Siempre Nos Quedará París

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P.O.V. Severus

Luego de la boda, Harry y yo estábamos adaptándonos a nuestra nueva vida como esposos. ¡Por las barbas de Merlín! Qué raro sonaba. Bien, pero raro. Harry ya vivía conmigo desde antes, así que no hubo problemas con esa parte. El problema real venía de la prensa.

Cuando se supo que ya estábamos casados, la prensa se dio un banquete con la noticia. Sobre todo esa bruja de Skeeter. Además de esa sarta de mentiras a las que llamó "Snape. ¿Canalla o Santo?", tuvo la osadía de escribir que nuestra boda solo era un ardid para aprovecharme de la fama del Salvador del mundo mágico y "limpiar" mi nombre.

Harry ignoró cada artículo, por sugerencia mía. Desde aquellos remarcando nuestra obvia diferencia de edades hasta aquellos que eran abiertamente acusaciones de "estarme aprovechando de un muchacho emocionalmente vulnerable". Mi paciencia estaba llegando al límite (a pesar de mi innata resistencia a los chismes de los tabloides, no era de piedra) y me fui de la casa un día.

No le dije a Harry. No quería que se preocupara por mí. Pero ese fue mi primer error.

Me fui a París. Nuestra ciudad. Aquí había sido nuestro primer San Valentín y aquí fue donde le pedí matrimonio. Este lugar tenía dos de mis memorias más felices. Por eso me calmaba estar aquí. Siempre fui una persona solitaria, mis problemas eran míos y solía resolverlos por mí mismo. Nunca me gusto eso de "compartirlos", sentía que era darle demasiado poder a una persona sobre mí. La excepción fue Rossie, ya que más que compartirlos con ella, ella logró verlos a través de mí, no los compartí, simplemente afirmé o negué lo que para ella fue evidente.

Caminaba sin rumbo por la ciudad, debí haber pasado más de una vez por cada punto de la ciudad, estoy seguro de que al menos pase dos veces por el Louvre, y mis pasos siempre me llevaban a dos lugares, el bistró y la torre Eiffel. Ya era hora de comer algo, así que entre al bistró. Mesa para uno. Pedí pollo al vino, uno de mis favoritos y mientras comía, recordé ese primer día solos, ya sabiendo que lo amaba. Sus risas, su timidez, esa mirada un poco ausente cuando pensaba seriamente en algo, nuestras confesiones sobre la guerra, nuestras debilidades. ¿Cuánto más podía uno enamorarse de alguien? Incluso sus defectos me hacían quererlo aún más. Pagué y me fui de ahí hacia la torre Eiffel.

Pase primero por el parque donde vimos juntos cuando encendían la torre, ese hermoso San Valentín, no había variado mucho desde que fuimos, aún estaba ese carrito de café, seguía habiendo parejas dándose besos, robando minutos al día; familias paseando y muchos turistas esperando cuando encendieran la torre. Las luces me llevaban de vuelta a ese día, al brillo infantil de sus ojos, a esa inocencia que me capturaba cada que veía a esas esmeraldas. Que me perdían por completo.

En cuanto cayó la noche, caía una verdad absoluta sobre mis pensamientos. La única verdad a la que debía aferrarme era a él. Lo amaba, me amaba, nos amábamos tanto, que cuando dimos nuestros votos, solo pareció un trámite, ambos ya habíamos prometido todo eso mucho antes de hacerlo ante otros. Desde ese día en que ambos confesamos lo que sentíamos uno por el otro, prometí que mi ser entero sería de él y solo de él. Y esperaba que él fuera mío, por completo.

Aun ahora, ya casados, se sentía tan irreal, como un sueño, y era uno del que esperaba nunca despertar.

Esa primera mañana, luego de habernos casado, solo podía pensar en lo jodidamente afortunado que yo era. Veía sus ojos a diario, pero era la primera vez que lo sentía parte de mí, parte de mi vida; ya no era nunca más "solo yo", éramos "ambos". Y entonces caí en la cuenta de que había cometido un error enorme al venir aquí solo, que debí haberle comentado mis temores, mis frustraciones. Nunca más tendría que enfrentar la oscuridad solo. Y yo tampoco dejaría que él lo hiciera, lo acompañaría cuando lo visitaran sus propios demonios.

Páginas Sueltas: Otra Oportunidad Para SeverusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora