Malas lenguas

17 5 0
                                    

Estaba a punto de entrar en mi casa una vez más. Después de la universidad estaba bastante cansado, y no tenía ganas de hacer gran cosa, pero pese ser un día normal estaba bastante abatido. Tal vez se debía a que había terminado con mi novia hacía apenas un par de semanas, o tal vez se debiera a la semana de duro trabajo por la que acababa de pasar, no lo sé.
De repente escuché una voz que me llamó, una voz familiar que me arrancó de mis pensamientos. Busqué su procedencia y vi a María que venía corriendo hacia mi a gran velocidad. ¿Qué le pasaría? ¿No se suponía que habíamos cortado? A decir verdad no entendía aun la razón por la que cortamos. Solo sé que un día vino llorosa a mi casa, como si yo hubiera echo algo terrible, peleamos y al final decidimos dejarlo.

Tal vez me pasara un poco con la pelea, lo reconozco, pero es que yo no entendía de lo que ella me hablaba, y sus comentarios acusadores me dolían tanto como si me clavaran cuchillos directamente al corazón.

Por fin llegó a mi lado, respirando con fuerza para recuperar el aliento antes de decir nada. No pude evitar darme cuenta de que parecía emocionada y afligida al mismo tiempo...

- Miguel... Ah... Te he... Te he estado buscando...

- Bueno, pues ya me tienes aquí, ¿qué te pasa?

Su sola presencia hacía que recordara todo por lo que pasamos anteriormente, los buenos y los malos recuerdos. Las noches en vela en la que nos ayudábamos con los exámenes de la universidad, las risas, las citas, las peleas... la pelea...

- He venido... - Siguió, esta vez con más fluidez - He venido a pedirte perdón, a contarte lo que las malas lenguas y las envidias hicieron para separarnos... He venido... He venido a sincerarme... Miguel, lo siento, me dejé engañar por falsas amigas. Perdóname.

No quería que siguiera hablando, no era necesario. Estaba aun dolido por lo que había pasado, pero en realidad yo la seguía amando, y ahora que entendía en gran parte lo que pasó, no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Yo la amaba, amaba a María, y aún hoy la sigo amando, más que la primera vez que nos vimos, con sus virtudes y sus defectos.

No pude evitar que una lágrima cayera de mis ojos por lo tonto que fui. La abracé, le pedí perdón. Si alguien tenía que disculparse, era yo.

Nunca olvidaré esa dificultad por la que cruzamos, del mismo modo que no he olvidado ninguna de las otras, pero esa la recuerdo con especial cariño, puesto que pese ser una de las mayores, estábamos más unidos después.

-----

El anciano cerró el libro mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas antes de girar la vista hacia el féretro. Después de 53 años de matrimonio, tres hijos y grandes dificultades, María se había ido, más bella que nunca, y él quedaba sumido en una gran tristeza. ¿Qué haría ahora sin el amor de su vida?

Los Escritos de un Jóven EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora