Capítulo 2

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Cuando desperté noté una mano posada en mi cintura, no se por qué, pero no me moví, me sentía segura. Me giré para intentar levantarme, pero no pude: estaba atrapada bajo su cuerpo. No quería moverme, pero tuve que hacerlo, tuve que levantarme de esa magnífica cama para ir a hablar con la doctora Julie. Tenía que ir a mi primera sesión de terapia, no podía faltar.
Me levanté y me quité su ropa para ponerme mi uniforme. Cuando vi que todavía no estaba, cogí uno de los muchos uniformes de Sergio de su armario y me cambié ahí mismo, ya que él estaba dormido, o eso creía yo. Escuché risas de fondo y me giré. Me puse colorada al ver a Sergio riéndose y gritando a los cuatro vientos “¡Qué culo que tienes, rubia!”
En ese momento quise abrazarle, pero me contuve. Creo que empezaba a sentir algo por ese estúpido ignorante.
Me acerqué a la puerta y al despedirme ví a Sergio poniéndome la mejilla con una mueca infantil con cara de estar diciéndome: Me darás un beso de despedida, supongo…
Me acerqué a la cama y en el momento de máxima proximidad entre mis labios y su mejilla, giró la cara haciendo que mis labios y sus labios se tocaran. Me agarró por la nuca evitando que me fuera y siguió con su dulce, tierno y largo beso; intenté apartarme pero mi mente no quiso, creo que mi subconsciente quería estar allí. En cuanto Sergio notó que paré de ofrecer resistencia, aflojó su mano y la hizo llegar hasta mi cintura. En ese punto mis brazos reaccionaron y se apartaron de sus perfectos músculos. No sé por qué lo hice pero salí corriendo, me fui de cabeza a la consulta hecha un mar de líos. Al llegar a la puerta me paré en seco, respiré hondo y llamé a la puerta .
Al momento abrió un hombre de unos 20 años, con barba, bastante guapo, y me hizo pasar: yo estaba muy confundida, ¿un hombre? ¿No tenía cita con la doctora Julie?.
-Hola Carol, ¿cómo estamos hoy por la mañana?- preguntó ese extraño -soy Jason García, tu doctor en tu viaje hacia el recuerdo.
-Bien, de maravilla, un poco agitada, pero bien.- dije recordando lo ocurrido con Sergio en la habitación.
Jason siguió hablando sobre mi tratamiento, pero yo no escuchaba, veía que movía los labios pero no escuchaba palabras brotar de su boca.
Pasada una hora salí de la consulta y me dirigí al despacho de la doctora para comentarle el tema del uniforme, pero no había nadie.
Fui a la sala de estar, esa gigantesca sala donde cientos de enfermos estaban reunidos en grandes mesas jugando a juegos de mesa, cada uno con su respectivo grupo; yo no tenía grupo, así que salí al pasillo de nuevo cuando vi una puerta que ponía: “Sala musical”, y entonces recordé que yo había tocado el piano y cantado cuando tenía unos 13 años.
Entré en esa sala y deje la puerta entreabierta para que se viera que estaba ocupada, ya que no vi ningún cartel de esos de “NO MOLESTAR” que se ponen en los hoteles cuando no quieres que el servicio te despierte.
Me senté en el tamburete del piano clásico que se posaba en el centro de la gran sala, y empecé a tocar la primera canción que recordé, toqué “A river flows in you” de Yiruma; la famosa canción de la saga Crepúsculo.
Cuando llevaba un par de estrofas de la canción, vi a Sergio delante mío con una sonrisa gigantesca en su cara, y paré de tocar.
-¿Porque no me habías dicho que tocabas? –dijo con cierto tono de cabreo- y porque te has ido tan rápido esta mañana, todo iba genial, ¿no?
-Porque no preguntaste..? –dije sarcásticamente- y me he ido porque te has sobrepasado; ¡Oh, vamos! Nos conocemos hace un día, ¿y ya me metes mano?
-¡Vamos rubia, tu tampoco opusiste mucha resistencia, eh! –dijo
él con un tono de felicidad y sarcasmo.
Le dije que se fuera, pero no me hizo caso, se sentó a mi lado en el taburete del piano y tocó cuatro teclas al azar. Giró la cabeza para observarme y en ese momento vi esos ojos color miel que me cautivaron, me quede embobada y vi que acercaba lentamente su cara a mi cara, en ese momento me acarició en un gesto dulce y tierno que me hizo temblar.
-Lo siento, no quería, pero… -dijo con tono tembloroso- la idea de tu cuerpo sobre el mío me podía, no he podido dormir pensando en ti. Lo siento de verdad, créeme, la idea de estar sin ti, es un gran equivalente a la muerte psicológica para mí.
-Sergio, no digas eso, es demasiado para un día, no he escuchado nada de mi primera sesión de tratamiento por estar pensando en lo ocurrido contigo esta mañana, el beso, tus músculos perfectos en contacto con mi cuerpo, tus manos rozándome…, en fin- dije temblorosa.
-Estás bien? –preguntó.
-Si bueno tengo un poco de frío, ¿por? –dije yo abrazándome a mi misma.
Se acercó a mi y me abrazó dulcemente al tiempo que me decía:
-Esta noche yo seré tu abrigo, si tu eres el mío.
Sonreí ligeramente y él apretó más sus brazos, haciendo que notara sus marcados músculos contra mi cuerpo. Levanté ligeramente mi cabeza y le di un pequeño beso en el cuello. Me miró a los ojos con cara dudosa y dijo:
-¡Oh dulce Carol! No se que hiciste para acabar en el infierno, pero en estos momentos me alegro de que estés aquí conmigo. Necesitaba un rayo de luz en mi vida, porque el diablo estaba absorbiendo toda la mía.
-Que cursi y romántico eres Sergio, jamás había visto un chico como tú, pero te aviso, las cursiladas pueden cambiar a la gente y hacer que la luz de vuelva humo.
-Es usted muy especial señorita Carol! Jamás vi una joven cual poeta! –dijo con un tono medio irónico, medio sarcástico- Vamos a comer?
Asentí y nos fuimos juntos hacia el comedor, en el camino, me cogió de la mano y yo le miré a los ojos y le sonreí.
Comimos en silencio, pero observándonos como si nos fuera la vida en ello. Fuimos a la habitación y en el momento en que cerré la puerta y me giré, vi su cara a pocos centímetros de distancia de la mía, vi que se acercaba y me aparté.
-No! -dije con tono estridente y seco- no quiero estropear nuestra amistad por un estúpido error.
Él se quedó en silencio y yo me fui a cambiarme al baño.
Cuando salí, estaba tumbado en la cama con el portátil en las piernas y los auriculares puestos, levantó ligeramente la cabeza y me sonrió, lo que me hizo decidirme en meterme con él en la cama  a escuchar la música que salía de su alma.
Me senté y me arropé hasta la cintura, le cogí un auricular y le dí un beso en la mejilla.
-Lo siento –dije tristemente.
-¿Porque? No tienes porque sentirlo, tienes razón, hemos congeniado bien y por estupideces mías no quiero estropear esta magnífica amistad.
-No son estupideces, son cosas normales, ¿que crees, que yo no tengo ganas de besarte? a veces, hay veces en que te devoraría y no dejaría nada para nadie, te haría mío, pero luego pienso en que lo podría estropear todo y me aparto de ti.
-Somos tan iguales pero diferentes a la vez, Carol. Me gustas, ¿vale?, jamás te haría daño, no seria capaz, y si lo hiciera no podría vivir, no me lo perdonaría jamás.
-Si de verdad lo dices, te daré una oportunidad, pero te aviso, mi mente es fuerte pero mi corazón, es el lugar más débil que jamás visitarás.
-No te defraudaré.
Me puse el auricular y posé mi cabeza sobre su pecho, pasé mi mano lentamente por su pecho y noté su corazón acelerándose cómo jamás sentí latir un corazón. Le miré a los ojos y le sonreí.

Love at first crazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora