Era domingo en su peor hora. Seis en punto de la tarde. Al otro día, colegio. A Juan
Guillermo le empezó un nudo en el estómago. Ahí en su cuarto estaba la maleta intacta, con
todos los libros guardados, y las tareas sin hacer.
Había pensado en hacerlas el viernes para salir de "eso", pero luego llegó Pablo y lo invitó
a montar en bicicleta.
-Las hago el sábado por la mañana -pensó Juangui, pero el sábado se fue a hacer
mercado con la abuela.
-Las hago después --pero después era el cumpleaños de Silvia y después estaba tan
cansado que dijo "mejor el domingo por la mañana", pero el domingo se levantó tardísimo y,
para completar, daban buenos programas en la televisión y luego le tocó arreglar el cuarto y
salir a almorzar y así sucesivamente.
Al final, nunca hubo tiempo de hacer tareas... Era domingo a la peor hora y el nudo en el
estómago se enredaba cada vez más.
Entonces, para disimular los nervios, prendió la televisión.
-Sólo un ratico, por saber qué están dando y luego sí empiezo. Total, a esta hora nunca
hay buenos programas.
En la pantalla había una especie de mago: un mentalista famoso con turbante en la cabeza
y acento extranjero. Doblaba una cuchara con las cejas fruncidas; el típico y viejo truco. La
cuchara se dobló. Juan Guillermo, como, tantos millones de televidentes, obedeció las órdenes
del mentalista. Se fue a la cocina y trajo un tenedor. Hizo todo al pie de la letra. Frunció las
cejas y cerró los ojos para sacar la energía magnética del cerebro y doblar las moléculas del
tenedor. Nada. El tenedor no se inmutó. Juan Guillermo no pudo terminar su lección de
energía magnética porque lo llamaron a comer.
Después de la comida, el mentalista se había ido de la TV. y en su lugar daban "Guerra de
Estrellas". La vio entera y después ya no hubo caso de hacer las tarcas porque el sueño le
cerraba los ojos.
-Mañana en el paradero le pido a Andrés que me explique la tarea de matemáticas, por si
me pasan al tablero.
Con esa idea, se le quitó un poco el nudo del estómago y se durmió profundamente.
Adivinen con quién soñó... Pues con el mentalista y con sus ejercicios de control mental...
El lunes, a la peor hora: ¡seis en punto de la mañana! sonó puntual el despertador. Juan
Guillermo se acomodó entre las cobijas para despedirse del sueño y se despertó una hora más
tarde con los gritos de mamá.
-¡Mire que si lo deja el bus, el castigo es para mí porque me toca llevarlo!
Y así fue. Juan Guillermo se tomó el chocolate sin pan ni jugo, se bañó en sesenta segundos,
salió con la corbata en una mano y la peinilla en la otra y corrió sin parar, pero el bus ya iba
en la otra esquina y no pudo alcanzarlo.
Así que volvió a casa, con cara de niño regañado y mamá, furibunda, con la piyama debajo
del abrigo, salió rumbo al colegio repitiendo la misma cantaleta reservada para esas
ocasiones.
-Que pasara algo y no pudiera llegar -pensó Juan Guillermo y, por pura casualidad, el
carro dio tres estornudos y quedó varado entre una fila de carros, en plena calle principal, en
plena hora principal.
Mamá se bajó con la piyama asomada debajo del abrigo. Pasó revista a todo el carro, desde
las llantas hasta el motor, haciéndose la que sabía de mecánica pero el carro no se creyó el
cuento y siguió paralizado.
-Pobre mamá -pensó Juan. Se veía tan ridícula con su cara de sueño y su piyama debajo
del abrigo, que él intentó hacer algo. Se acordó del mentalista y le ordenó a las moléculas del
carro que se arreglaran. Por pura casualidad, mamá le dio tres zapatazos a la batería y el carro
estornudó tres veces y quedó perfecto. Pero ya era tardísimo y el tráfico estaba imposible.
-Llegas porque llegas -dijo mamá y siguió su marcha sin decir una palabra más.
Por fin, ¡a las ocho y veinte minutos! llegaron a la puerta de hierro del colegio. Juan se bajó
sin un beso porque mamá seguía iracunda.
-Qué lunes tan lunes -pensó. Y deseó con todas sus fuerzas que ese día no hubiera clase.
Adentro todo estaba en silencio. El corredor, vacío de niños y las puertas de todos los
cursos cerradas. Juan Guillermo avanzó con el terrible nudo en el estómago, tratando de
imaginar una buena disculpa para decirle al profesor.
Por fin llegó a Cuarto "B". A primera hora, matemáticas, le recordó el horario que estaba
pegado afuera, y él no había hecho la tarea, ya sabemos por qué. Juan Guillermo pegó la oreja
a la puerta para tratar de oír en qué iba la clase. El corazón le latía durísimo. De resto, no se oía nada. Silencio absoluto. El estómago se le enredó del todo, en un nudo ciego. El silencio
era síntoma de lo peor y lo peor era previa sorpresa. Y cero seguro para él.
Con toda la valentía que alcanzó a reunir en su cuerpo, Juan Guillermo Mantilla cerró los
ojos, cruzó los dedos, recitó el famoso "Sortilegio para que no haya colegio" y se obligó a
entrar a clase, de un empujón... Abrió la puerta y fue como si hubiera dado un salto al vacío.
Adentro no había clase. No había profesor ni alumnos. Ni tablero, ni pupitres, ni armario, ni
carteleras, ni techo, ni piso, ni paredes. Así como suena: no había clase. Detrás de la puerta,
nada de nada. Cero absoluto, conjunto vacío. Todo un lunes por delante. ¡Todo un lunes,
entero y nuevecito, y no había clase!
ESTÁS LEYENDO
El Terror de sexto B
Ficción históricaRESEÑA A un niño se le cumple el deseo de que no haya clase; en el colegio un árbol crece en pocos días hasta convertirse en el más grande del mundo; la broma del alumno más revoltoso de clase hacia su profesor le traerá un disgusto; una niña gord...