CAPITULO DOS

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Lo primero que siento al despertar es el frío y la dureza del suelo del garaje de mi casa.
Debo levantarme a preparar la comida o mañana tendré que dormir en el patio de atrás.
Me levanto y me sacudo el polvo de la ropa. La mañana no es tan cálida como me gustaría, hace frío y se puede ver la neblina en la calle a través de la pequeña ventana, aún llevo puesta la ropa de ayer así que me cubre un poco más que un simple pijama.

-¡Sarah!- escucho gritar a mi padre desde dentro.

Me pongo en marcha recogiendo mi cabello en un moño alto para que no me estorbe al cocinar.
Al llegar a la cocina mi madre está parada frente a un espejo maquillándose y retocando sus rizos rubios artificiales que le cuelgan de la cabeza, sigue con su bata de seda puesta pero por su aspecto pareciera que así fuese a salir de casa.
Mi padre por el contrario está sentado en la mesa del comedor leyendo el periódico del día de hoy. Con su traje a la medida emana un aire regio y demandante que a nadie se le pasaría por la mente decirle que no a cualquier cosa que pidiese.
Ver a mis padres me hace recordar el libro que leía ayer y las preguntas que desde hace ya diez años me rondan por la cabeza: si Dios fuese bueno de verdad, ¿Por qué me envía a un lugar donde lo único que hago es sufrir?
¿Por qué lo permite?...

¿Por qué lo permito?

-Date prisa, tengo una junta en 40 minutos- me reprendió mi padre.
-Si papá- dicho esto, el levantó la cabeza casi de inmediato, con una mirada tan gélida que haría que un niño se orine del miedo. Entonces comprendí mi terrible error.
-¿Cómo me llamaste?- preguntó elevando cada vez más la voz.
-Señor- me corregí -Sí señor- repetí rápidamente.
-Ten cuidado Sarah- dijo con tono frío regresando a su lectura.

Baje la vista y empecé con mi tarea.

Terminé de cocinar (para ellos dos, claro) y pocos minutos después ambos salieron a sus respectivos trabajos.
El alivio inundó mi cuerpo tan pronto como ambos cruzaron la puerta principal.
Estaba sola... por fin.
Me dirigí a mi habitación, si es que así de le puede llamar; es mas bien una bodega con un catre diminuto, y una pequeña lámpara en el piso.
Veo con tristeza este pequeño cuarto, desde que tengo memoria mis padres solo me dejaron conservar el catre, la lámpara y un pedazo de tela que ellos llaman sábana; lo único que tengo aparte de eso es mi ropa y mi bolso.
Me dirijo a la cocina, tomo las sobras del desayuno de mis padres y las meto al microondas, hoy no son más que media tostada a la francesa pero es más que otros días. Me lo como y me dirijo a mi habitación tomo mi diario y luego lo escondo en mi armario, no puedo dejar que nadie más lo vea, Alex lo hizo y no puedo dejar que vuelva a pasar.

Me meto al baño y me desvisto, me paro frente al espejo y veo mi rostro; hoy está peor que otros días tengo un moretón que va por toda mi mejilla derecha, y un pequeño corte en mi labio inferior, el maquillaje no será suficiente para cubrir esto.
Suspiro sabiendo que tendré que inventar una nueva excusa para esto, ya se me acababan las ideas.
Enciendo la ducha y espero unos segundos; una vez caliente me meto dentro sintiendo las gotas de agua caer por mi espalda y mi rostro. Me froto los brazos con las manos como si de esa forma pudiese limpiar todo mi interior.

*Golpes*

*Patadas*

*Rasguños*

Los recuerdos de la noche anterior invaden mi mente, una lágrima se asoma por mis ojos y luego resbala por mi mejilla y mi barbilla hasta desaparecer por mi cuello, otra más logra escapar cayendo al suelo confundiéndose con el agua que cae de la ducha; intento reprimir otra, pero me es imposible.

Y ahí, bajo el agua, sola, me permito llorar... Me permito desahogarme.

Dejar De SerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora