Antes de entrar y de girar el pomo comencé a dejar que el don penetrara en mí. No era algo doloroso, era una mezcla de extrañeza y placer.
No os he hablado mucho del don, pero cuando dejo que me invada me siento muy poderoso.
El don me hace presentir... Bueno, no me gusta esa palabra... Digamos que me "da" de inicio el recuerdo más terrible y también el más placentero de la persona a quien estoy mirando a los ojos fijamente.
He visto crímenes horribles, deseos consumados, dolor insoportable, terror psicológico y seguidamente amor sin límites, pasión desenfrenada y felicidad extrema.
En ese instante inicial en el que observo a la persona obtengo esa dualidad de sentimientos. Es como ver un tráiler de ambos sentimientos. Me llegan, veo la secuencia de sus dos grandes instantes y seguidamente veo doce momentos extra. Son como una sucesión que va de lo horrible a lo placentero. Como si fueran números complementarios de la lotería principal.
Esos ya no los veo como tráilers de dos minutos si no como teasers de catorce segundos.
Y, a veces, en esos doce momentos está la clave de la persona que examino. A menudo, los extremos están tan alejados que no me sirven para comprender a la persona. Los extremos no nos definen.
Recuerdo el primer día que colaboré con la policía. Mi panadero de Santa Ana me vendió una baguette. Yo tenía el don encendido aquel día y de repente vi con todo detalle como asesinaba a su mujer y seguidamente sentí su amor por los caballos. La equitación era su pasión. Esa veneración por los animales se solapaba con la muerte dolorosa de un ser humano entre sus manos.
Fui a la policía. Aún no comprendo como aquel inspector me creyó. Justamente es el mismo al que ahora llamo jefe. Han pasado años y ambos hemos cambiado en lo físico, pero poco en lo esencial.
Recuerdo cuando le conté todo lo que había sentido sobre el panadero. El descolgó el teléfono y sin dudarlo envió una patrulla, que encontró el cadáver de la esposa apunto de ser horneado y convertido en alimento para yeguas y caballos.
Me sentí tan inútil cuando me lo contó, cuando me enseñó las imágines del cadáver troceado... No había conseguido salvar la vida e esa mujer. Ella estaba muerta, porque ese don no me daba más que imágenes consumadas.
Jamás me mostraba el futuro, ni asesinatos planeados, pero no realizados, ni sueños turbios y horrendos pero que no habían sido ejecutados.
Nunca había deseos si no realidades. En el caso de la bailarina de mi madre vi odio, pero jamás pensé que ese odio se convertiría en intento de asesinato.
Fui al sepelio de la mujer de mi panadero.
Me sentí fatal, pensé que era cómplice de ese asesinato por haber, de alguna manera, sido testigo de ese instante.
Aunque con retraso, había presenciado su muerte como un convidado de piedra. Era duro de soportar. Yo era como un video, tenía la secuencia grabada pero no había estado en el directo. Un observador macabro del diferido.
El jefe también estaba en el entierro. Me observó sin decir nada. A la salida me invitó a un café helado. Y en aquel horrible bar de cementerio fue directo al grano.
—¿Te gustaría trabajar conmigo?
—¿Con la policía? —indagué.
—Sí —respondió—. Aunque me gustaría que tan solo tuvieras contacto conmigo para evitar...
—¿Burlas? —pregunté.
El escogió bien la palabra; me gustó, es lo que habría hecho mi madre en aquella situación.
—Malentendidos —precisó.
Le dije que debía pensarlo.
Tenía el don desde hacía más de seis años y jamás había pensado que pudiera servir para nada más que para descubrir que rara es la gente, ya que observaba simultáneamente su maldad y su extrema bondad.
—¿Puedo pedirte algo? —dijo en cuanto me levanté sin haber bebido un sorbo de mi café helado.
Supe lo que iba a pedirme. Cuando hablo a la gente de mi don todos desean que lo use en ellos. Que les revele esos dos estados extremos que conviven dentro de ellos y sus doce sentimientos colindantes.
—¿quiere conocer sus extremos? —pregunté sin rodeos, facilitándole el mal trago.
El afirmó acabando su café helado con pasión. Instalé el don en mi y le miré.
—Mató a un detenido, no fue algo premeditado ni hecho a propósito —dije al ver aquella secuencia nítida en mi mente—. Usted no fue el causante de aquella desgracia, si no un policía con barba que rondaba los cincuenta años pero usted se siente culpable por ese asesinato. Nunca lo ha olvidado.
Su cara palideció, supongo que no debía de ser agradable encontrarse con un desconocido en un bar de cementerio y que desvele tu gran secreto.
—Tiene una amante —continué—. Una chica portuguesa. Ella es su gran alegría, el otro extremo. Los viernes por la tarde se ven en la casa que ella tiene cerca de un río. Usted se siente muy joven cuando está con ella. Esas horas que pasan juntos son su felicidad extrema.
No dijo nada. Además me di cuenta de que era viernes y que seguramente la ropa elegante y el olor a colonia no eran una muestra de respeto hacia la mujer del panadero si no hacia la chica portuguesa que rondaba los cuarenta.
El no dijo nada y yo me marché del bar.
Ya en la calle dudé si aceptar su oferta. Mientras veía aquel centenar de tumbas decidí que aquello no era para mí.
Tardé dos años más en aceptar su oferta. Aunque durante aquel tiempo nos hicimos amigos. Conocí a la chica portuguesa y visité la tumba de aquel hombre que asesinó a aquel detenido. Aquel policía con barba era su padre. El nunca tubo coraje de denunciar lo que hizo pero hablarme de ello hacía que se sintiera mejor.
¿Por qué acepté trabajar con él? Pues creo que fue para dar sentido a mi don. Lo necesitaba. Todos deseamos que nuestros actos tengan un sentido.
Delante de aquella puerta, a punto de girar el pomo y conocer al extraño más famoso del mundo, sentía que el don cobraba su verdadero sentido.
Si el extraño era quien decía la televisión, la imagen que obtendría de él sabría para saber cual era su historia, su origen y hasta sus intenciones en este planeta.
La bondad y la maldad son como los puntos cardinales de uno mismo. Como en ese juego en el que hay que unir catorce puntos para obtener una imagen.
Los catorce puntos estaban en mi mano.
Cogí aire, puse el don al máximo y abrí la puerta.
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TODO LO QUE PODRÍAMOS HABER SIDO TÚ Y YO SI NO FUÉRAMOS TÚ Y YO
Random¿Y si con solo mirarte pudiera desvelar tus secretos? ¿Y si con solo mirarte pudiera sentir con tu corazón? ¿Y si en solo un instante fuera posible saber quiénes somos el uno para el otro? Marcos acaba de perder a su madre, una reconocida bailarina...