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Chica D estaba absorta en sus pensamientos. Tenía historias clinicas por llenar. Tarea de inglés y materiales dentales. Estaba en las nubes. La Universidad y su servicio social como dentista consumía gran parte de su tiempo. Deseaba con ansia terminar su carrera para poder viajar por el mundo. Le atraía apasionadamente conocer nuevas culturas, nuevas costumbres. Pero sobretodo, deseaba encontrar un hombre que fuera bueno. Alguien que le dedicara poemas, que hiciera suyas canciones hermosas que hablaran de amor, de cariño y de lo bello que es la vida en pareja. No era imprescindible en su vida, era una mujer fuerte que se podía valer por si misma. Pero le encantaba soñar con aquel príncipe azul que libra mil batallas solamente con el objetivo de salvar a la princesa. Era una romántica por naturaleza.
Salió de su casa con un poco de prisa. Iba tarde a su clase de las 10:00. Detestaba la impuntualidad y la irresponsabilidad. Sus cualidades más destacadas eran lo contrario a eso. Pensaba que una persona indisciplinada no debería existir. Abordó el metro a tiempo gracias a su buena forma. Era una atleta innata. No tomaba, no fumaba y se mantenía en forma. Era perfecta.
Le molestaba la hora pico. Tenía que sortear obstaculos inimaginables para poder llegar a tiempo a clase. Pero nada la detenia.
Salió disparada al abrirse las puertas del metro. Echó a correr por los andenes hacia la salida. Iba tan rápido que no se percató del hombre que estaba parado justo frente a la salida. Era un hombre de aproximadamente 25 años. Vestía de una forma peculiar, entre pordiosero y chico bien. Tropezó con él y casi cae al suelo de no ser porque el tipo le sostuvo del brazo con una agilidad increible.
-Lo siento ¿te encuentras bien?
Al momento sintió una calidez inexplicable. No pudo responder. Su boca dejó de obedecer a su cerebro. No se explicaba el por qué  de tal reacción. Se acomodó el abrigo que llevaba puesto y solo pudo soltar unas cuantas líneas.
-Lo siento -dijo- Venía distraida. Disculpa.
Salió corriendo cual niño regañado. No lo pudo mirar a los ojos. No detectó los rasgos de aquel hombre. Solamente su voz se quedó grabada en su cerebro. Una voz que jamás olvidaria. Tan melodiosa que la hubiera hipnotizado si tiempo hubiera tenido.
Se sonrojo un poco, culpa de sus pensamientos.
¿Cómo podía enamorarse de alguien a quien se había topado al salir del metro?
Su mente dibujó un rostro agradable. Su alma sintió una emoción irrefrenable. Un sentimiento inexplicable. Dejó atrás esos pensamientos y siguió con prisa por la calle. Llegó a su clase un poco tarde.
Después de la pomposidad, maldijo a aquel tipo por cruzarse en su camino. Si no hubiera chocado con él, habría llegado a tiempo a su clase.
Después de las 4 horas seguidas de teoria aburrida ya se había olvidado de aquel amor pasajero. Llegó a los consultorios y se preparó para atender a su paciente. Tenía cita programada. Un hombre de 60 años que iba por una limpieza dental.
Lo recibió como a todos. La típica perorata y cortesía estudiada.
-Buen día. Tome asiento -dijo.
El hombre, cual niño obediente, se sentó en la butaca disponible.
Chica D comenzó con el interrogatorio. ¿Edad? ¿Motivo de la consulta? ¿Alérgico a algún medicamento? Todo bien.
Aquel hombre tenía una expresión indescifrable. Una seriedad y monotonía muy extraña. Nada parecido a los pacientes parlanchines a los que estaba acostumbrada. Los nervios hacían que la gente se volviera muy sociable al momento de las interrogaciones, pero aquel hombre estaba despreocupado de todo dolor que se le fuera a presentar.
Le pidió que se recostara en la camilla para poder iniciar con el tratamiento y el paciente hizo lo propio. Pero antes de que ella comenzara, el sexagenario soltó de repente:
-Tienes un propósito, y no es el de limpiar dientes querida.
Ella se quedó paralizada. No era miedo. No era nerviosismo. Jamás alguien habría dicho aquello en su consulta.
-¿A qué  se refiere? -titubeo un poco al formular la pregunta.
-El chico. Tendrás que salvarlo. Tú eres su única esperanza.
No entendía a qué se refería aquel hombre. Sentía algo. Una opresión en su corazón. Un presentimiento de aquellos que auguran problemas y tragedias. Se quedó mirando al hombre y no pudo más que volver a tartamudear.
-No entiendo.
El hombre sonrió y le tomó de la mano.
- Tú serás su luz. Tú eres la única que podrá persuadirlo de su plan. Eres la mujer perfecta para él. Confío en que harás la parte que te toca. Eres su luz. Salva su alma.
Se levantó de la camilla y se dirigió hacia la salida del consultorio. Chica D se quedó de piedra. Algo que ni en sueños habría imaginado le ocurría en plena consulta. Tiró el aparato de limpieza y se abrazó a si misma mientras observaba al hombre que seguía de pie en la puerta. Él le dedicó una sonrisa y agregó:
-Eres tan linda. Lograrás que desista de sus planes. Mi bella creación.
Al decir esto, se dió media vuelta y abrió la puerta corrediza del consultorio con violencia. Salió cual ladrón descubierto en el acto.
Chica D salió de su estupor y corrió hacia la puerta para interrogar al hombre misterioso, pero al salir al largo pasillo, no encontró a nadie. Estaba segura que no había pasado mucho tiempo. Era ilógico que una persona de tal edad echara a correr y desapareciera así como así.
Vio una luz al final del pasillo. Como una estrella fugaz, que desaparece al instante, pero del misterioso nada.
Al pie de la puerta recordó las palabras del anciano.
Tendrás qué salvarlo. Tú eres su luz. Mi bella creación.
Una broma bastante buena.
Lo que no se imaginaba era que sí tenía que salvar a alguien. Aquella persona desconocida le había encomendado una misión y sin querer, chica D tendría que afrontar su destino.

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⏰ Última actualización: May 16, 2017 ⏰

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Ella debe morir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora