Te has instalado en su mansión junto a tu madre. Las dos estáis que radiáis de felicidad. El primer día lo habéis pasado en un salón de belleza y después os habéis ido a cenar en un prestigioso restaurante. Tu progenitora no cesa de alabarte por tu astucia al engatusar y conseguir comprometerte con el multimillonario y uno de los hombres más adinerados del mundo.
Ya habéis establecido la fecha para la boda; será dentro de un mes.
Te felicita y saca a relucir que debías haberle hecho caso mucho antes y que ella siempre tiene razón. Cada día te lo repite. Tú solamente asientes con la cabeza y observas su expresión de satisfacción. Te dices a ti misma que has hecho lo correcto, que es lo mejor para ti... y para tu madre también.
Continúa mintiéndote a ti misma, algún día —tal vez— conseguirás creértelo.
Días más tarde lees un libro sentada en el sofá en el salón. Tus delgadas y esbeltas piernas se encuentran cruzadas una sobre la otra. De vez en cuando observas a las criadas yendo de un lado a otro. Sonríes al pensar que muy pronto te llamarán dueña. Vuelves a tu lectura, cuando percibes la presencia de alguien.
Con tan sólo echando una mirada de soslayo sabes que a tu madre algo la ha molestado. Su ceño fruncido y sus labios apretados entre sí lo dicen todo.
Le preguntas qué le ocurre.
Ella observa con desagrado el libro que tienes entre las manos. Te ruborizas e intentas ocultar la tapa dura con el título, pero ya lo ha visto.
Te pregunta —con una mueca casi de repulsión— qué es eso. Utilizas todo tu acopio para no balbucear al contestarle que es un libro. Ella vuelca los ojos y te dice que los libros no sirven para nada, sobre todo los románticos, que sólo crean falsas ilusiones y esperanzas.
Asientes con la cabeza lentamente, aprietas fuertemente tus pequeños y pálidos puños y clavas tus largas uñas —pintadas con esmalte negro— en tu delicada palma.
Te fulmina y agarra el libro de entre tus manos con la intención de tirarlo. Entras en pánico y le gritas que te lo devuelva. Cuando te das cuenta de lo que has hecho ya es muy tarde.
Sientes un repentino escozor en la mejilla derecha. La fuerza del impacto casi te tira al suelo. No puedes creer que con tu edad tu propia madre te haya golpeado.
Escuchas cómo te riñe, te dice que por tu estupidez lo estropearás todo.
Se va enfurecida.
Te quedas unos segundos observando el suelo de mármol atónita. Te aseguras que ningún entrometido haya visto lo ocurrido y te vas casi corriendo a la habitación que compartes con él. Sin saber que yo he presenciado todo.
No se halla en casa, se encuentra en un viaje de negocios junto a su hijo. Su hija y yerno no viven ahí—para tu alivio—, pero sí tu suegra. Esa mujer te detesta, acecha cualquier paso tuyo en falso. Pero eres más lista que ella, siempre consigues dejarla mal frente a su hijo.
Escuchas toques en la puerta.
Te asustas.
Abres la puerta y me observas cabreada.
Tus ojos se han vuelto levemente rojizos.
Sonrío y te extiendo una bandeja con hielo envuelto en un trapo. Al lado se encuentra el libro. Veo como agrandas los ojos, lo coges y observas la tapa dura estupefacta. Sonrío y me voy sin darte cuenta.
Cierras la puerta con pestillo y te diriges hacia el tocador. Te sientas en la silla y abres el libro. Te quedas viendo una página casi en blanco. Solo un puñado de palabras ensucian el blanco impoluto: una dedicatoria escrita a mano.
«Para lo más bello de mi vida. Te amo, nunca lo olvides».
Sientes una lágrima deslizarse por tu mejilla.
Salpica en la página.
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Se ve en su rostro©
Teen FictionEres tan femenina, refinada, delicada... ¿Dónde quedó aquella chica que le encantaba jugar con el barro? ¿Dónde quedó aquella chica que se burlaba de las mujeres que se maquillan incluso para ir a tirar la basura? ¿Dónde te perdiste, cariño? Palabr...