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Abrí mis ojos y del techo colgaba un cohete. Fue lo primero que vi después de la oscuridad que hay mientras se duerme. Entraba una luz triste por la ventana. Las nubes curtían la ciudad como un mendrugo sucio. Rodé sobre mí mismo para quedar cubierto por la sábana, como una mortaja. Sin necesidad de arrancármela me senté en el borde de mi cama frotándome los ojos. Aún tenía las últimas nieblas del sueño. Estiré mi mano y tomé el teléfono que titilaba sobre mi mesa de noche, apagué la alarma y lo dejé de nuevo en su sitio de siempre. Después de ver la hora, decidí ponerme de pie para ir al baño, no sin antes correr la cortina y darle un poco más de vida a mi habitación. A través del cristal de la ventana cerrada vi los tejados vecinos con agua estancada. Las ruinas de una noche lluviosa. Salí del hermético lugar ansiando una ducha y algo caliente de tomar.

Mientras me duchaba no podía dejar de pensar en el sueño que había acabado de abandonar. El vapor del agua caliente facilitaba perderme y ver en él las imágenes de mi subconsciente. No me gustaba soñar, los sueños son los delirios de una mente hiperactiva. Esa noche mi razón parecía haber tomado ciertas libertades imprudentes. La neblina del baño se convertía en las nubes de un cielo verdoso. Por debajo de éste, miles de techos oscurecidos por ceniza que se elevaba con el aullido del viento. El negro de mis zapatos no se podía distinguir de donde me encontraba parado. Detrás de mí, una enorme chimenea se alzaba y de ella salía más y más hollín. Miré hacía todos lados y nada interrumpió esa extraña calma.

Respirar me costaba un poco y ese poco pasó a un mucho cuando un vendaval me abofeteó el rostro, cubriéndolo de polvo negro. Cerca de donde estaba y en medio de difuminos, una silueta surgió de la nada. Dando ligeros pasos hacia atrás, me hice uno con la chimenea mientras unos dedos exprimían mi cuello. Todo el polvo entró por mi boca mientras mis pulmones llamaban oxígeno. Mi pecho se infló y justo donde está ubicado el corazón brotaba una luz que me cercenaba la piel. Paralizado y desesperado, ver el cohete de mi móvil fue todo un alivio.

De reojo me vi al pasar de largo por el espejo que normalmente tienen los baños. Un joven escuálido con cabello largo y nariz demasiado grande para el resto de su rostro. Al salir al pasillo escuché el ruido de la tetera que viajaba a través de las paredes desde el primer piso. La rutina de mi hermano Tomoya constaba de levantarse muy a las 5.00 am, ver las grabaciones de sus shows de tv favoritos de 5.30 a 6.00. Salir a las 6.15 a dar un paseo matutino y volver a las 7.00 para preparar el desayuno. Aparte de eso y su vida como estudiante de Matemáticas en la universidad de Tokio, yo no conocía a qué más dedicaba él su existencia.

Entré a mi habitación tentado a apurarme por el delicioso aroma de la cocina. Cuando terminaba de vestirme, noté algo extraño. Analicé con los ojos entornados qué era lo que no encajaba. Examiné, muy rápidamente, estantes, libros, ropa, la cama aún sin hacer, la mesa de noche, la ventana abierta, el escritorio, el ordenador apagado... sin dudarlo de un paso me acerqué y cerré la ventana. El aire se tibió nuevamente y mi condena empezó justo en ese momento. Inmediatamente caí en la cuenta de lo que verdad ocurría. Mi teléfono no estaba. Uniendo todo como los rompecabezas que jamás me rompieron ninguna cabeza, me hice una hipótesis algo ridícula. Grité a Tomoya. — ¿Tomaste mi teléfono? —Con un rotundo no continué la búsqueda a medio vestir. Corrí las sabanas, moví los libros. Me asomé bajo mi cama Nada. Con el rabillo del ojo leí: 7,57 en el reloj de pared con forma de gato. Con el tiempo posado en mi espalda dejé a mi imaginación mover un dedo, aunque era obvio que no tenía sentido alguno. La ventana fue abierta, entraron y tomaron mi... Ring... de un salto seguí el sonido, moví la mesa de noche y ahí estaba. Que torpe, me dije. Siendo casi las ocho y con seguro un retardo ya con mi nombre, deslice mi dedo para desbloquear el aparato. De primer plano me recibió la lista de contactos y ''YO'' estaba seleccionado. Muy claramente se veía mi número mientras en las notificaciones titilaba un sobrecito. La yema de mi dedo patinó sobre la pantalla y lo que leí fue lo siguiente.

Sorcery's SourceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora