Son segundos lentos cuando el reloj corre

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Un joven de cabellos azabaches abría los ojos con sopor sintiendo que despertaba de un eterno letargo, el cuerpo le dolía y sus pensamientos se asemejaban a un gran puzzle. Escuchó voces lejanas ¿De dónde venían? Giró la cabeza pero no encontró a nadie o nada que emitiera sonido. Trató de incorporarse pero fue inútil, un gran peso le impedía moverse y no era más que el de su propia anatomía. Pasados varios segundos de intentos fallidos por fin logró elevar uno de los brazos hasta dejar la mano delante del rostro aparentemente en buen estado, implementando toda la fuerza que podía sacar fue moviendo los dedos buscando formar un puño con la temblorosa mano al tiempo que miles de hormigas recorrían su palma, no lo logró. Molesto dejó caer el brazo de nuevo a lo que parecía un colchón, por el momento no podía moverse como quería por lo que se dedicó a detallar la habitación donde estaba.

No era su cuarto, tampoco el de sus padres o algún otro en el que con anterioridad hubiese estado. Una ventana panorámica a unos cuatro o cinco metros de la cama donde ahora reposaba que resaltando el hecho era la única en toda la estancia, un mueble al lado izquierdo con lo que detalló era una cartera sobre él, un pequeño televisor y debajo de este una mesa con varios vasos de plástico utilizados junto con una jarra de agua y otra de jugo. Se preguntó ¿Cuándo había llegado al hospital? El entumecimiento pasó y con ello también los susurros. Tocó su nariz encontrándose con una marguera de oxígeno conectada a una máquina de nebulización adherida a la pared, aunque pensó en quitársela decidió dejarla pasando a sentarse para sobar las sienes organizando su cerebro y recordar el porqué estaba ahí pero las memorias eran escasas, frustrado decidió comenzar por el principio. Había ido con Luffy a LaboonPark donde pasaron todo el día hasta las cinco o seis de la tarde, el menor casi se ahogó por su culpa, regresaron en un taxi y al llegar se encontraron con una reunión en el patio de su casa entre los vecinos allegados, por supuesto allí estaba la familia de Luffy y su padre...

Bajó las manos y detalló sus palmas como si el secreto del universo pudiera ser descifrado con solo mirar las líneas marcadas, las cerró en unos puños que seguidamente los estampo contra sus piernas. Lo recordaba, Luffy se iría.

– Ace...

La fémina voz lo extrajo de su propio interior regresándolo al cuarto de hospital. Al dirigir la mirada hasta la entrada de la habitación se encontró con su madre que lo mirada sorprendida, con un enorme puchero y unas cataratas que terminarían por inundar el cuarto si no se detenían. Rouge avanzó los pocos pasos que le separaban de su hijo abrazándolo y dándole besos en la frente.

– Ya despertaste. – Se logró entender entre sollozos. – ¿Cómo estás? ¿Te duele algo? ¿Tienes dolor de cabeza? ¿Quieres que te traiga algo? Llamaré al doctor.

Las palabras salían tan apuradas y prácticamente balbuceadas que a Ace le costó entender lo que decía. Sonrió para sí al ver la divertida escena, nunca le había gustado que su madre se preocupara de esa forma pero las veces que sucedía era imposible no encontrarlo gracioso, y es que tal era el desespero de la mujer que intentaba hacer mil y un cosas a la vez terminando corriendo de un extremo a otro sin hacer realmente nada más que sollozar; aún recordaba la primera vez que cayó de un árbol, su pierna derecha terminó toda raspada desde la rodilla hasta el tobillo y el resto de su cuerpo con hematomas, rasponazos y otras leves heridas. Al presentarle aquella imagen a su madre presenció por primera vez el estado de angustia en que podía entrar, no le gustó pero rió por horas de solo recordar el rostro entre pucheros y lloriqueos bastante infantiles mientras trataba temblorosamente de curarle las heridas con alcohol y algodón.

Con tranquilidad sujetó las manos de su madre intentando calmarla.

– Mamá estoy... me siento bien.

Inocente amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora