Quiebre

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Habían pasado un par de días, Milo ya no tenia fiebre ni echa un lio su cabeza ahora lo tenia claro. Estos días alejado de él le habían servido para darse cuenta de cuanto lo necesitaba a su lado.

Esa era la causa de porque salía recientemente de la casa de Leo; había decidido terminar su relación con Aioria, no era justo para ninguno que permaneciera al lado de alguien a quien no amaba. Se querían... Se querían mucho pero no se amaban por algo no se lo habían dicho en ese tiempo.

Aioria no se lo había tomado mal, todo lo contrario le había dicho que estaba feliz de que sus sentimientos estuvieran claros y que no se preocupe que seguro estos eran correspondidos por el caballero de acuario. También le agradeció por los lindos momentos juntos y quedaron como buenos amigos como habían sido siempre.

Ahora, subía a paso firme hasta acuario, pero al llegar parte de su decisión se había desvanecido.

¿Y si no le correspondía? ¿Y si lo odiaba? ¿Si no quería volver a verlo?
Estas y más preguntas rondaron su mente este último tiempo y había llegado a una conclusión: No importaba él se confesaría y no se alejaría de Camus sin importar cual sea su respuesta al menos seria su amigo aunque eso le doliera.

Sus pasos lo llevaron hasta el interior de la sala, Camus estaba sentado en la punta del sillón con los ojos cerrados.
La luz del atardecer entraba por la ventana a un lado de él y pegaba contra su nívea piel haciendo que casi brille.
Las mejillas de Milo adquirieron un leve tono carmín ante aquella visión tan angelical y un suspiro abandonó sus labios.

-¿Milo?- cuestionó con voz suave fijando su vista en el recién llegado.

-Ho... Hola-apenas si pudo salir de su ensoñación.

- ¿Qué haces aquí?

-Es que hace días no te veo y se me hizo raro.

-Fui varias veces a tu templo pero siempre estabas ocupado.

-Yo... Estuve algo mal estos días.

- ¿Te sientes mal?- se apresuro a preguntar.

-No ya no por eso vine a verte...te...tenia que hablar contigo.

-Entonces entra de una vez y siéntate- le indico el lugar junto a él.

Milo se sintió algo tonto al notar que no había salido del umbral de la habitación.
Camus reprimió una sonrisilla al ver la forma casi robótica con la que se desplazaba su amigo

- ¿Seguro ya estas bien?- cuestionó una vez que el escorpión se sentó.

-Si claro.

- ¿Qué te había pasado?

-Solo algo de fiebre, nada grave.

-Bien, entonces te escucho.

-Veras Camus yo... Yo...

Silencio, las palabras no le salían. La garganta se le había cerrado y no podía decir mas nada.
Se atrevió a levantar la vista y ahí estaban esos zafiros expectantes por lo que iba a decir pero no podía por lo que decidió que lo mejor no era decirlo si no hacerlo.
Apretó los puños contra el sofá y en un impulso se lanzó hacia el acuariano, lo tomo de las mejillas y lo beso con fuerza.

Camus estaba sorprendido, nuevamente lo había abordado sin darse cuenta pero esta vez el contacto duro lo suficiente para que su cuerpo reaccionara y le correspondiera con la misma intensidad.

-No puede usarte y no debes dejar que lo haga...

Las palabras de Shura atravesaron su mente como un rayo y en un rápido movimiento se levanto empujando a su compañero, haciendo que este cayera sentado mirándolo asombrado.

- ¡¿Qué crees que haces?!-alzo la voz como rara vez lo hacia.

-Camus yo...

-¡No soy tu juguete Milo!- lo interrumpió- no puedes venir y besarme cuando quieras porque si-estaba colérico.

-Camus escúchame.

-¡NO! Esto esta mal. Tienes pareja no puedes estarme besando y acostándote conmigo y luego pasar días encerrado con tu pareja- lo había dicho saco aquello que guardaba dentro de él sin impórtale las consecuencias.

Milo estaba sorprendido no por sus palabras si no por la forma, nunca había visto a Camus así daba miedo y eso le impedía pronunciar palabra alguna.

-... Vete -dijo en un susurro reprimiendo las lágrimas.

-Camus déjame explicarte- salió como pudo de su trance, tenia que hacer algo y rápido

-¿No me oíste? ¡Dije que te fueras!-se volteo para no verlo, su voluntad estaba a punto de romperse.

Milo lo conocía, nada de lo que dijera serviría en este momento la furia de Camus era tan grande que no escucharía nada de lo que el dijera. Se había equivocado no veía donde pero no era el momento de hablarlo. Se levantó como pudo y camino a paso lento hasta la puerta

-...volveré después.-fue lo único que pudo decir.

A paso lento, Milo bajo las escaleras intentando no caerse debido a la marcha tan errante que llevaba. Rogaba llegar a su templo rápido para poder entender que había pasado, de todas las reacciones que había imaginado ninguna se acercaba a eso y ahora no sabia que hacer.

Mientras tanto, Camus se dejó caer en el sillón. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas ya no le importaba siquiera tratar de reprimirlas solo quería que ese dolor desapareciera para siempre.

Clases Privadas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora