CAPÍTULO 3

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-¿Qué tal se encuentra hoy la paciente, doctora?

-Estable,pero todavía no se ha despertado desde la otra noche. Las enfermeras le han tomado la tensión y le han hecho hecho un análisis de sangre.

-¿Se saben ya los resultados?

-Sí. Hemos detectado una gran falta de hierro que podría haber sido la causa de su fragilidad e incapacidad de levantarse.

-¿Anemia? ¿De verdad crees que todos sus síntomas se basan en eso? Por favor Isabel, tu y yo sabemos perfectamente que esa chica esconde muchísimos más problemas.

-No lo sé Agustín, el psiquiatra aquí eres tú. Yo solo puedo decirte que el equipo médico ha decidido aumentarle la medicación, añadiendo además unos tranquilizantes para evitar otros posibles ataques de histeria.

-Lo de ayer no fue un ataque de histeria. Estaba delirando. ¡Está claro que esa chica tiene un trastorno de personalidad paranoica!

- Quiero creerte Agustín, de verdad que sí. Sin embargo, para ello, necesito pruebas y sé que no las tienes. Ella no quiere hablar ni contarnos nada de lo ocurrido y, sin su testimonio, no puedes hacer un diagnóstico fiable.

-Y por ello habéis decidido inventaros su cuadro clínico.

-No te pases. No pienso tolerar ese tipo de comentarios hacia mis decisiones como profesional. Te recuerdo que aquí la que manda soy yo.

-¡Pero ella también es mi paciente y me preocupa seriamente!

-A todos nos alarma su situación y por ello estamos trabajando muy duramente para ayudarla ¿Entendido?

-Esta bien. Siento mucho haberte ofendido.

-No pasa nada, últimamente todos estamos muy alterados.

-Ya lo creo. Si no te importa, me gustaría entrar en su habitación y echar un vistazo a su estado, por favor.

-Tienes cinco minutos, mi uno más.

-Muchas gracias, eres la mejor.

-Lo sé.

¿Sigo viva? Me parecen percibir ruidos en la lejanía. Quizá son los dioses, o el universo, deliberando sobre si me merezco el descanso eterno. No parece que la respuesta vaya a ser afirmativa y, la verdad, no me extraña.  Sinceramente, no esperaba que el otro lado fuera así. No hay luz, ni un túnel, ni nada que se le parezca. Solo hay penumbra, como siempre. Bueno eso sí, ahora me siento muchísimo más calmada y ligera, como si estuviera flotando en un mar a la deriva, contemplando el cielo nocturno sin estrellas y esperando a que la corriente me lleve hasta mi próximo destino. 

De repente, me parece oír el chirriar de una puerta al abrirse y, al momento, una luz artificial ilumina la estancia, enseñándome la habitación del hospital de siempre. No estoy muerta. Aún no. Tras la puerta, un muchacho joven, de unos treinta años, facciones suaves y proporcionales y un pelo castaño cruza el umbral. El doctor Agustín. 

-Vaya, no esperaba que estuvieras despierta.

-Yo tampoco-sonrío al darme cuenta que mi voz ha recobrado su normalidad

-¿Qué quieres decir con eso?

-Exactamente lo que acabo de decir

Mi psiquiatra siempre intenta sonsacarme información sobre mí a base de una infinidad de preguntas que, con el tiempo, he aprendido a evadir. Tras oír mi respuesta, su boca se curva en una pequeña sonrisa. Él sabe lo que acabo de hacer y, aunque supongo que debe de ser frustrante no poder mantener una conversación de verdad conmigo, siempre le sorprende y le divierte mi pericia. Debería saber que la falta de locura no siempre está ligada a una ausencia de inteligencia. 

En las galerias del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora