Percance

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Una linda pelirroja casi corría entre un grupo de chicas. Algunas se maquillaban, otras se vestían. Era un caos total. Ella trataba de esquivar a las demás mientras se retocaba el maquillaje frente a un espejo de mano. Cuando terminó de ponerse la sombra rosa, se puso un labial rojo oscuro y guardó todo en una cajita de metal.

—Susana, sigues tú —gritó un hombre de color.

—Ya voy, Enrique —alzó la voz para que la escuchara.

Se apresuró hasta llegar donde estaba el hombre. Al detenerse, frente a ella pudo observar una tenue cortina blanca. Respiró hondo y con su mano derecha hizo a un lado la tela.

Estaba en un desfile de modas. Caminó por la pasarela con seguridad y deslumbró a todos los presentes. Llevaba puesto un hermoso vestido strapples de color negro, con hilos dorados en la falda. Ella dominaba en el desfile, no por nada era una de las mejores modelos del país.

Su cabellera roja la hacía exótica y sus hermosos ojos azules podían hechizar a cualquier hombre. Ella se sentía muy bien modelando, sólo que podía sentirse mucho mejor.

¿Cómo? Se sentiría mejor si su novio estuviera entre los presentes, observándola desde alguno de los lugares privilegiados. ¿Quién era él? Pues era nada más y nada menos que Esteban DelValle, uno de los accionistas principales del banco más importante del país, sin mencionar que era dueño de un casino muy concurrido por personas acaudaladas.

Él tenía un asunto que resolver fuera del país, había viajado el día anterior y volvería en tres días. Susana se sentía ansiosa por volver a verlo, necesitaba estar cerca de él. Lo amaba. Cuando bajó de la pasarela, fue a cambiarse rápidamente de atuendo. Esa noche debía modelar con diez vestidos diferentes y apenas se había puesto el primero.

Un hombre de cabello blanco amarrado en una coleta estaba sentado entre las personas. Tenía los ojos verdes y su piel era muy pálida. Estaba vestido formalmente con un traje muy costoso. Cada vez que la pelirroja salía, no dejaba de observarla hasta que desaparecía tras la cortina blanca.

—Ella es —dijo con una sonrisa de triunfo, enseñando sus blancos dientes.

Al final del desfile, Susana se preparó para ir a su casa. Se quitó el maquillaje y trató de arreglar bien su cabello, ya que le habían puesto mucho spray y otros productos para lograr que sus peinados momentáneos quedaran perfectos. Tomó su cartera y salió al estacionamiento. Ella era la dueña de un flamante Mercedes Benz del año, regalo de su novio. Sonrió al recordarlo. Llevaban saliendo unos meses, pero ella sentía que había pasado toda una vida a su lado, ya que no se imaginaba lo que sería su existencia sin él.

Subió al auto y cuando iba a encender el motor, percibió una sombra cerca. Miró por el espejo retrovisor y por los espejos de los costados y no vio a nadie. Movió la cabeza a los lados para distraerse. Estaba muy cansada y ya empezaba a imaginarse cosas.

—Susana, cálmate —se dijo a mí misma.

Debía conducir hasta las afueras de la ciudad. El lugar del desfile estaba a unas horas de solitario camino en coche. Entonces se detuvo en una estación de servicio y aprovechó para cargar el tanque de su auto con gasolina. No tardó más de diez minutos en eso cuando ya se encontraba de nuevo en la carretera.

El camino estaba iluminado levemente. Parecía mentira que era la única persona cerca de ese lugar. Encendió la radio mientras tarareaba la música que pasaban en la estación que eligió escuchar.

Un hombre de veinticuatro años, de cabello claro, ojos penetrantes de color negro y tez bronceada , estaba sentado en un restaurante muy conocido, esperando a una persona especial.

Conexión CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora