CAPITULO UNO

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El sueño

He estado observando por mi ventana el hermoso amanecer de Forks. La mayoría de los días está nublado y otros lluviosos; sin embargo, hoy es de esos días donde puedes salir al que el sol golpee tu piel. Yo puedo gozar libremente del sol sin preocupaciones, pues mi piel no brilla, como toda mi familia. Eso gracias a mi parte humana.

Llevo varias horas despierta, pues desde hace tiempo tengo el mismo sueño que termina en pesadilla. Siempre en todos los sueños aparezco corriendo por un bosque; no hay nada, ni nadie más que yo; escapando de alguien, esa sombra me persigue hasta llegar a un lago. Se queda quieto, e inexplicablemente siempre me acerco a él, con el corazón acelerado... Cuando estoy apunto de tocarlo, gira; no logro ver su rostro bien; solo veo unos ojos rojos de color escarlata y sus labios moverse, pero no escucho nada. Después se abalanza sobre mí y ahí es donde siempre despierto.

No sé por qué ese sueño se repite tantas veces en mi memoria. Desde el encuentro con los Vulturis ese sueño me persigue, despertándome en las madrugadas.

Esos ojos y esos labios son mi tormento.

Veo mi reloj que descansa en mi mesa de noche; marca las 7 a.m. Un suspiro sale de mis labios; lo bueno de todo es que hoy no hay clases, así que tengo todo el día libre para aprovechar el sol y despejar mi atormentada cabeza.

―¿Reneesme, estás despierta? ―dijo una melodiosa voz al otro lado de la puerta; no necesito preguntar de quién se trata, ya sé su tono de voz de memoria.

―Sí, pasa ―dije desde mi lugar. Vi entrar a la tía Alice, ella siempre a la moda, así sea solo para estar en casa.

―Cariño, ¿qué haces? ―pregunta mientras camina hasta llegar frente a mí.

―Solo admiro el hermoso amanecer. ― dije inocente, nadie sabe mis tormentos nocturnos y no quiero que lo sepan, sería algo bochornoso y cansado de explicar.

―Es muy hermoso, ¿cierto? ―hablo sacándome de mis pensamientos; observo de nuevo cómo el sol comienza a derretir la poca nieve de los altos pinos y suspiro.

―¡Bellísimo!― Para un vampiro odiar el sol es lo más normal, pero al no ser yo normal me gusta el sol.

―Renesmee, solo vengo a despedirme; Jasper quiere ir a visitar a unos amigos ―habló tan rápido que su voz sonó más un zumbido.

Espera, ¿amigos? ¿Irse?

―¿Amigos? ―preguntó confundida. Que yo sepa, Jasper solo tiene dos amigos y no los frecuenta seguido. De hecho nunca.

―Sí, al parecer los extraña.

¿Jasper extraña a alguien que no sea Alice? Raro. Pero bueno, Jasper es raro. ¿Quién soy yo para hablar sobre rarezas? Niego con la cabeza bloqueando mis pensamientos.

―¿Por cuánto tiempo estarás fuera? ―pregunté, ignorando las miles de voces en mi cabeza.

―Solo será por una semana, cariño ―contestó con una sonrisa que se disminuyó un poco, pero no por completo. Bueno, al menos no se irán por tanto tiempo.

―Te extrañaré mucho -admití, me levanté de la cómoda silla negra alcoholada y abrazé el delgado pero bien formado cuerpo de Alice. Realmente extrañaría sus manías de ir de compras todos los días después del instituto.

―Yo también, querida, pero no será por mucho tiempo; sólo será una... semana.

Hizo una pausa; su voz sonaba triste; Alice nunca está triste.

―Cuídate mucho, quieres ―se apartó del abrazo y me puso sus manos en los hombros.

―Si pasa algo con Jacke, llámame ―dijo con una sonrisa pícara en su rostro. Esta es Alice; por un momento creí que estábamos en guerra otra vez.

―Sí, Alice, serás la primera en saberlo ―dije dándole otra de mis mejores sonrisas. No mentía todo lo que pasa con Jacke; la primera que se entera era ella, incluso, antes que yo misma.

―Está bien, querida, me tengo que ir. Caminé en dirección de la puerta y antes de salir hizo un movimiento de manos. Le devolví el gesto.

- ¡Adiós!

Vi a Alice desaparecer al cruzar la puerta; sentía un hueco en pecho. Ella era la alegría de esta casa, siempre con sus bromas un tanto pesadas que en ocasiones daban un toque de felicidad a esta casa. Volví a sentarme en la cómoda silla donde antes estaba, volviendo a ver el paisaje y pensar en esos ojos carmesí. De alguna manera me sentía atraída por aquellos ojos; es difícil de explicar, ya que ni yo misma sé lo que me pasa respecto a ese sueño.

Después de un rato de meditar una y otra vez sobre aquellas emociones que provocan esos sueños y llegar a ninguna conclusión, me di un largo y relajante baño, dejé que el agua masajeara mi piel por unos largos minutos, salí de la ducha y me vestí con algo casual; unos short ni tan largos ni tan cortos, una playera negra que llevaba un logo de una banda de rock y cepillé lentamente mi cabello, que al estar seco tomó vida propia creando rizos.

Me recosté en la cama y puse mis audífonos, escuchando música de piano. No hay nada que me relaje más que escuchar las suaves notas del piano.

―Querida, baja a desayunar... ya es tarde ― Rosalie asomo la cabeza, mostrando sus perfectos y alineados dientes en una sonrisa. Si hay alguien en la casa que entra en mi habitación sin permiso, es ella, pero nunca he podido molestarme por ello.

―En un segundo bajo, gracias ―le ofrecí una sonrisa. Ella solo asiente y sale cerrando la puerta detrás de ella.

―No tardes ―gritó a otro lado de la puerta.

Me quité mis audífonos y junto con mi teléfono los puse en mi mesita de noche, puse mis pantuflas de conejito y bajé las escaleras. Iba en dirección a la cocina, pero cuando cruzaba frente a la sala, mire a mi padre ―Edward― y a mi madre ―Bella― hablando en susurro, parecían estar preocupados.
«¿Por qué estarán preocupados?» Me pregunté. Lo que mi padre leyó mi mente y me vio queriendo hacer una sonrisa de "no pasa nada", pero siendo sincero, parecía más una mueca.

― ¿Mamá? ¿Papá? ¿Ocurre algo? ―dije caminando hacia ellos. Mi padre apretó los labios creando una fina línea; mi madre solo lo tomó del antebrazo y habló; ―Edward, necesitamos decirle ―su tono de voz era preocupante, pero ninguno de los dos decía nada, lo cual me frustraba.

―¿Decirme qué cosa, mamá? ―pregunté, ya apunto de entrar en pánico por su silencio; sé que no puede ser algo bueno.

―Hija, tenemos que decirte algo ―habló mi madre al ver que mi padre no lo haría. Él solo la observaba, al igual que ella a él; en otro momento se verían románticos, pero ahora solo aumentaban mi miedo.

―¿Qué ocurre? ―insistí, este misterio me está carcomiendo.

―¡Familia! ―gritó mi padre provocando que de un salto en mi lugar. Segundos después, la sala estaba llena de ojos dorados, todos con un semblante preocupado.

Entre el Cielo y el infierno (CORRECCIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora