Hay una chica, su nombre es “soledad”, su apodo “invisible”, su lengua nativa “silencio”.
Todos los días camina por los mismos lúgubres pasillos de este lugar llamado Escuela.
Todos la ven pero en realidad nadie sabe quien es. Y menos les interesa. Cada recreo la observó ir de un lado a otro, en busca de un poco de compañía.
De cierta forma, somos iguales, ambas estamos solas, a ambas la vida nos ha traicionado. O no. Llamale traición, llamale abandono, llamale golpe. Pero algo tenemos en común. No estamos solas del todo, hay muchos y muchas como nosotras. Personas a las que no toman en serio, a quienes se le ríen en la cara, a quienes les dicen que nunca estarán en la cima de la colina.
Sus ojos hablan por ellos, los rumores, vagos susurros que deambulan por los pasillos.
Esa es su equivoca realidad, pero la nuestra es la correcta para nosotros. Somos ellos, somos aquellos, somos quienes un día estarán por encima de quienes nos dijeron que no íbamos a lograrlo. Seremos diferentes a aquellas voces que hablaron erróneamente sobre nosotros. No diré que seremos mejores, porque al decirlo (o pensarlo) no lo seríamos. Pero les enseñaremos cómo se hace.
