«Capítulo VI»

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Los platos floreados, los cubiertos de plata y las servilletas de la más delicada tela se acomodaron por sí solas sobre la larga -y un tanto lúgubre- mesa de algarrobo mientras que, unas cuantas bandejas de bocadillos le siguieron detrás dejando a su paso un tentador aroma dulzón de lo que sería sin duda, una deliciosa cena. Pero, para Maddie, aquella hermosa magia ya había dejado de encontrarla maravillosa, el hogar de su tía había dejado de ser encantadora y su corazón, principalmente, había abandonado la idea de latir alegre por cualquier cosa.

Dejó escapar un suspiro y ajustó su bata amarilla para luego caminar hacia la cena que no la entusiasmó como sí lo hubiera hecho en un pasado. Sus hombros caídos, su cabeza gacha y el ruido de sus pies arrastrándose sólo demostraba lo deprimida que realmente se encontraba. Era un estropajo, viejo y roído sin ganas de seguir existiendo.

—Me das pena —dijo su tía cuando entró detrás de ella con un extravagante atuendo azul prusia. Sus joyas brillaban tanto como su cabello rubio cenizo y sus zapatos impecables destellaban como un diamante —, me deprimes, en serio, querida.

—La transformación me ha quitado toda la alegría que tenía.

—La transformación te debilita, no hay duda, pero no quita.

—Como tú digas.

—Pronto descubrirás el sentido de la "transformación" de esta familia y dejarás de lamentarte, créeme —un elfo se acercó a ella con un vaso de brandi —. ¿Quieres un trago?

—No, gracias, no quiero convertirme en alcohólica —la mujer la miró fijamente —. ¿Qué?

—Deberías ir a visitar a tus padres —Maddie bufó mientras se cruzaba de brazos —, llevas tiempo sin llevarles un regalo.

—Están muertos, tía Agnes, muertos. Dudo que se molesten por ello —ella se tomó el brandi de un solo trago —. No tengo apetito —susurró y sin darle tiempo a detenerla, Maddie se había marchado como había llegado.

Agnes chasqueó la lengua, dejando de lado aquella expresión desinteresada por una más apenada. Nadie más que ella entendía por lo que estaba pasando. Esa era la razón por la que aquella gran mansión no hacía más que llenarla de soledad. Disfrutaba la visita de Maddie más que nada en el mundo, la alejaba de los fantasmas de su pasado, de las incontables lágrimas, de las desilusiones... No toleraba verla tan desahuciada.

La encontró tendida en su cama, con el rostro escondido en las almohadas en completa oscuridad. Chasqueó sus dedos y las luces de todas las habitaciones se encendieron, escuchó el quejido de la muchacha de fondo mientras ella escogía un cojín para sentarse en el sillón frente a la cama.

—Bien, te contaré una historia.

—No tengo cinco años, tía Agnes.

—Cierto, pero lo haré de todos modos —Maddie se reincorporó con desgano y se sentó en la cama para mirarla —. Cuando era pequeña soñaba con ser una jugadora de Quidditch a pesar de los mediocres planes de mis padres. Sabía que nada me detendría, porque no dejaría que lo hicieran y lo hubiera logrado si no me hubiera enamorado. Era un hombre terrible y lo supe después de haberle salvado la vida transformándome en esa cosa. Tenía sólo veintidós años aquella vez; hay muy pocas situaciones que puedo borrar de mi memoria fácilmente, su rostro horrorizado no es una de ellas —sonrió, aunque su sonrisa no iluminaba sus hermosos ojos —. El amor es a veces cruel, mi niña, aunque nos enseña a fortalecernos en muchos aspectos. Decidí que mis padres manejaran mi vida, me casé, enviudé meses después y me quedé sola con una gran fortuna que no llena mis vacíos y mucho menos mi corazón.

—Lo lamento.

—Está bien, no es culpa de nadie. Sin embargo, no era exactamente lo que quería que escucharas —se acercó a ella  y la tomó de las manos —. Te diré el secreto mejor guardado de la familia —la miró a sus ojos —, nadie se ha convertido en una bestia para siempre. Lo usé seis veces y aquí sigo.

—Pero en las cartas...

—Nuestra familia siempre ha intentado ignorar su verdadero poder. Así que ocultarlo era preciso para ellos, en especial porque sólo las mujeres podían utilizarlo con mucha más facilidad que los hombres. Eran unos cerdos machistas —se encogió de hombros —. No perderás tu humanidad y muchos menos tu dignidad. Debes sentirte orgullosa de lo que eres y de lo que te haz convertido. Así que, regresa a tu trabajo, vive una vida normal, captura a los malditos criminales y sé tú misma.

—Gracias, tía.

—Ah, por cierto,  tu amiga no ha dejado de llamar.

—Sabe usar el teléfono, eso es una sorpresa —ambas rieron.

—Esa es la Maddie que conozco. Sé que amas tu trabajo, no lo dejes por una estupidez como la "naturaleza Le Frey". Sé feliz, aún si no te corresponden, pero haz el bien y no termines como yo. ¿Lo prometes?

—Lo prometo.

No regresó al siguiente día ni lo hizo después de ese. Se cumplió una semana exacta y los pisos de su apartamento se lo reclamaron cuando hizo acto de presencia en su residencia. No tardó en sonreír, estaba en casa después de grandes dilemas e innumerables tasas de té con profundos y reconfortantes consejos de Agnes Le Frey. 

Ahora, ya estaba ahí. Era lo único que importaba. 

Dejó su maleta en el suelo y se sacó su chaqueta, tenía un largo día de arreglos antes de volver al departamento de Aurores. Imaginaba que le esperaban pilas de reportes, documentos que firmar y un caluroso combo de reproches por parte de su mejor amiga y compañera del escuadrón que ambas lideraban. 

—Regresaste.

Maddie se quedó inmóvil por un pequeñísimo instante, tardó otro par de segundos en tomar el valor de girarse y ver finalmente a Albus Dumbledore entrando por la ventana de su cocina como si nada.

—Hay una llave debajo de la maceta de afuera.

—Oh, eso podría haber sido una solución lógica —Maddie soltó una pequeña risa mientras se ataba el cabello.

 — ¿Un té? —preguntó con amabilidad. No era extraño viniendo de ella pero Albus no se sentía cómodo con su renovado entusiasmo.

Aún no comprendía por qué.

—Suena perfecto.

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⏰ Última actualización: Aug 17, 2019 ⏰

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