- Sabe, señor. Mi abuelo me heredó un revólver que era muy especial para él. Varias veces le salvó la vida y creo que sentía más amor por él que por mi querida abuela.
Era cierto. Verdades a medias servian, pero para esto no necesitó mentir. Una buena escusa que aprovechar.
- Aprovechando que haré este trabajo, quise moldear un estuche con las iniciales de mi abuelo en él. Después, iré a su tumba y enterraré el estuche. Francamente no me siento cómodo con el revólver en mi poder.
Albert asintió con la cabeza y respondió seriamente:
- Te entiendo muchacho. Tener un arma es un seguro de vida, pero también una tentación y a veces, el demonio se apodera de nosotros y cual titiritero, mueve los hilos para que se cometan actos deshonrosos.
Dennis no lo podía creer. Gordo - Albert, se recordó - poseía ciertos valores. No entendía por qué sus empleados huían de su vista tan pronto podían. El hombre gordo, como si hubiera leído el pensamiento de Dennis agregó:
- Mis empleados no tienen miedo de mi ni están entrenados para obedecer mis ordenes. Ellos son como mi familia, pero comprenden que el trabajo es lo que nos da de comer y las cosas deben seguir normas. Hay reglas y principios que se tienen que cumplir al pie de la letra. Es por eso que yo estoy donde estoy y ellos tienen una calidad de vida qe supera la de otros empleados de la industria.
Confirmado. El tipo gordo no sólo estaba lleno de grasa inservible. También tenía bien definido el rol que la vida le había otorgado y compartía su buena fortuna con su personal. Era un hombre admirable. Y ese hombre, ahora estaba ayudando a un futuro criminal sin siquiera sospecharlo. Dennis lo dejó estar, a fin de cuentas, lo estaba ayudando.
Dejaron la palabrería y se pusieron manos a la obra. Se colocaron máscaras con filtros. Dennis no hizo  más que tomar la temperatura del caldo de plomo y unas cuantas pruebas sin importancia. Albert acomodó herramientas por todo el banco de trabajo y con guantes especiales en las manos, comenzó a verter el líquido caliente en un molde con forma de caja. Le pidió a Dennis que sacara el arma y a éste se le fue el alma a los pies. ¿Cómo carajo sabía que traía el arma consigo? Desechó la pregunta y sacó el arma de su compartimento secreto sin que Albert se diera cuenta. Él la tomó en sus manos y después la envolvió en dos pedazos de aluminio. Tomó la forma del revólver y con cuidado separó las dos capas y las colocó en el molde de caja con tal cuidado y precisión que nada del líquido se metió al molde de aluminio. Dennis dedujo que la temperatura del caldo fundiria el frágil aluminio, pero no fue así. La temperatura era ideal para conseguir malear el plomo y evitar que se derritiera el otro metal.
- ¿Te sorprende? - soltó Albert de repente. Soy un experto, querido amigo. Me las sé de todas, todas. Aunque, este no es aluminio común y corriente. Es una aleación de cromo que tiene las propiedades de maleabilidad del aluminio y además su punto de fusión está por encima de dicho material. Un secretito que hace que mi fabrica tenga mayor preferencia en el mercado.
Después de una hora, el estuche estaba listo. Era perfecto. Delgado, no era tan pesado y al colocar el arma dentro, ajustaba perfectamente. Albert sacó una maquina de soldar "de bolsillo" y agregó un pedazo de metal en forma de u, y una placa con un orificio para así permitir el cierre del estuche con candado.
Le entregó la obra de arte ya con las iniciales grabadas - BVV - en cursiva y despidió a Dennis sin preguntar nada más.
- Suerte chico. Cualquier cosa que pretendas hacer te traerá problemas, pero no te preocupes, lo lograrás y tendrás la justicia que tanto buscas. Ahora, me retiro. Tengo demasiado trabajo y ya casi es la hora del almuerzo. - Gordo le dedicó una sonrisa traviesa.
Dennis se quedó petrificado. No recordaba haber hablado de justicia con Gordo. Cuando quiso responder, él ya no estaba
Se encaminó a la salida y sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Ahí no había nadie. Las calderas parecían apagadas y la nave daba un aspecto de abandono. La puerta corrediza estaba abierta unos pocos centimetros y Dennis se apresuró a salir. Se dijo que la hora del almuerzo llegó y todos salieron como almas que lleva el... Corrió lejos de ahí y tomó el primer taxi que se puso en su camino. No volteó la vista atras. Prefirió olvidar todo pero, no recordaba haber metido el estuche en la maleta. Se maldijo y abrió el cierre para comprobar lo que ya sabía de antemano. No quería regresar a ese lugar después de lo que vió al salir de ahí, pero no le quedaba otra salida. Apenas iba a pedir al chofer que diera la vuelta y regresara cuando sintió el estuche dentro del compartimento. Suspiró de alivio y volvió a dar gracias a Díos por tanta suerte. Le dijo al taxista que se dirigiera al aeropuerto y se hundió en el asiento. Se estaba volviendo un santurron pero, recordando su experiencia reciente, dudaba que Díos fuera quien le estaba brindando dicha suerte.

Ella debe morir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora