Capítulo IV: Ojos de cristal

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Al despertar, sentí a alguien sobre mí. Era pequeño y ligero como una pluma.

—¡Despertaste!—exclamó la vocecita dulce de mi hermano menor.
—Sieg... ¿Quién te ha dado permiso para entrar a mis aposentos?
—He sido yo, Remenar. Hay que partir hacia el este lo antes posible. —dijo Seth, asomándose por la puerta.
—¿Qué razón tiene tu apuro? —interrogué.
—Mucha gente busca matarte. Es mi deber protegerte como tu consejero, y es algo que tu padre no osa contarte por tu bien. Remenar, ocultarás tu ojo izquierdo bajo tu pelo, te vestirás de manera humilde y entonces saldrás vivo. De otra manera, sabrán que eres el hijo del rey, no descansarán hasta verte muerto y se llevarán el ojo de Naagram como trofeo. Nadie sabe lo peligroso que podría llegar a ser...

El ojo izquierdo que poseo perteneció a mi hermano Naagram. Hace trece años le arrebaté ambos ojos en una pelea, dejándolo completamente ciego. Sieg tiene su ojo derecho  guardado en su baúl. Mi padre nos ha dicho que puede llegar a ser caótico si cae en malas manos y que la sangre de un dragón encierra un poder tan inmenso que es capaz de destruir el mundo.

Me alisté y me dirigí a la puerta, donde Ulmyn, Sieg y mi padre me esperaban para despedirnos. Sieg corrió hacia mí y lo estreché entre mis brazos.
—Si no vuelves vivo, ¡te robaré el trono!—bromeó Sieg con una sonrisa pícara.
—Sigue soñando, adorado hermano.—respondí con ironía, mientras despeinaba su cabeza.

Esperé a Seth, quien guardaba comida en los sacos de lona. Dos bellos corceles: uno blanco y uno negro nos esperaban fuera del castillo. Me entretuve observándolos atentamente por un buen rato. Lucían fuertes y ágiles, poseían una melena majestuosa, muy bien cuidada. Seth regresó con tres sacos llenos de comida, colocó una mano sobre mi hombro y apuntó hacia los caballos.

—Ellos son Negus y Vitte. Eran de Naagram y del rey. Negus, el caballo negro, fue el regalo de la reina de Egelven por el nacimiento de Naagram. Vitte, el caballo blanco, simboliza la unión entre ambos reinos. Dos caballos de la realeza, bendecidos con vida eterna por el espíritu guardián de las tierras de Egelven.

—Espero que ponga a prueba todo lo que le he enseñado, mi señor.—dijo Ulmyn, con una mano en su corazón. —Le espera un largo viaje.

Miré a Ulmyn, le sonreí con determinación e imité su gesto. Monté sobre Negus y sentí como si nos conociéramos desde que nací.
—Nada corre más que estos nobles corceles. Llegaremos al anochecer si la ruta está despejada. Remenar, ¿estás listo?
—Sí.—afirmé.
—¡En marcha!
Seth se encargó de amarrar los sacos y montarlos en el caballo. Nos pusimos una capucha para ocultar nuestra identidad y dimos inicio a nuestro viaje. Luego de un momento, miré hacia atrás. El castillo se hacía cada vez más pequeño a medida que íbamos avanzando...

...Qué pequeño me siento.

Después de bajar de la colina donde se encontraba el castillo, nos adentramos en la arboleda que veía a lo lejos desde mi ventana. Nunca había sentido el olor tan extraodinario de la naturaleza así de cerca, me encontraba completamente envuelto y seducido por ella.

Seth iba en la delantera, guiándome velozmente. Después de algunos instantes, salimos de aquella foresta tan inmensa. En cuanto salimos, claramente se podían apreciar unas cuantas casas a lo lejos.
—¿Ves esa aldea de allí? Es Listh. Hay buenos vendedores en ese lugar, pese a tener un poblado muy escaso.
—¡Vaya!—respondí con sorpresa.
—Vamos. Detrás de Listh hay un lago que no está muy lejos del altar. El sol se oculta y no hay tiempo que perder.

Bordeando la aldea, había una persona no muy lejos de nosotros. Tenía el pelo corto, negro con puntas grises y miraba hacia nuestra dirección. Examiné por unos instantes a esta persona.

¡Por Iryalia!, ¡era una chica!, ¡y una de verdad!

Traté de no mirarla mucho, pero sus ojos tristes, cristalinos y pálidos me atraparon de inmediato. Boquiabierta, no apartaba su mirada de nosotros ni por un momento.

Parece como si fuera la primera vez que había visto a dos caballeros. Y yo, desde luego, era la primera vez que veía a una doncella con mis propios ojos. Había escuchado historias y cuentos que hablaban de ellas, y todavía me costaba creer que una chica estuviera mirando hacia mí en ese mismo instante...

Era bella... Incluso más que en los cuentos.

DrakeliedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora