3. La luz de tus ojos.

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Después de mi encuentro con el chico de la obra, me he encaminado hacia el comedor. Tengo un nudo en el estómago y no traigo nada dentro. Comienzo a sentir punzadas en la cabeza.

Puedo pedir una pastilla, pienso.

Al llegar al comedor me acerco a donde se encuentra la cocinera. Se que debería ir a dirección pero mi cabeza no me deja pensar. Una señora regordeta aparece en mi campo de visión. Me recargo en la barra mientras aprieto mi cabeza, me duele.

—¿Qué vas a querer? —pregunta acercándose.

No consigo responderle hasta unos segundos después. El dolor se ha calmado un poco. Mis ojos van a los suyos. Sus ojos me miran con atención.

—¿Tiene pastillas y agua?

Asiente en respuesta y se gira dispuesta a dármelas. Momentos después estoy sentada en el comedor, viendo la hora en mi celular. El dolor de cabeza aun sigue ahí, sin querer irse.

Consigo entrar a la próxima clase casi rozando. Pregunto que ha sido lo que ha puesto el profesor y agradezco después de saber que no han hecho nada. El dolor disminuye conforme pasa el tiempo y para la ultima hora de clase ya estoy como nueva. Reviso la hora antes de salir del aula y me percato de que ya son las doce.

—¡Con profundidad, Esperanza! Aunque estés de relleno puedes hacerlo mejor.

La voz de Lucia llena mis oídos e interrumpe la tercera vez que trato de actuar. Soy consciente de que no estoy dando mi esfuerzo completo, solo lo hago y ya. Lo estoy haciendo correcto, no entiendo porque me pide que lo haga con “profundidad”. Discretamente suspiro antes de asentir y volver a entrar en escena.

—¡Observad! Hay una afrenta —susurro acercándome a hacer montón junto con el resto de las chicas alrededor de dos chicos.

Siento una mano envolver la mía y girarme. Encuentro a la pelirroja sacudiendo su coleta en forma de negación.

—No, no. Esperanza, con emoción.

Suspiro frente a ella. No puedo hacer esto. Siempre lo intento, y termino lográndolo pero la cosa no es así. Esto no es como aquella vez que pinte y gane, ya no tengo diez ni a mi familia, es un compromiso escolar que debo de cumplir. Definitivamente se me dan otras cosas pero esto no. Niego con la cabeza.

—Lucia, no puedo hacer más, no se me da —trato de explicarle.

—Yo se que sí, solo tienes que seguir intentando —me sonríe.

Abro la boca pero antes de que pueda emitir alguna oración que la haga desistir una mano se posa en mi hombro. Y por primera vez, desde hace tiempo, una sensación electrizante me detiene.

—Lu, creo que ya esta bien, hay que seguir con la obra —es la voz de Alejandro.

Su presencia detrás de mi deja estragos. Estoy nerviosa, muy nerviosa. Miro el rostro de Lucia sin poder emitir palabra. La pelirroja mira detrás de mi, a él, antes de apretar los labios y asentir. Suspira, dando a entender que ha accedido a dejar de presionarme como una loca. Al continuar con el resto de la hora del ensayo no puedo pensar en muchas cosas, mi cabeza parece haber quedado en blanco y he dejado olvidado muy en el fondo, lo que pude haber estado por decirle a Lucia en esos momentos, al igual que el hecho de que no me gusta  tener a la gente cerca.Al finalizar el ensayo, cada quien toma su camino.

El resto de la semana parece transcurrir demasiado rápido, los días se me escurren de las manos y sin darme cuenta como, ha llegado el viernes. La alarma suena a lo lejos, como música de fondo en mi mente. Me pongo de pie y camino de forma lenta al baño. Me veo a mi misma y pienso en sid de la hera de hielo cuando arrastra los pies y se rasca el trasero. Me sorprendo a mi misma cuando pienso esto. Ni siquiera soy tan graciosa. Tiempo después estoy a dos minutos de mi salón, camino entre el grupo de mi aula que van en la misma dirección que yo. Reviso la hora y veo que casi dan la siete. Suspiro y sigo mi camino. Me acomodo en algún banco de las filas ubicadas a mediación.

Una luz para EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora