2. 18 horas

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Horas faltaban para que la Purga comenzara y mi malestar empeoraba conforme las horas pasaban. El día de ayer un enmascarado se nos acercó a mi hermano y a mí durante las compras, deseándonos poder vernos esta noche. Su máscara blanca amarillenta y sonrisa tétrica grabada con pintura inició mi actual malestar. Antes de alejarse, vi al muchacho detrás de la máscara, guiñarme el ojo.

Incluso el mismo nos saludó fuera de la tienda, justo después de entrar al auto, llevándose la mano a la altura de las manos y volando un beso en nuestra dirección. Mi hermano se abstuvo a sólo fulminarlo con la mirada.

Ahora volvíamos de comprar balas para nuestras pistolas. En el último día, los locales bajaban exponencialmente los precios de sus productos, puesto que les convenía deshacerse de toda su mercancía antes de que la Purga inicie. Y mi hermano y yo aprovechamos dicha desesperación para la compra más importante.

Una camioneta blanca se encontraba parada frente a nuestra casa con el logo de la empresa de seguridad a un costado de ella. Mi hermano se alegró al verlos, pero su expresión rápidamente cambió. Detuvo nuestro vehículo, activó el freno de mano y salió de él, lanzando maldiciones y acercándose de manera algo agresiva a los hombres. Y en ese momento me di cuenta de lo que sucedía.

Estaban desmantelando nuestro sistema de seguridad.

(...)

- No me dieron explicaciones- murmuró mi hermano, marcando con fuerza los números de la empresa por trigésima vez. Caminaba por toda la casa, frotándose la frente y murmurando cosas inentendibles- Nos prometió la mantención del sistema. ¿Por qué nos haría esto?

- Por el dinero, quizá. Sólo piensan en negocios, Finn. ¿Qué esperabas?

- ¡Que no rompiera su promesa! ¡Lo juró por nuestro padre! ¡Él...

- No hay nada que podamos hacer- dije, abatida de mis propias palabras- Incluso si fue un malentendido, no restaurarán el sistema completo a tiempo. Lleva tres...

- Si, lo sé. Tres a cinco días instalarlo- azotó el teléfono contra la mesa y bajé la mirada. Nos mantuvimos en silencio un largo rato, la desesperanza respirándose dentro de la indefensa casa- Iré a hablar con los vecinos.

- ¿Qué?

- Les preguntaré si nos pueden resguardar durante la Purga- tomó su teléfono nuevamente y salió disparado al frente de la casa- Negociaré de alguna forma. Lo haré; te lo prometo.

A mi hermano le alteraba la idea de no poder protegerme. Se implantó a sí mismo la idea de que yo era su responsabilidad. Y yo me sentía de la misma manera; impotente. Un repentino odio hacia mis padres se despertó en mí. ¿Cómo pudieron dejarnos así? Nos abandonaron. Nos dejaron a nuestra suerte, sin aviso.
Pero así trabajaba la muerte; no avisaba ni advertía. Hundía su esqueletica mano en el fuentón y tomaba un puñado de vidas, llevandoselas adonde sea que vayan. Al cielo, a la nada misma o a una nueva vida. Nadie lo sabe hasta que es parte de aquel puñado que todos los días la muerte sacaba.

Mi cabeza dando vueltas entre la impotencia, la tristeza y la confusión, me dirigí a mi cama. pero antes tomé mi pistola, cargandola con las cinco balas que el cañon permitía. Giré el cañón de una palmada y lo inserté dentro del arma, un 'trick' resonando en las paredes de mi habitación. Oculté el arma bajo la almohada, con mi mano cerca y cerré los ojos, dejando salir un leve suspiro.

Un portazo proveniente del frente de la casa llegó hasta mis oídos. Instintivamente tomé el arma y me senté sobre la cama, para luego relajar mi cuerpo al oír la voz de mi hermano llamándome.

- Los Harrington nos recibirán en su casa- exclamó sonriente al llegar al marco de la puerta. Le sonreí de regreso y sentí mi pecho alivianarse- La única condición es ir sin armas y con un platillo.

Mi sonrisa se tranformó en una delgada línea luego de apretar los labios. Sabía que los Harrington eran pasivos y que estaban en contra de la Purga, pero no que su hogar era un templo desarmado. No había forma alguna de que no entraría en esa casa sin algo con que defenderme a mí y a mi hermano.



Doce horas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora