Prólogo

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Me desperté lentamente en una sala completamente blanca y al mirar a lado y lado para intentar saber dónde estaba, qué había ocurrido, y donde se encontraban mis padres, lo único que vi fue un cúmulo de gente vestida de blanco observándome. De repente, entró una mujer morena, con su largo pelo recogido en un alto y grande moño, que a diferencia del resto vestía de color rojo vino.

Al entrar la mujer, todos se apartaron formando un pasillo, permitiendo el paso a la imponente mujer.

-Respuesta visual correcta. – dijo la joven doctora mientras examinaba mis pupilas como había visto hacer en televisión numerosas veces.

Me senté en la incómoda cama de esa sala y abrí la boca dispuesta a hablar cuando la doctora me acalló.

-¿Qué ha pasado? ¿Y mis padres? – pregunté sobresaltada. Mis palabras retumbaron en la enorme sala hasta volver a mis oídos.

-Tuviste un trastorno psicótico a causa de una ingesta brutal de drogas y... - de repente de hizo el silencio - ...y éste causó en tu sistema nervioso ciertas alteraciones que te produjeron amnesia. Mataste a tus padres bajo el efecto de las drogas. – dijo con tono seguro pero triste.

-Pero... yo no recuerdo nada de eso... Ni si quiera recuerdo haber salido de fiesta, o haber consumido nada... - dije con asombro.

-La amnesia no se va así como así, recuerdas quienes eran tus padres, pero no que los mataste. – dijo fríamente la doctora.

Me asusté y quise levantarme, pero no pude, dos hombres me sujetaban con fuerza y hacían cara de no querer soltarme por nada del mundo.

-¿Dónde estoy? – pregunté.

-Estás en el CPM, Centro de Psicología Montealto. – dijo con tono orgulloso. – En este centro tratamos a personas con problemas mentales o alteraciones nerviosas a causa de las drogas y traumas infantiles. Estarás aquí durante dos años, a contar desde el momento en que recuerdes lo ocurrido.

Los hombre que me sujetaban me soltaron lentamente mientras decían, esperando tranquilizarme, que todo iría bien.

De repente los hombres de blanco se abrieron formando un pasillo nuevamente, al final del cual vi a un joven guapísimo de unos 17 años. La mujer de rojo se acercó y nos presentó, sacándome así de mi pequeña burbuja de dioses griegos.

-Vaya Juls, por fin algo decente con lo que llegar a algo! ¿Qué ha hecho para acabar en el infierno? – preguntó Sergio a la doctora jefe, con la que parecía tener bastante confianza.

-Quizás deberías preguntarle a ella, ¿no crees? – contestó sarcásticamente esa tal Juls. – pero mejor hacedlo en el comedor, se acerca la hora de la cena y va a haber estampidas de enfermos armados con afilados tenedores, desesperados por coger los mejores platos de lasagna.

-Vamos rubia, mejor ahora que en unos minutos.- dijo sonriéndome.

-Esta bien, pero, si no te importa, tengo nombre, moreno. – dije irónicamente.

Nos pusimos en camino y a los cinco minutos ya habíamos llegado al comedor, que después de sonar la campana de apertura, empezó a llenarse de gente, literalmente armada con tenedores afilados.

Cenamos rápidamente y fuimos a la habitación a instalarme. Para mi sorpresa, solo había una cama de matrimonio en el centro de la habitación, con un armario de medio tamaño a cada lado de la habitación, y justo al lado de la puerta, un escritorio con un portátil en el cual el acceso a internet estaba restringido a los fines de semana.

-Genial... - suspiré – ...una sola cama, y no hay sofá... en fin, genial.

-¡¿Verdad rubia?! – dijo riéndose entre dientes como si lo hubiese hecho antes.

-¡Shhhht! Basta de risitas, enséñame donde está el baño, que quiero ducharme antes de dormir en esa estúpida cama contigo...- dije disgustada.

-¿Te quieres poner guapa para mi o que? – dijo entre risas.

-¡Ya te gustaría, guapo! – dije riéndome yo también a la vez que lanzaba un beso al aire.

Señaló una puerta al lado del armario y fui hacia allí.

Me dirigí al baño y me metí bajo el flujo continuo de agua caliente y empecé con mi relajante ducha. Al acabar, me lié lo mejor que pude en las toallas de Sergio y salí en busca de algo de ropa, pero cuando llegue al armario, no vi nada: aún no tenia ropa.

De pronto oí las risas de Sergio. No parecía sorprenderse, pero enseguida lo vi detrás de mí con unos calzoncillos y una camiseta doblados sobre sus manos. Cogí la ropa con cara de agradecimiento y me fui a cambiar al baño.

En unos minutos salí y vi a Sergio llevando sólo calzoncillos. Estaba cantando alguna versión suya y completamente inventada de It's my life de Bon Jovi. Intenté no reírme, pero al pasar por su lado no pude contenerme y me puse a reír y bailar con él. Ese fue el inicio de la locura, de la peor locura que jamás viví.


Love at first crazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora