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II

A Igor, lo único que le quedaba era ese corcel blanco de gran porte que su madre, la reina Infinia, le obsequiara, la mañana en la que los salvajes del Guzultá, la sacaran del palacio y la violaran en medio de la plaza.

Cuando el sol se ocultó por el poniente, el corcel, que conocía el camino al castillo de memoria, atravesaba a trote el arco de la ciudad que decía:

<<BIENVENIDOS A ARCHAR>>

La muchedumbre cesó sus deberes para ver al impresionante corcel pasar de largo, y que llevaba encima el cuerpo del príncipe. Sin temor a represalias comenzaron a lanzarle una sarta de blasfemias en su nombre; estaban al tanto que su cuerpo era débil y enfermo, y no representaba ni el mínimo peligro para nadie.

Por el bullicio Igor recobró la consciencia, y el dolor se hizo más fuerte, para no mostrar debilidad se acomodó en la montura y fingió no verlos.

―Es carroña para buitres ―murmuró un plebeyo sin el menor temor.

El resto de la gentuza siguió el juego y se mofaron.

Esta vez Igor los miró a cada uno con desprecio, pero no dijo nada, si abría la boca sería para sentenciarlos a muerte. Aun en esas condiciones bien podría mandarlos a torturar y luego de que sufrieran una larga agonía, él mismo los mataría con sus propias manos.

Desvió la mirada a un punto fijo, en algún lugar donde ninguno de esos harapientos se atrevieran a verle a la cara con insensatez.

―No es más que un cobarde ―escupió otro, al ver que Igor no hacía nada.

―Si tan sólo no estuviera tan débil y enfermo... ―se dijo a sí mismo, y seguro que los mataba ahí mismo.

Estaba cansado de pasar siempre por alto las burlas de todos.

―Si tan sólo fuera la mitad de fuerte como mi padre...

Su padre, el rey, tenía razón, era débil de carácter y por eso nadie, ni siquiera ese montón de limpia cerdos lo respetaban. Pero ya todo estaba perdido, ya sea por su condición física o por su infortunio, había sido incapaz de librar la triste batalla en la que el ejército de su tío, después de asesinar a su padre, se encargó de aniquilar a los pocos soldados fieles que le quedaban.

Había conseguido huir de su espada y ahora, de retorno en Archar, se daría la forma de armar un nuevo ejército para enfrentarse con su tío, pero por mucho que se ilusionara con recobrar el trono estaba claro que como caballero no servía, quizás un bastardo era más eficaz que él, necesitaba de hombres fieles que luchasen en su nombre. Todavía conservaba el anillo real en el dedo, la justicia divina tendría que estar de su parte. Era el legítimo sucesor al trono.

Luego de que los sabuesos del palacio encontraran la cabeza cercenada de su madre, no le quedaba nadie que lo ampare. Nadie lo quería, nadie lo amaba, nadie lo toleraba, ni siquiera su padre, el rey Archar, siempre en medio de negociaciones, su vida pasaba de viaje en viaje, y cuando regresaba, evadía encontrarse con él, para no mirarle a la cara.

Igor conocía su mirada decepcionada, sabía que sentía asco al ver a su único hijo convertido en un inútil. Pero ahora su cadáver se descomponía, sobre tierras desoladas. Y él, el enfermo, el inútil, el deforme todavía respiraba.

...

El corcel se detuvo en las puertas del palacio. Igor aguardó a que los guardias le abrieran las puertas, sin embargo no ocurría, la muchedumbre que miraba con descaro, murmuraba. Volvió a pasarlo por alto.

Al ver que nadie le abría comenzó a gritar a los cuatro vientos:

―¡Soy el maldito heredero de Archar! ¡Abridme, o juro que mataré a cada uno de los responsables! ¡Soy el maldito heredero de Archar! ¡Abridme!

Nada. Solo silencio.

Un leve viento comenzó a hacerse más fuerte, y este osó a responderle:

No eres más que el heredero de la muerte.

No eres más que el heredero de la muerte

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