Pequeños sacrificios

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—¡No! —repetía una y otra vez mientras abrazaba sus rodillas. Sabía que debía soportar pero no era fácil. Las lágrimas le nublaban la visión. Sus mejillas estaban muy sonrojadas. Eso solamente ocurría cuando pasaba mucho tiempo llorando. No sabía cuánto más debía estar así. Los gritos de Esteban rogándole que lo ayudara le destrozaba el alma.

—¡Por favor! —gritaba desesperado el castaño.

Susana intentaba acurrucarse más contra la puerta. Un trueno cortó el ambiente seco y dio paso a una leve llovizna. Susana era inmortal por lo que no tenía que preocuparse por coger un resfriado.

—¡Si me amas debes ayudarme! —seguía el DelValle con voz desgarrada.

Comenzó a hipar, cosa que creyó que nunca le volvería a suceder. El viento movía las hojas de los árboles cercanos y marcaba la dirección de las gotas de lluvia.

—¿Si fuera tu último día, qué harías?—preguntó Susana mientras estaba entre los brazos del castaño.

Esteban se quedó callado unos minutos y contempló la espectacular vista de la luna que tenía desde el balcón.

—Pasaría todo el día a tu lado —le susurró lentamente—. Haría todo lo que quisieras...

Susana sonrió contra su pecho. Ella haría lo mismo sin pensar dos veces. Porque su amor no era egoísta sino que los hacía pensar en las necesidades del otro más que en las propias.

Las nubes se fueron aglomerando lentamente en el cielo.

—Ya es hora. Si todo sale bien podrán seguir abrazándose en unos días —les dijo Celeste.

Esteban tomó su pequeña maleta y siguió a las mujeres. Todo estaba sucediendo demasiado rápido como para tener tiempo de arrepentirse o siquiera pensar en hacer algo muy precipitado como ir a buscar a Arturo.

—Aquí está la pequeña cabaña —les mostró la pelirroja cuando llegaron.

Susana frunció el entrecejo sin entender. La casa no parecía la indicada. Había escombros en todos los rincones visibles del exterior.

—No se engañen —Celeste abrió la puerta provocando que varios tablones que se encontraban recostados por la casa se cayeran—. El interior es lo que importa.

Todos ingresaron y se sentaron en una ronda en lo que parecía ser la sala de la casa. Celeste encendió una lámpara de aceite ya que no podían permitirse el lujo de la energía eléctrica en una casa tan alejada de la civilización.

—Debemos dejar bien claro los puntos. La transformación será dolorosa para los dos. Aunque para ti —se dirigió a Susana—, el dolor será más bien emocional.

—¿Qué quieres decir?

—Hay ciertas reglas para la conversión de un humano a un inmortal.

La pelirroja tomó la mano de Esteban y la besó castamente. Estaba lista para cualquier cosa con tal de que su hijo estuviera sano.

—¿Qué debemos hacer? —inquirió el hombre con decisión.

Acarició su vientre con premura sin darse cuenta. Se sintió inquieta de un momento a otro. Su hijo se estaba manifestando, seguramente después de escuchar los gritos de su padre. Y lloró con más intensidad al ser consciente de que tal vez su bebé ya podía reconocer la voz de su progenitor.

—No te preocupes, pequeño. Todo va a estar bien —le decía tratando de tranquilizarse.

—¡¡Susana!! —continuaba el DelValle con voz desgarrada.

Conexión CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora