El ratón piadoso

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En un pueblecito de montaña, donde todo el mundo conocía a todo el mundo, un sacerdote rezaba arrodillado ante el altar mayor. Tan metido en su oración estaba que casi creyó que soñaba cuando un cuerpecito supersónico cruzó por delante de él y se paró en frente del altar mayor. Se fijó para ver lo que era, y cuan grande fue su sorpresa al ver que se trataba de un pequeño ratón que hacía una reverencia ante el altar antes de proseguir su marcha. El sacerdote no salía de su asombro, y su mente le decía que a lo mejor estaba muy cansado y que simplemente lo había soñado, pero una parte de él le decía que no, que eso era real. Sin embargo, al final el sacerdote le restó importancia y siguió con sus oraciones.

Al día siguiente volvía a rezar ante el altar mayor, y algo le hizo sentir como el día anterior, principalmente el pequeño ratón que volvió a aparecer para hacer la reverencia ante el altar mayor. Esta vez el sacerdote estaba seguro de haberlo visto, sabía que el ratoncito estaba en la iglesia. Sin embargo se le hacía extraño el echo que hiciera una reverencia. Así pues, fue pasando el tiempo, y el sacerdote veía a diario al ratón hacer la reverencia. No lo expulsó de la iglesia porque no molestaba a nadie, y además la gente que frecuentaba la iglesia y conocía la historia empezaron a cogerle cierto cariño, y entre la gente del pueblo lo apodaron como el ratón piadoso.

Sin embargo, un día llegó un gato al pueblo, y este gato llegó frente de la iglesia, desde donde lo vio el sacristán, al cual siempre le habían encantado los gatos, por lo que no pudo esperar consultarle al párroco si se lo podía quedar y rápidamente lo adoptó. Tal vez el sacristán fuera muy ingenuo, muy despistado o que tuviera más fe de la que se cree, pero es harto sabido que la combinación de un gato y un ratón nunca es buena, al menos no para el ratón. Por eso no es de extrañar que el ratón piadoso que tanta fama se había ganado desapareciera súbitamente, y la gente del pueblo, dolida por la noticia, no pudieron ver con buenos ojos a ese gato que había acabado con lo que casi consideraban como un buen feligrés de la parroquia.

Los Escritos de un Jóven EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora