Tercera parte

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Ya era media noche cuando un sonido me despertó. Se sobresalté incorporándome en la cama rápidamente, las mantas se habían caído al piso. Nuevamente... el ruido. Era un sonido prominente, así como el de una bocina. Como un reflejo salté de la cama. Los pies descalzos en contacto con el helado y húmedo piso, me hicieron tiritar. El molesto sonido provenía de afuera de la habitación. Manoteo el farol de la mesa de luz y lo alzo delante de mi cabeza, la mano me temblaba, los dientes me castañeteaban, por el frío; por el miedo. Abro la puerta y el rechinido me puso los pelos de punta. Ilumino el lugar y puedo notar solo oscuridad, una oscuridad paradójica respecto al sonido que parecía provenir de allí.
La débil luz de vela proveniente del farol se pierde ante tanta inmensa oscuridad, no era capaz de alumbrar nada a más de un metro de distancia.
Me hallaba en la puerta de la habitación, tiritando de frío y con un farol sobre mi cabeza, mirando alarmada a mi lóbrego y negro alrededor. Estudiando la situación podría decirse que era similar a la de un demente. Pues desde que llegué a este lugar no he hecho otra cosa que inquietarme por cualquier mínima cosa. ¿Y si aquel sonido fue tan solo producto de mi alocada imaginación? ¿Y si mi desconfiada y asustadiza mente me está jugando una mala pasada? Pues de ser así, estaba siendo ridícula.
Me volteo para entrar nuevamente a la habitación cuando ahora escucho algo que está vez estoy segurísima que no venía de mi mente. Un leve llanto, un lamento de lo que parecía ser una voz femenina. Podría jurar que los sollozos provenían de unos cercanos metros, precisamente de donde se extendía la vía de tren. Me quedo inmóvil, aguantando la respiración. Quería reaccionar pero no podía, el cuerpo no me respondía, estaba petrificada. El frío de pronto ya no importaba. No importaba nada más que aquel sonido, aquellos sollozos provenientes de una persona, si es que aquello era una persona. Quizás mi corazón latiendo a mil por hora era lo único vivo en aquel lugar.
Aún no sé como mi cuerpo salió de aquel trance pero, tomé coraje, volteé rápidamente y extendí mi mano, más temblorosa que nunca, para alumbrar con el farol lo que sea que fuese que tenía tanto miedo de encontrar. Me atrevo a dar un paso con mis pies descalzos, luego doy otro, y otro, hasta toparme con el borde de la vía del tren.
Segundos después el llanto se detiene, junto a mi agitada respiración. Me quedo sin aliento, expectante. Temblaba como un flan, y el corazón parecía que iba a salirse de mi pecho, o peor aún, explotar.
Cuando de pronto bajo la vista y me sobresalta lo que ven mis ojos. Un par de viejos zapatos sobre la vía apuntando en mi dirección a tan solo unos centímetros de distancia. Palidecí por completo. Aquello parecía no ser posible, parecía ser irreal, pero por más que lo intentara, por más que los cerrara y abriese una y otra vez, mis ojos no mentían. No tenía explicación. Era escalofriante. Los pelos de la espalda hacia la nuca, mi cuerpo entero, todo se había helado por completo. Todo mi ser temblaba ante aquella aterradora aparición. Quería correr, huir y no volver jamás, pero, no podía moverme, no podía apartar la vista de aquel maldito par de aterradores zapatos. Nunca había sentido tanto miedo en toda mi vida.
Pero eso no era todo, pues fue al escuchar aquella cercana y ajena respiración cuando perdí los estribos. No pude evitar pegar un grito digno de una película de horror y salir corriendo.
En el camino deje caer el farol y al llegar me choqué contra la puerta de la habitación dándome un gran golpe que casi me deja inconsciente. Con el impacto caí al suelo y aún entre gritos y gemidos me toco la cabeza encontrando nada más y nada menos que un líquido rojo entre mi cabello, me había cortado. Aquel profundo tajo no era nada comparado a lo que había pasado segundos atrás. No lograba quitarme esa imagen la cabeza, seguía ahí, latente, helándome la sangre hasta el día de hoy.

El Caminante ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora