«Capítulo III»

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Amanda miró a Albus de arriba abajo, cuando éste le abrió la puerta. Sabía quién era, porqué y para qué estaba allí, y la idea no terminaba de agradarle por completo.

—¿Va a pasar, señorita Collin? —con una mirada altiva, Amanda ingresó a la casa de Madelein. Se sentó en el sofá pequeño junto a la chimenea y buscó inmediatamente con la mirada, la presencia de su compañera. —Maddie, fue por unos pasteles a la vuelta, aseguró estar aquí en cinco minutos.

—Así que ya han entrado en confianza. ¿Acaso le ha explicado su condición? —el hombre supo inmediatamente a qué se refería. Ella lo había investigado, sabía cosas, tal vez de parte de su oscura familia. Y aunque sólo era una suposición,  seguramente no se equivocaba.

—¿Eso supone un problema para usted? —su conversación quedó por zanjada cuando la puerta se abrió. La rubia había ingresado con una sonrisa en su rostro y una bolsa de papel en sus manos, que desprendía un aroma agradable.

—Lamento la tardanza —se disculpó, Dumbledore la ayudó a cargar con las cosas, mientras ella cerraba la puerta. —Collin —saludó con un asentimiento de cabeza. —Carter me envió anoche los expedientes que necesitaremos, está todo ahí. —ésta bajó la mirada a la modesta mesita del costado y arrugó los labios con indignación.

—Perseguimos a un criminal que ha estado al menos en tres continentes ¿y sólo hay esto? —eran tres carpetas, tal vez con diez hojas cada uno, sus rutas eran inexactas, sus paraderos improbables y sus secuaces imposibles de localizar, si es que tenía alguno. Sólo había un recuento de eventos recientes y sólo un par, de años atrás. No se sabía más de lo que en aquellos papeles decían.

—Por eso necesitamos a Albus. —el aludido ya estaba con ellas y Amanda volvió a perforarlo con la mirada.

—¿Y crees qué un profesor de Transformaciones, hará una diferencia? Es increíble que nos lo hayan asignado, ni siquiera sabemos realmente si se puede confiar en él con respecto a su pasado.

—¿Qué no me estás diciendo? —soltó Madelein sin más. Amanda cerró la boca inmediatamente, había hablado de más, claramente. Se había dejado llevar, también.

—Olvídalo.

—Necesitamos ayuda, Mandy. No podemos solas con esto, no conocemos a Gellert más de lo que hemos escuchado, debemos encontrarlo, adelantarnos a él.

Esa mañana no se dijo nada más, desayunaron y empezaron a trabajar inmediatamente. Pasando de largo el almuerzo y parte de la merienda, entre cafés y caramelos de limones, los tres se habían compenetrado a sólo hacer su trabajo. Para eso de la noche, ya yéndose el inoportuno sábado, después de que Madelein preparara unos simples sándwiches, lo dejaron.

—Bueno, al menos ya tenemos un objetivo —dijo Amanda tomando su sobretodo de cuero del perchero. —Trataré de hablar con el jefe, para que prepare todo para nuestra expedición  —miró a la chica y luego a Albus apoyado en el umbral de la puerta que daba a la cocina. —Te mandaré a Andrómeda, en cuanto sepa algo.

—Está bien. —Collin se marchó y Madelein dejó escapar un suspiro lastimero. —Lo siento tanto, Albus —él le sonrió desde dónde estaba y luego se acercó a ella.

—Descuida, estoy acostumbrado, tanto a deslumbrar como a provocar odio, prácticamente, con la misma facilidad. Lamento yo, ponerte en discordia con ella por mi causa.

—No debería ser así. Aunque ¿por qué parecía qué se conocía con tanta familiaridad? —Dumbledore se vió tomado por sorpresa por ello.

—No quiero que tengas un mal concepto de mí.

—¿Por qué lo haría?

—Digamos que todas tus ilusiones acabarían por terminar en el suelo. —murmuró con obviedad, a lo que Maddie se ruborizó escandalosamente. —Es mejor que todo permanezca en el camino que desde un principio trazamos. Espero que eso no te importe. —Albus sonrió nuevamente y pasó su dedo por la mejilla pálida con ese tinte rosa aniñado de Madelein, prácticamente por impulso. Y dándose cuenta de ello, retrocedió y aclaró su garganta. Algo en sus ojos azules, los tiñó de confusión. —Buenas noches, Maddie. Espero que puedas descansar. —Se giró y caminó hacia las escaleras. Madelein escuchó la puerta de su habitación cerrarse y se quedó allí en un profundo silencio en medio de su sala de estar.

¿Qué demonios acababa de suceder?

Nunca se había sentido tan vulnerable en toda su torpe vida. Miró hacia arriba y casi sin darse cuenta se llevó su mano al lugar dónde Albus había rozado con su dedo.

—Por las barbas de Merlín.

Aliados o EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora