Esqueleto

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—¡Camina con cuidado! Esta escalera es un milagro. ¡Es increíble que resista!

—¿Por qué está aún? Han pasado muchos años. ¿Por que no está podrida?

—Probablemente la humedad es adecuada —opinó Luciano—. Es una ventaja que en esta zona de la ciudad no haya filtraciones de salitre. Ya no tendríamos casa y este espacio se hubiera arruinado.

Llegaron a una habitación de cinco metros de lado. Había, apiladas en la pared del fondo, cajas grandes de madera. Al mover una de ellas, Luciano comprobó que estaba vacias excepto, tal vez, por viruta de madera. Sonaba como que algo liviano se deslizaba dentro.

Sin saber qué pudieron contener, las imaginó llenas de botellas de vino. Ninguna etiqueta o leyenda arrojaba luz sobre aquel antiguo contenido.

Sandra se quedó detrás de él en todo momento, aferrada al brazo y a la mano de su marido. Mantenía en el pensamiento a su hijo dormido. La historia del pequeño fanfasma le tenía el corazón en un puño. Pero Sandra no era el tipo de mujer que demostrara cuánto le afectaban las cosas. Siempre fue fuerte para su familia.

O pretendía serlo.

En la oscuridad, sin embargo, podía darse la pequeña licencia de encogerse al costado de su esposo que hacía muy bien el papel de proveedor, cuidador, valiente defensor. En esa intimidad, los roles de siempre tenían más sentido que nunca.

Pero sus ideas sobre la conveniencia de ser o no ser, se esfumaron cuando la luz blanca e intensa reveló un rincón debajo de la escalera.

Un muchacho.

Lo había sido.

Lo que quedaba de él era un esqueleto acostado en el suelo, abrazando su propio cuerpo. El tejido seco, adherido a los huesos, mantenía a los huesos en su sitio.

—¡Era verdad lo que dijo Ángel! ¡Mira su ropa! Este muchachos lleva siglos aquí.

—Deberíamos llamar a la Policía.

—¿Crees?

—¡Luciano, es un cadáver! ¡Si no lo reportamos de inmediato podemos meternos en un lío! Ni siquiera deberíamos tocarlo.

—Pero ya tiene mucho tiempo aquí, nadie sabe de su existencia. Ni modo que nos acusen de asesinato.

—Por el momento no lo toquen —dijo Mina, que bajaba las escaleras con suavidad. De reojo, Sandra se percató de que la mujer, para ser aún más rara, empezó a murmurar cosas a la pared, dando la espalda al matrimonio.

Cuando terminó de decir lo que tenía que decir a la pared, se unió a ellos para contemplar el cadáver de ese pobre chico.

—¿Cuánto tarda alguien en morir de hambre?

—Este inocente era un muchacho sano y bien alimentado —opinó la anciana—. Tardó días, pero lo que lo mató fue la sed —respondió la anciana, mirando lejano a través del cadáver. Contemplando el infinito de su trágica historia.

—¡Cómo pudo hacer eso! ¿Era su padre? ¿Cómo tuvo la maldad de hacer esto?

La vieja sonrio sin alegría. Era una mueca atemorizante, casi asesina.

—Bien podemos preguntarle y de paso, tratar de averiguar cómo lo sacamos de esta casa.

Luciano aceptó. Mina extendió la mano para entregar una bolsa negra para basura.

Meter un cadáver en ella no parecía buena idea.

—Deberíamos al menos sacarle una foto.

—¿Para qué? —preguntó Luciano, exasperado.

—Para mostrarsela a la Policía y...

—¡Sandra, entiende! ¡No vamos a llamar a la policia! ¡Nadie mas que nosotros y Doña Guillermina, aquí presente, va a saber esto! ¡Lo metemos en esta bolsa, lo sacamos de la casa y lo llevamos a dónde debamos, a un cementerio o a ver a dónde y acabamos con esto. Debería haber traído guantes.

—¿Es que sabías que ibas a meter un cadaver en una bolsa? ¿Ya sabías esto? —gritó Sandra, arañando con la punta de su sanidad mental el borde de la histeria.

—La bolsa no es para meter al chico ahí —exclamó la vieja— ¡Yo nunca lo trataría con tan poco respeto! ¡Vamos! ¡Saquen todas las cosas que están ahí. Les diré que hacer.

🌾

—¿Misha?

Ángel entendía poco. Y el cuerpo le respondía menos aún. No podía ver nada detras de los rizos enmarañados que tenía sobre la cara. No sabía si Misha estaba riendo o llorando. Tampoco que hora o que día era, porque con la luz eléctrica al mínimo y las cortinas cerradas, su habitación mantenían una penumbra bienvenida para sus ojos, que todavía no enfocaban muy bien.

Tenía sentido que se sintiera tan cansado. Estuvo toda una vida metido en el sueño de otro. Con mucho esfuerzo, levantó la mano para dejarla sobre la espalda de Misha y a cambio, sintió el estremecimiento de su enamorado. Todo iba a ir bien. No se dio cuenta cuando lo atrapó el sueño, pero esa vez era suyo totalmente. Su cuerpo necesitaba recuperarse.

—¡No sabes lo...! —Misha quería decir cuánto lo extrañó, la falta que le hacía pero guardó silencio. No quiso perturbar a su novio mientras respiraba con profundidad y dormía tan apacible. Se recostó a su lado y se quedó dormido pronto, muy ajeno a lo que iba a pasar en el sótano.

HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora