CAPITULO UNO

46 0 2
                                    


"Ser o no ser, esa es la cuestión... ¿Es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro?
Morir: dormir, nada más. Y si durmiendo terminan los dolores de cabeza y los mil choques naturales, herencia de la carne. Sería una conclusión seriamente deseable. Morir, dormir, y talvez soñar..." 1

Mis ojos no pueden dejar de pasearse por estas primeras líneas y pronto olvido por completo donde me encuentro, quienes me rodean, incluso olvido que debo seguir leyendo.
Rozo mis dedos contra el papel sobre estas palabras, como si así pudiese percibir las verdaderas intenciones de Shakespeare al escribirlas, y que a la vez estas me diesen la respuesta a esta confusión.
Un completo dilema existencial sobre la vida y la muerte. Acaricio la idea de que quizás estas palabras tengan razón, ignorando el hecho de que talvez, las siguientes páginas den a conocer que la muerte no es la mejor solución...

Aunque... ¿podría serlo?

"Morir, dormir, y talvez soñar..."

Así de simple, sin preocupaciones, sin hambre ni sed de nada, sin dolor. Solo la vida y yo... Bueno, la muerte y yo. Y si esa es la única forma de dejar de sentir esta presión en el pecho, ¿por qué dejar pasar esta oportunidad?
Si la vida no es más que desdicha y dolor, no es más que el mismísimo infierno del cual todos se esmeran por no acabar al morir, el problema es que no ven que ya están en él, que la vida es el infierno en su totalidad. Pero yo no, yo lo veo perfectamente, y lo único que deseo es librarme de él.
¿Por qué tuve que venir en un principio?
Si existe un Dios ¿Por qué me envió a este mundo lleno de miseria?
¿Por qué no me dejó donde estaba antes de esta vida?
¿Es que acaso fui algo antes de estar aquí? Lo dudo. ¿Qué pudiese haber antes de tu propio nacimiento?, ¿otra vida?

Peor.

No me quiero imaginar cuántas vidas habré pasado antes de esta, con cuanto dolor habré cargado, y cuánto peso habré llevado sobre mis hombros antes de desfallecer.
Nacer, crecer, reproducirse, morir... y luego otra vez.
Ahora lo entiendo, el ciclo de la vida no es más que el infierno eterno.
En ese caso, Shakespeare se equivoca; la muerte puede ser como dormir, sí, pero la noche no es eterna y llegará el momento de despertar y comenzar tu desgracia otra vez.

-No hay salida- murmuré para mí misma.

Levanté la vista al percatarme del profundo silencio en el aula.

Nadie.

No había nadie, volteé mi cabeza a la izquierda, hacia la ventana, había empezado a llover y no me había dado cuenta, afuera estaba oscuro y nublado debían ser pasadas las cinco de la tarde, no faltaba mucho para que anocheciese, me enfoque en mi reflejo, me miraba terrible, mi pelo estaba un poco enmarañado, las bolsas bajo mis ojos delataban mi falta de sueño y mis ojos derrochaban dolor. Debía esforzarme más en mi aspecto o la gente empezaría a hacer preguntas. Un segundo después reparé en el segundo rostro reflejado en el vidrio, mirándome y analizándome tan fijamente como yo lo hacía un momento antes.

Rápidamente me volteé para enfrentar a mi compañía.

-¿Qué haces aquí?- pregunté.
-Estuve a punto de preguntarte lo mismo- respondió alzando una ceja.
-Este es mi salón, ¿lo olvidas?- dije algo disgustada.
-¡Vamos Sarah, Alégrate! El curso está por acabar, nos graduamos en una semana y tenemos unos meses de descanso antes de que empiecen los cursos en la Universidad, por favor no me lo amargues- dijo con un gesto burlón en el rostro.

Alex era mi mejor amigo, en realidad el único, él sabía casi todo sobre mí, lo único que me he esforzado en esconderle es mi secreto, no tiene por qué saberlo. Nadie tiene por qué.

-¿Qué haces?- Preguntó sentandose a mi lado.
-Nada, solo leía- dije levantando el libro a la altura de sus ojos para que viera el título, pero rápidamente lo metí en mi bolso para que no preguntara más.
-Hamlet, interesante- dijo con sarcasmo -déjame ver- alcanzo mi bolso y yo me aparte rápidamente, haciendo que se cayese y derramando todo su contenido.
Bufé molesta y me agaché a recoger lo que pude. Él, imitando mi acción, recogió algo que había caído un poco más lejos, me incorporé metiendo todo al bolso, Alex soltó una risita y se levantó también.
-¡Esto sí es oro!- Exclamó mostrando lo que tenía en sus manos.

Mi diario.

-Dame eso- gruñí a modo de respuesta.
-Vamos a ver qué cosas escribes por aquí- dijo haciendo caso omiso a mi orden.
-Eso no te incumbe- dije intentando quitarselo.
Intenté alcanzar la libreta pero con su estatura me fue una tarea imposible.
-"En unos días el curso terminará y por fin me iré a la Universidad..."- Empezó a leer en voz alta intentando imitar la mía.
-Ya, deja eso!- Repetí intentando hacer que me la devolviese.
-"No puedo esperar más para irme lo más lejos posible de aquí y alejarme de él..."- Su sonrisa burlona había había desaparecido y un  gesto de confusión cruzaba ahora por su rostro.
Aproveché ese momento para quitarle el diario de sus manos, y al hacerlo su vista se clavó en mi muñeca izquierda.
Instintivamente me bajé más la manga de mi blusa cubriéndome por completo el antebrazo.

-¿Qué fue eso?- preguntó señalando mi brazo.
-Nada- respondí terminando de ordenar mi bolso dispuesta a marcharme.
Sentí un leve agarre en mi brazo sobre el codo, frené mi huida y volví mi cabeza en dirección a él.
-¿Estas bien?- preguntó con auténtica preocupación en sus ojos.
-Claro- respondí forzando una sonrisa.
-¿Segura?- insistió.

Viéndolo así, frente a mí, con aquella mirada que decía mil cosas desde "eres mi mejor amiga, puedes contarme" hasta "no te juzgaré, yo puedo ayudarte a solucionarlo", casi estuve tentada a decirle lo que ocurría, pero no podía, aún no.
Asentí levemente con la cabeza, si hablaba o pronunciaba una palabra, por más pequeña que fuese, él sabría que miento. Aunque talvez sabe que algo ocurre, no insiste y me suelta.
-Deja que te acompañe a tu casa-
-No es necesario- respondí rápidamente, como siempre.
-Bien, que pases feliz noche- respondió con una dulce y serena sonrisa, sabiendo que insistir no serviría de nada.
-Feliz noche- repetí.

Afuera ya dejaba de llover, solo una suave brisa que caía sobre mis hombros y mi cabello mientras caminaba.
Llegué a mi casa y lo que menos me apetecía era entrar, tenía miedo de que esta noche no la pudiese superar como lo he hecho los últimos 10 años. Todo en lo que podía pensar era en esas palabras de mi libro:

"¿Es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro?"

Bueno, ya lo veremos.

Me armé de valor y entré... aquí empieza mi infierno.










1Fragmento de la primera escena del acto tres de "Hamlet" escrita por William Shakespeare.

Dejar De SerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora