Prólogo: Parte IV

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Como de costumbre se levantó antes del alba, aprovechando para refrescarse con la brisa matutina. El barco se movía rápidamente por el extenso mar azulado, con el sol de  frente a la proa, como un amante corriendo a sus brazos. Con una honda respiración luxte empezaba su día. Así pasó un día, luego una semana, luego un mes, hasta que finalmente, el tercer día del segundo mes las oscuras costas acantiladas del continente se podían divisar. Un pequeño fuerte estaba establecido aprovechando la defensa del acantilado. Ése sería el punto de partida. Después de una breve explicación sobre la situación en la isla, cada uno fue llevado a elegir un arma del pabellón. 

Los oscuros pasillos daban una sensación de antigüedad, como si esas armas hubieran sido portadas por los guerreros de antaño. Mazas, espadas, sables y hachas colgaban de las paredes reflejando la tenue luz de las antorchas. Luxte siguió observando hasta llegar al fondo del pabellón. En una esquina llena de polvo, una larga lanza negra, que no se sabia si era su color o suciedad, yacía en un altar de piedra antiguo y roto. Extendió una mano y al levantarla descubrió que era pesada. Una sensación de calidez recorrió su brazo. El grupo de jóvenes debía registrar el arma que usarían.

-Esa lanza... Nadie sabe de dónde vino porque es muy antigua, pero es muy incómoda. Te recomiendo elegir de las lanzas creadas por los armeros de nuestro reino.-El instructor dijo con una mueca de desdén.

-Esta está bien, me gusta.

-Chico, después no vengas a llorar.-El instructor no tenía tiempo para perder.

Espadas, mazas, hachas, arcos y garrotes, cada uno elegía de acuerdo con sus preferencias. Al caer la tarde los nervios y el temor iban creciendo, porque sabían que esa noche no la pasarían en la seguridad del fuerte... No hasta que pasaran los tres años.

-Vayan en grupo, así podrán afrontar los peligros juntos. Y recuerden, cuanto más se internen en el bosque, más peligrosas serán las criaturas. No pasen las cien millas porque las criaturas son muy peligrosas. A las mil millas pocos vuelven, incluidos nosotros. De las diez mil, nadie ha vuelto nunca. Si llegan a las mil millas, vuelvan o morirán. Esto es todo, ahora vayan.-Luego de decir esto, el instructor se dio la vuelta y se fue.

El grupo se marchó lleno de expectativas. Un joven con una larga lanza negra se separaba del grupo. Apenas había dado unos pasos cuando un joven de pelo rubio se le interpuso en el camino.

-Dijeron que fueramos todos juntos. ¿A dónde vas?

Sin decir nada, luxte lo empujó a un lado y se internó en las profundidades del bosque.

El rostro del joven rubio estaba rojo de ira y un aura helada salía de sus ojos. Él siempre había sido el hijo favorecido de los cielos y nadie osaba contradecirlo, pero ahora, una simple hormiga a sus ojos, se atrevía a no hacer caso a sus demandas. Si lo encontraba de nuevo, personalmente se encargaría de matarlo.

-Vamos, no nos importa una hormiga sin talento.-El joven se había impuesto como líder.

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Con la pesada lanza en su espalda, se movía con agilidad por el extenso bosque. Habían pasado dos años desde que se separó del grupo. Desde entonces había avanzado para probarse a si mismo.

 Cada vez se acercaba más a las diez mil millas. Las bestias en este punto eran mucho más feroces que en las otras zonas. Se había topado con cinco en ese día, y habían costado bastante. Pero era de día, y la mayoría de las bestias atacaban de noche.

 Luego de entrar en la zona de no retorno, no avanzó mucho más. Lentamente escudriñó el bosque en pos de un buen lugar para pasar la noche. Su rutina era dormir de día, porque de noche era imposible. Había una leve diferencia entre el día y la noche en este oscuro bosque, pero parecía que este cambio incitaba a las bestias a buscar comida. Las bestias luchaban entre ellas a menos que hubiera algo diferente que las tentara. Y estos eran los humanos y animales que vivían en el bosque.

Ya por caer la noche, el joven encontró un buen lugar para esa noche. Una zona casi despejada de árboles, que permitiría un manejo más fácil de la lanza.

A lo lejos empezaban a escucharse escalofriantes aullidos y gritos. Habían despertado. Luxte sacó lentamente la lanza con los ojos cerrados para percibir el entorno. Uno, dos, diez, quince bestias venían directamente hacia él. Eran como lobos de dos metros y medio de alto, con dientes como cuchillas. Quince pares de ojos fríos se clavaron el la figura oscura. Lo rodearon. Se podía oír más lejos el sonido de otras bestias. Éstas eran más corpulentas, la cabeza como una serpiente y el cuerpo de un oso. Tres metros de alto, contando las patas peludas, parecidas a las de una araña, pero con garras.

Uno de los lobos-bestia saltó. Sus fauces abiertas no lograron atrapar al joven que rodó por el piso con un movimiento ágil. Antes de poder volver a atacar, una lanza negra le atravesaba el cuello. con un aullido de dolor, la bestia se retorcía en el piso antes de morir.

La sed de sangre emanó de los ojos de los compañeros de manada de la bestia. Habían subestimado al enemigo, pero esto no pasaría una segunda vez.

Continuos ataques sincronizados hacían bailar al joven que no tenía tiempo de contraatacar. Pero esto no era problema, en algún momento encontraría un agujero. Y ahora era el momento. Un intento de ataque desviado creó una abertura en la formación de las bestias. Sin un segundo de retraso, una lanza atravesaba el estómago de la bestia desde el costado.

Ahora eran uno menos. Otro más cayó bajo la lanza. Con un barrido circular logró herir a cuatro, aprovechando para darles el golpe final. Viendo a sus compañeros muertos, se volvieron más y más feroces. Ahora sus ataques fallaban más. La punta de la lanza se volvía cada vez más roja. El líder, viendo que estaban en desventaja y su destino sería la muerte, anunció la retirada. Esta vez su enemigo era muy fuerte. Aprovechando la situación logró matar a tres más. Cerrando rápidamente la distancia alcanzó a un cuatro. Éste quiso presentar batalla, pero era demasiado tarde. Antes de poder volver a alcanzar a los lobos bestiales, se encontró con que lo habían llevado al territorio de las bestias con cabeza de serpiente.

Estaban en medio de una batalla. Aunque no podía ver contra quién estaban luchando, una bestia lo enfrentó. Por su tamaño parecía ser el líder.

Pese a su tamaño, su cabeza se movía rápidamente. Una lucha de atacar y esquivar empezó. Varias veces había golpeado la cabeza y el cuello de la bestia pero parecía que las escamas eran indestructibles. La lucha continuaba y el joven empezaba a mostrar signos de cansancio. Una garra había logrado cortarlo y le había quedado la cortadura que le atravesaba todo el torso. La desventaja de la lanza era su velocidad, por eso había que tratar de parar dos ataques con la misma lanza.

 Las otras bestias estaban muertas, y un flechazo fue a clavarse directamente en el ojo de la bestia. Con un grito de dolor, la bestia levantó la cabeza. Aprovechando esta oportunidad, el joven se metió entre las patas delanteras y perforó su corazón.

Sacando la lanza y dándose la vuelta la vio, llevaba un arco dorado. Rápidamente lanzó la lanza, que pasó silbando por el costado de su puntiaguda oreja.

Ella, sin perder un segundo, sacó una flecha del carcaj y disparó. La flecha penetró el pecho del chico. Detrás de la mujer se escuchó un gemido de muerte. Ésta, sin perder un segundo, se dio la vuelta. Una horrible bestia yacía atravesada por una lanza.

Sus ojos se estrecharon al ver a esta bestia. Era la más peligrosa del bosque. Su velocidad asombrosa y su método de ataque la hacían casi infalible. Este monstruo esperaba hasta que la presa hubiera terminado de luchar, en el momento en que uno bajaría las defensas, para atacar a toda velocidad por detrás. Era extremadamente cruel, ya que mataba a sus presas lentamente, comiendo poco a poco sus órganos internos.

Lentamente se levantó. La flecha anteriormente clavada en su pecho cayó a los pies de la mujer. Ella todavía miraba asustada a la bestia muerta. Después de despertar de su estupor, miró a su derecha para encontrar que aquel joven se había ido. Con una respiración profunda calmó los acelerados latidos de su corazón. Con una respiración profunda captó aquel olor. Inconfundible olor a humano y, sigilosamente, echó a andar.



Cambiante [PAUSADA][EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora