Parte 2

7.7K 485 31
                                    


Camila Cabello dejó la caja de cartón sobre el pequeño escritorio de caoba en la oficina que le habían asignado en HomeLight. Miró alrededor con sus grandes ojos chocolate llenos de expectativa y algo de nerviosismo. Le gustaba.

No era una oficina grande, más bien era pequeña y algo modesta. Su mobiliario se reducía a un escritorio con una silla tapizada en paño visiblemente gastado por el uso y dos sillas más al otro lado del escritorio. La única pieza decorativa era un afiche publicitario de HomeLight que mostraba un bonito centro comercial construido por ellos hacía ya varios años.

No estaba mal. Para ser una principiante en la empresa, Camila había recibido un buen lugar. No se quejaba, más bien lo agradecía: le gustaban las cosas sencillas y simples, sin tantos adornos y sin presunciones: lo mejor era la sencillez. Caminó hacia la ventana todavía cubierta por una cortina de color azul oscuro y la hizo a un lado para dejar que la luz de la mañana bañara el pequeño lugar.Sonrió mientras el sol lavó el precioso rostro en forma de corazón.

La piel morena e inmaculada de su rostro comenzó a llenarse con el suave calor mientras recibía con alegría no sólo ese nuevo día también ese nuevo reto.

Camila acababa de ser contratada para trabajar como arquitecta en HomeLight. Había enviado su currículum hacía dos semanas cuando había llegado del extranjero y había sido llamada a pruebas y entrevistas.

Después de ese largo proceso allí estaba, contenta, satisfecha porque sabía que su experiencia profesional iba a ser plenamente enriquecida en su trabajo con los demás arquitectos del equipo. ¿Podía pedirle más a la vida? No. La vida había sido buena con ella y la había colmado de oportunidades. Había finalizado sus estudios básicos a los diecisiete y sus magníficas calificaciones le habían dado el honor de estudiar becada en la mejor universidad del país. Había elegido la arquitectura no sólo porque desde pequeña se había sentido atraída por las hermosas construcciones, sino también porque concebía la profesión como el espacio para crear y dar rienda suelta a su mente y poner todo aquello al servicio de los demás. Por su brillantez había sido merecedora de estudiar una maestría en la misma universidad y posteriormente un doctorado en la mejor universidad del mundo. La experiencia la había llenado no sólo de conocimiento e ideas sobre las maneras más modernas y estéticas de hacer su labor, sino también la había llenado de un sentimiento de servicio al prójimo: su labor tenía que servir para ayudar a los demás.

Había vuelto al país llena de sueños y metas y se había presentado en varias compañías, hasta que su mejor amiga le dijo que con su currículum podía ganarse un lugar en HomeLight. Al principio lo dudó: esa compañía era demasiado importante como para recibir a una joven de veintinueve recién graduada de un doctorado y con muy poca experiencia, sin embargo lo había intentado.

Y ahora estaba allí, en esa oficina que poco a poco ella llenaría de calidez, así como ahora lo hacía la luz del sol.

Caminó de nuevo hacia el escritorio y tocó la caja con sus escasas pertenencias. La abrió y comenzó a depositar sobre el mueble lo que había allí: un cuaderno de dibujo, un set de reglas, una agenda, un juego de lapiceras, un juego de lápices, implementos para delinear y un portarretratos.

Todo aquello constituía su más grande tesoro, no por su valor material, sino por su valor sentimental: todo aquello había sido obsequiado por los niños del orfanato al que Camila ayudaba.

Pese a las críticas de su hermana, la única pariente que le quedaba después de la muerte de sus padres hacía varios años, Camila siempre había sido generosa y buena con quienes ella consideraba que lo necesitaban. Tiempo atrás, cuando estudiaba en la universidad, había conocido a las monjas dominicas quienes tenían un orfanato. Primero, la joven había ayudado como voluntaria cuidando a los pequeños, dictando clases de arte y dibujo o colaborando en la recolección de fondos para su sostenimiento.

APASIONADA SOBERBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora