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III

Igor no comprendía el motivo, y se desesperaba. Alzó la mirada, y vio flameando la bandera negro y oro, de su tío.

Pretender cruzar esas puertas era como entregar su cuello al traidor. Sintiéndose burlado, tuvo que dar media vuelta, y retornar al pueblo.

Estaba claro que la muchedumbre al verse desolada y abandonada tras la noticia de la muerte de Archar, decidió que antes que luchar por el príncipe deforme, bajaría la cabeza ante el usurpador, y aceptarlo como nuevo monarca.

Igor estalló en ira.

―¡Son una bola de cerdos traidores! Después de todo lo que hizo mi padre por ustedes... ―gritó con furia, y los que lo miraban fueron acercándose de manera amenazante.

Igor retrocedió hasta dar contra una pared, sintió un fuerte golpe en la espalda y fue a parar al lodo. Días antes había llovido y el hedor era insoportable, ahora ese hedor lo impregnaba todo.

Al verlo por los suelos la muchedumbre comenzó a exaltarse, unos gritaban ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!

Una turba enfadada y hambrienta se aglutinaban a su alrededor.

Igor vio que su corcel se alejaba. Era incapaz de pararse, sus piernas eran como dos ramas de árbol seco. Solo atinó a cubrirse el rostro.

Alguien gritó.

―¡Dejémosle sin nada!

Comenzaron arrebatarle sus prendas.

Igor se dio maña para sacarse el anillo y se aferró a él con sus dedos torcidos. No dejaría que nadie se lo arrebatase jamás. La muchedumbre ignorante de su valor, mostraba mayor interés por sus botas desgastadas, y por todo cuanto llevaba encima. Otros se le acercaban sólo para darse gusto de lanzarle un puntapié en el estómago o en la cara. Hubo alguien que le tocó donde nadie más que él podía hacerlo. Igor apretó los dientes, soportaría cualquier vejamen, pasara lo que le pasara, jamás permitiría que le quitaran el anillo.

―Miren a este lisiado, no sirve para nada ¡ni siquiera la muerte se lo quiere llevar!

Y entre el jolgorio, y las burlas, lo empujaban y jugaban con él, como si se tratara de un objeto, de un títere.

―Démosle lo que se merece al príncipe ―se mofó otro.

Enseguida alguien lo tomó por los pies y comenzó a arrastrarlo por el camino de piedras. Para entonces había perdido la noción y la turba de aldeanos pensaron que al fin se lo había recogido el diablo, muchos ya no le vieron la gracia a jugar con un cadáver, de hecho, fueron las mujeres las que bajaron primero la cabeza a modo de respeto, no por él, sino por la muerte.

Dejaron olvidado el cadáver del príncipe deforme, en medio del lodazal como carroña para los buitres, y luego, como si no hubiera pasado nada, cada quién decidió volver a lo suyo.

Unos araban la tierra, otros sacrificaban las gallinas viejas que quedaban, el ambiente recobró su ritmo habitual, pronto estarían bajo el nombre y estandarte de otro rey, que seguiría saqueando sus granjas y a sus animales, como lo había hecho el anterior.

Unos araban la tierra, otros sacrificaban las gallinas viejas que quedaban,  el ambiente recobró su ritmo habitual, pronto estarían bajo el nombre y estandarte de otro rey, que seguiría saqueando sus granjas y a sus animales, como lo había hecho e...

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