3

9 0 0
                                    

Era una mañana soleada. El clima era perfecto, ideal para visitar cualquier lugar. Katty y Rob viajaban en tranvía. Rob hacía las veces de expositor y describía todos los lugares importantes a su paso. Su primera parada, el Golden Gate. Con 2737 metros de longitud y 227 de alto, era el símbolo de San Francisco. Uniendo la península de San Francisco con el condado de Marin, es el puente más importante de dicho estado. La pareja tomó un par de bicicletas y  juntos emprendieron rumbo hacia Marin. La vista era increible. La bahía reflejaba los rayos del sol y Katty se sentía libre. A lado de Rob, todo era felicidad. Cruzaron el puente y decidieron tomar un descanso. Rob se quedó callado unos instantes y al cabo de un rato, preguntó:
- ¿Estás bien?
Katty no entendió a qué se refería e inmediatamente replicó.
- Claro que me siento bien, estoy pasando tiempo contigo y eso me hace sentir de lo mejor. Vió recelo en la cara de su amado, pero Rob no añadió nada más. Quizá no quería echarlo a perder y sonrió.
- Te llevaré al monte Tamalpais. Es un lugar maravilloso -dijo. Es la montaña preferida por los escritores para narrar las aventuras de semidioses y hechiceros. Creo que te encantará.
A media mañana tomaron un refrigerio y poco tiempo después estaban admirando la majestuosidad del monte, siempre tomados de las manos y haciendo arrumacos mutuamente. Charlaban sobre sus viajes por Europa y rememoraban aquellos momentos que fueron cruciales para que su relación avanzara hacia la dirección correcta.
Algo llamó la atención de Katty. Un hombre de mediana edad caminaba errante entre los grupos de gente que se encontraban en las faldas del monte. Vestía ropas ennegrecidas por la suciedad y despedía un olor un poco desagradable. Katty pensó que se trataba de un típico "sin-techo" que andaba por ahí. Pasó unas cuantas veces cerca de donde se encontraba junto a Rob pero después lo perdió de vista. Regresaron a la ciudad y en la estación del tranvía, Rob le pidió que esperara un momento. Tenía que ir al "restroom". Katty soltó una risita traviesa y le dijo con diversión.
- Espero que no tardes demasiado. Rob se ruborizó apenado, pero rió conplice de la bromita.
- Te juro que no iré a retocarme, cariño.
Katty vió cómo se alejaba y se perdía entre la multitud. Un frío gélido le azotó la cara. Se estremeció y notó que nadie más hacía tal gesto. Era lógico, el clima era cálido, pero no lo suficiente como para soltar un aire heladotan derrepente. De pronto, alguien la tomó del brazo y le jaloneó un poco la blusa. Ella soltó un gritito y dió un salto hacía la izquierda. Al voltear, se encontró con el mismo hombre que deambulaba por el monte. Se sorprendió pero a la vez se tranquilizó ya que el hombre le pidió unas cuantas monedas. Sacó un poco de suelto que traía en la bolsa de su pantalón y le entregó las monedas al mendigo. Este le dió las gracias y de repente añadió:
- El viene por ti. Ten cuidado, quiere arrebatarte la felicidad. Su venganza está próxima. Al voltear hacia ella, Katty no pudo hacer más que gritar. De un momento a otro, la cara del hombre, que antes estaba poblada por una barba descuidada y canosa, se convirtió en la de fantasma.
- Estoy cerca. Pagarás.
Katty corrió hacia un policía que estaba vigilando en una esquina y señaló el lugar donde había estado el hombre sucio. Insistía que le había amenazado, pero el policía no veía a nadie con ese aspecto. La tranquilizó y Rob llegó agitado a su lado. Le preguntó qué había pasado pero Katty no pudo más que sollozar. El uniformado le explicó la situación y Rob abrazó a Katty mientras paseaba la mirada en busca del agresor de su chica. No encontró a nadie con las caracteristicas del hombre. Había desaparecido. Sin nada que pudiera hacer, el policía le aconsejó que la llevara a casa y se separó de ellos. Katty seguía sollozando y diciendo entrecortadamente cosas sin sentido. Rob paró un taxi y abordó junto a Katty sin dejar de abrazarla. Llegaron a su apartamento ya de noche. Le preparó a su chica un té y se sentó a su lado. Katty, ya más tranquila, le dedicó una sonrisa y le dijo que todo estaba bien.
- Explícame qué ha pasado - lo dijo en tono de súplica. No quería que Katty volviera a entrar en shock presa del miedo, pero si no le contaba lo que le había hecho ponerse de esa manera, no podría ayudarla.
- No es nada, en serio. Solamente me asustó un vagabundo que tiró de mi pidiendo dinero. Es todo.
Rob no se lo creía, pero una vez más lo dejó pasar. No quería presionarla de ningún modo. Pero esa actitud ya le empezaba a generar unas cuantas intereogantes. Recordó el día que Katty llegó. Después de dormir, cuando el entró en la habitación para avisar de la cena, Katty estaba rara. No entendía por qué. Quizá fuera que se sentía un poco rara en ese lugar. Pero eso no era lógico. En Alemania, jamás se había comportado de esa manera. Algo le estaba molestando y debía averiguar de qué se trataba.
La acompañó al dormitorio y se recostó un momento a su lado hasta que Katty se quedó dormida. Se levantó sin hacer ruido y salió dejando la puerta entreabierta. Se dejó caer en el sillón y algo llamó su atención. Un objeto yacia en el lugar que había ocupado Katty. Una moneda parecida a la de un dolar, pero con una cara grabada y la otra completamente lisa. El dibujo de una mujer con los ojos vendados, sosteniendo una balanza, ocupaba la cara y desprendía un brillo un tanto peculiar. Rob jamás había visto una moneda de ese tipo. Tal vez fuera una moneda usada en el país de donde Katty venía. No le dió tanta importancia y depositó la moneda en una mesita frente al sillón. Cerró la puerta principal con llave, activó la alarma y fue a dar un último vistazo a la habitación de Katty para después irse a la cama. Había sido un día agotador y demasiado extraño. Por ahora dormiria, pero llegaría al fondo de todo y se enteraria de lo que Katty estaba pasando. Apagó las luces y se sumió en un sueño profundo. En la sala, frente al sofá, la moneda comenzó a brillar con más intensidad. La justicia, representada por aquel dibujo, se deformo con una sonrisa grotesca e infernal y de repente desapareció. Nadie vió cómo se esfumaba, nadie podría verlo. Excepto tal vez dos personas. Aquellas que se enfrentarian a la dama con los ojos vendados y sosteniendo la balanza. ¿Hacia qué lado se inclinaria? Al llegar el día del juicio, quien pesara menos, sería merecedor del favor de la justicia.

Ella debe morir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora