Midori

Oraciones

Hola a todos. Yo quería agradecer a las personas que casualmente lleguen a pasar a leer, a votar o a comentar. Estoy muy agradecida y aunque no lo parezca, también me sentiré afortunada el que disfruten de mi historia. 

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Capítulo II

Aquella mañana había resultado ser verdaderamente calurosa. Los rayos fuertes del sol, habían calentado el interior del automóvil de color gris de mi madre. Entrecerré los ojos al sentir la luz dándome en el rostro directamente. Mis brazos desnudos comenzaron a arder bajo la inclemencia del sol y el bochorno.

La hierba, junto con los arbustos verdes, comenzaban a hacerse un poco más amarillos de lo que podían haber sido en otoño.

El cantar de las cigarras se escuchaba al igual que el zumbido de la electricidad recorrer los gruesos cables negros que colgaban de los postes.

Todo el entorno estaba envuelto en una claridad casi blanquecina, cruel y desgarradora.

Por un momento pensé en regresar adentro, bajo el resguardo de la sombra y la frescura de mi hogar, pero las palabras de mi madre que me decían que me apurara en entrar al auto, me habían hecho regresar a la realidad de manera abrupta y escabrosa.

Mi cuerpo retrocedió tras abrir la puerta del copiloto, ya que una ola de inmenso aire caliente, salió para poder importunar mis sentidos. Comencé a sudar al igual que un cerdo bajo las ígneas llamas de las brasas. Me rehusé de inmediato a entrar, pero de nueva cuenta, mi madre, obligó a que dejara de actuar como una niña de diez años.

Los asientos de piel estaban verdaderamente calientes, mis piernas descubiertas comenzaron a ponerse rojas y a despegarse de la cobertura negra. Por su parte, mi madre, ni se inmutó por lo caliente que se encontraba el interior del auto.

Tomé la cobija que estaba sobre el asiento trasero para poder ponerla en mi lugar, justo debajo de mis piernas, ya que de esa forma, no sentiría mi piel uniéndose a los tejidos de la tela de los asientos.

Abrí de inmediato la ventana, giré la palanca hasta que esta quedó dura y el vidrio completamente abajo. Saqué la cabeza para poder tener un poco de ventilación, pero la luz del sol dio directo hacia mi cabeza, justamente en la parte en donde nace el cabello. De inmediato, me introduje por completo para poder estar bajo la sombra del interior. En verdad que ese día era igual al interior de un horno. Me creí exagerada al comparar la temperatura al igual que la del mismo infierno.

Mi madre prendió el radio para poder introducir aquella cinta de Itsuki Hiroshi con Teresa Teng que le había regalado en uno de sus cumpleaños; otro martirio más que tendría que soportar durante todo el camino.

Al ritmo de la estridente voz del hombre y la melodiosa voz de la mujer, comenzamos a avanzar por entre el sendero de tierra. Nosotras vivimos muy alejadas de la ciudad, estamos a lo que se le podría denominar el campo, y eso es por nuestra simple historia.

Según mi madre y mi abuelo, nosotros provenimos de una de las familias alfas más prestigiosas que había en la antigüedad, pero el líder alfa, en aquella época había quedado en la bancarrota. Como castigo por la humillación y deshonra, su familia entera, había quedado desterrada de la ciudad principal. Para mí no eran más que tonterías, ya que sí uno se lo proponía, en la actualidad, fácilmente podría uno salir del campo e ir a la ciudad para poder hacer una vida y olvidar ese pasado que nos obligaron a llevar a cuestas.

Pero en fin, mi familia aun conserva algunas costumbres y tradiciones que ya no se usan, o que son mal vistas ahora por los jóvenes.

Uno de los tantos planes que tengo en la cabeza es el de huir, pero mis piernas se detienen al conocer mi situación: soy una omega de veintisiete años, sin trabajo, sin estudios, no sé hacer otra cosa que no sean las tareas del hogar. Toda mi vida me han preparado para servir y obedecer a mi alfa, ese es el destino que me impusieron tanto mi madre como mi abuelo.