CAPÍTULO 1: El chico perfecto

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Mi madre me lleva la biblioteca con las ventanillas del coche altas a causa del aire acondicionado. En mi ciudad, la temperatura es de treinta y ocho grados y el cielo está soleado a más no poder. Me he puesto mi vestido favorito, rojo de mangas cortas y con botones a presión azules. Apenas si cubre parte de mis muslos; mi padre lo odia, pero a mí siempre me ha parecido bonito y adorable. Además, lo llevo como gesto de buena suerte. Siempre lo hago. Es el vestido con el que he aprobado el examen final de matemáticas el año anterior. Es también el vestido que tenía puesto cuando me encontré dinero en la calle casi tres años atrás. Y hoy será el vestido con el que encontraré al fin mi vocación.

Más allá de la ropa, mi elemento para tomar notas es el teléfono. No llevo nada más conmigo, he olvidado el bolso sobre la mesa otra vez porque se nos estaba haciendo tarde.

En mi casa llevamos meses discutiendo mi futuro. Bah, mis padres lo hacen. El último año escolar ya ha comenzado y yo todavía no sé qué estudiar en la universidad. Mi madre insiste con abogacía o medicina, algo que genere dinero; mi padre, en cambio, es un soñador y quiere que cumpla su sueño, ese que él resignó al casarse. Pretende que me convierta en profesional de algún deporte para poder desafiar mis propios límites. Y yo... la verdad es que a mí me da igual.

No sobresalgo en nada.

En los deportes apenas si alcanzo la habilidad promedio, en ciencias apesto, tengo la capacidad artística de un cacahuate y mi memoria para materias sociales como historia o filosofía es nula. Gracias que recuerdo qué desayuné hoy... no, espera, ni eso recuerdo.

La respuesta al estrés de mis padres llegó por correo, en serio. La biblioteca de la ciudad organiza todos los años una capacitación vocacional o algo así en la que se habla de qué carreras son las más rentables en el mercado, cuáles son las que necesita nuestra comunidad y dónde se estudia cada cosa. También hacen un testeo de orientación vocacional. Yo he tomado cientos de esos en la PC y todos me dan resultados distintos. Uno me dijo que debería ser maestra, otro dijo que veterinaria. Y hasta me ha salido que astronauta (como si eso pudiese estudiarse en mi ciudad). Yo no le creo a estas cosas, pero mis padres insisten en que la mejor forma de orientarme es con la guía de un profesional.

La verdad es que con tal de ahorrarme sus sermones, acepté ir. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que me duerma en medio del discurso y me caiga saliva de la boca?

Suspiro cuando el vehículo se detiene. Hemos llegado.

Me despido de mi madre y le pido que venga por mí en unas horas. Ella asiente y se marcha.

Ingreso a la biblioteca.

Varios chicos de mi edad ya están ahí. La mayoría parecen nerds. Muchos llevan gafas y camisas a cuadros. Otros tantos tienen aspecto rudo, como si estuvieran ahí por castigo.

Hay solo una chica más en la sala. Me acerco, pero no digo nada.

Las primeras impresiones son importantes a nuestra edad, así que decido analizarla en silencio antes de iniciar una conversación.

Lleva puestos zapatos de tacón alto, una minifalda rosada y una camisa blanca muy corta que apenas si le tapa el pecho (además de ser transparente). Tiene el cabello teñido de rubio platinado y ya empiezan a crecerle raíces oscuras. Se está maquillando y pone caras sensuales al espejo de mano en el que se mira.

Me ve.

Antes que me pregunte qué estoy haciendo, me alejo. Definitivamente no es la clase de persona a la que quiero acercarme.

KAYLAH (editando) #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora