Maurice.

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El sonido de la lluvia enmudecía gradualmente con el paso de las semanas. La lluvia casi había finalizado su función, sin embargo, él no estaba seguro de querer eso terminara tan pronto. Deseaba que la lluvia nunca los dejara.

No hubo rayos, no hubo miedos esa mañana. Hubo simplemente una resaca de emociones en las que de cierta manera no pudo dejar de repetir lo que le había dicho a su madre sobre su felicidad. Sabía que estaba mal hacer sentir de esa manera a la mujer de cabello rubio, mas estaba cansado de todo lo que ambos vivían. Detestaba la idea de que su madre siguiera con fijación por aquel hombre quien lo único que había llevado a sus vidas era carencias. Desde que él se había ido, el soporte económico familiar se había visto en peligro, atentando con el estilo de vida de clase media alta que ellos llevaban.

Acomodó su chaqueta y acomodó meticulosamente su cabello recién amarrado. Se miró al espejo y en este vio el rostro de su madre y abuelo paterno fusionados. Veía en este las pecas de su padre sobre su nuca; la barbilla y nariz de su abuelo; las cejas, ojos y labios de su madre y su cabello rubio heredado de ambos progenitores. Veía la mezcla genética que lo hacían físicamente atractivo y al mismo tiempo miraba en él todo aquello que lo desagradaba. Veía en él un cabello que a su parecer estaba alborotado y mal peinado, caracterizado por un rubio tan claro que odiaba, porque éste hacía que muchas de las personas -en ciertas ocasiones- lo detuvieran a preguntarle qué color de tinte usaba; miró su nariz pequeña pero sin demasiada altura que hacían a su delgado rostro un aspecto más gordo del que él deseaba. Acarició sus delgados y pálidos labios heredados de su bisabuelo paterno, recordando que esa era la peor herencia que genética que pudo recibir.

Una mueca se formó en su rostro cuando supo que esa sería la última semana de lluvia. Sabía que en cuanto esta se fuera la necesidad de usar una sombrilla se eliminaría y dejaría paso a permitirle el uso de un sombrero en los días de extremo calor.

Sus pasos ese día no eran apresurados, ni lentos, simplemente era un caminar que muchas veces se había negado por el hecho de ir tarde a clases o ir demasiado temprano. Ese día caminaba mirando detenidamente cada negocio y local que había en la cuadra. Escuchando atentamente y oliendo de manera detallada todo lo que había a su alrededor. Se dejó envolver por el olor del pan recién horneado y el sonido de los conductores desesperados por llegar a su trabajo.

Observó a los padre y niños que madrugaban para ir a la primaria. Sonrió en cuanto un niño pequeño lo miró con una mirada seria. Este se encontraba realizando un berrinche con su madre sobre ir a la fiesta de su amigo, sin embargo, esta a pesar explicando insistentemente el por qué no iría generó en el niño un mirada triste que en el rubio acabó por hacer reír interiormente. Así debió verse cuando la mujer con manchas en la piel se negaba a cumplir cada uno de sus absurdos caprichos.

Oyó suavemente a la mujer que apresurada corría con celular en mano mientras parecía dar indicaciones de lo que debía realizarse en su llegada. Pensó en su padre y que a pesar de ser mayor a cincuenta años, su ritmo de vida no había cambiado en absoluto. Si se le llegaba a ver a su trabajo muchas veces se encontraba en su oficina con el celular en mano o video conferencias importantes que si llegaban a ser interrumpidas por una causa que no fuese grave, generaba que en cuanto terminara de hablar con quie hablara, la persona recibiera un regaño y amenaza de despido.

De su mochila sacó su termo con café recién hecho y lo olió. Una mala costumbre heredada del hombre con cabello canoso y lentes rotos. Deseaba tomarlo directamente, pero esa mezcla de lluvia y café recién preparado lo embriagaban lentamente haciendo que sonriera en cuanto comenzaba a desear tomarlo. Alzó su bote y brindando con el cielo le dio un sorbo, raspando su garganta y quemando cada parte de su lengua, impidiendo toda sensación en esta.

Días lluviosos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora