CAPÍTULO 2

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Después de la tormenta viene calma. O a lo mejor no. Quizás, después del dolor y la desesperación, quizás después de ser golpeada y arañada sin piedad, no hay calma. Quizás ni siquiera la merezco. Aunque, sinceramente, lo que merezca ya no importa ya que, al final, es la realidad la que marca las reglas y, en esta, el hecho es que después de la tormenta, solo hay otra más grande y muchísimo mas difícil de sobrellevar que la anterior. Ha sido así desde aquel día. Aún se me encoje el corazón al pensar en la mirada de mis padres, sus ojos, el reflejo de sus almas atormentadas y desconsoladas. Y esas pupilas, oscurecidas por mi culpa, que derramaban lágrimas en el inmenso mar de mi tormenta y que gritaban en silencio "mi hija está loca".
Loca. Un adjetivo muy curioso para describirme. Una persona loca creería que un ser la acecha a cada instante. Una chica presa de su locura creería que esta encerrada en un laberinto sin salida. Pero yo no lo creo. Yo estoy segura. O a lo mejor esa seguridad forma parte de mi demencia.

-Iris, abre los ojos.

Un escalofrío recorre mi espalda. No puede ser la criatura la que ha hablado. Ella ya ha acabado conmigo tanto física como mentalmente. Al menos por hoy. Me ha chupado cada molécula de energía de mi cuerpo y me ha dejado sin fuerzas si quiera para moverme. De hecho, sigo acurrucada en una esquina sollozando por mi penosa existencia y por lo que puede ocurrir después. En cualquier momento. Pero ahora no estoy preparada para ello otra vez. Por favor.

-Iris, por favor, no voy a hacerte daño.

Esa voz... me resulta familiar. La forma de pronunciar las palabras, el tono grave pero agradable al mismo tiempo, la súplica que se esconde tras la frase... Sin embargo, me siento tan lejos de ella, de todo en general, que no soy capaz de concentrarme en nada, soy como un astro orbitando alrededor de la Tierra, puedo ver el planeta, pero no puedo acercarme a él.

-Déjame ayudarte

No, como un astro no. Él al menos se mueve, no se queda estancado en una posición fija, en un momento determinado en el espacio y en el tiempo sintiendo una y otra vez las mismas sensaciones sin saber cómo escapar de ellas.

-Soy yo, soy el doctor Agustín.

En ese momento, siento que esas palabras son como una pequeña brisa que consigue disipar parte de la neblina que cubre mis recuerdos. Todo se materializa con mayor claridad: el incidente, las enfermeras, el sanatorio, la habitación y, por último, el doctor Agustín.

-Abre los ojos Iris. Hazlo por mi, por favor.

Creo que debería intentarlo, no por él, ni siquiera por mi misma, sino porque tampoco tengo nada que perder abriendo los ojos y sé que él no me va a dejar en paz hasta que lo haga. ¿Qué mas da tener los ojos cerrados o abiertos? Eso no va a cambiar las cosas. O quizás sí, pero no como él se imagina. Nunca se puede uno hacer una idea de lo que supone para mi el más mínimo cambio en mi entorno. Pero eso ya da igual. Me rendí al destino hace ya mucho tiempo.

Poco a poco, voy separando mis párpados legañosos y noto como la luz golpea contra mis ojos cubiertos de lágrimas nuevas y antiguas. Y, en un solo instante, la oscuridad y la negrura se transforman en energía deslumbrante que hace temblar a mis pupilas.

-Lo estás haciendo muy bien, Iris. Ahora, intenta mirarme, solo tienes que seguir el sonido de mi voz.

Es increíble ver cómo el mundo se materializa a mi alrededor. Los fríos muros llenos de arañazos a las que me había estado aferrando se convierten en simples paredes blancas de la habitación. Mis manos llenas de heridas y restos de sangre seca no son más que las simples manos de una adolescente cualquiera y, por último, ese ser sin rostro que me atormenta es solamente mi paciente médico, arrodillado a mi lado con una expresión de orgullo y preocupación al mismo tiempo sobre su amable cara.

En las galerias del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora