IV

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Tocas en la puerta de la habitación de tu madre. Esperas a que abra, pero no lo hace. Vuelves a tocar, sin embargo, un silencio es lo que obtienes a cambio. Te muerdes la lengua para no soltar un gruñido; tu madre te contó que es de bárbaros aquello.

Te armas de valor y giras el pomo. Te esperas encontrar a tu madre chateando en el móvil, pero para tu consternación la habitación está vacía. Observas la cama hecha y sin ninguna arruga a la vista. Frunces el ceño y sales fuera cerrando la puerta lentamente.

Una criada pasa airosa frente a ti. La detienes y preguntas si ha visto a tu madre. La joven hace memoria y te dice que la vio hace rato salir con el chófer. Asientes con la cabeza y la dejas ir.

Te muerdes el labio inferior y te diriges a la cocina. No dejas de preguntarte dónde podría haberse ido.

Te topas con tu hijastro bebiendo una taza de café frente a la mesa. Lo ignoras y vas directa hacia el frigorífico. Agarras una jarra con zumo de limón, te sirves en un vaso y la vuelves a dejar de donde la cogiste.

Sientes una presencia incómoda detrás tuya. Te giras y le fulminas con la mirada. Le preguntas qué quiere. Él sonríe y te pregunta a su vez si dormiste bien anoche, añade en tono despectivo que se escuchó hasta su cuarto.

Dejas el vaso sobre la encimera y te vas furiosa a tu habitación. Te encierras en ella y te sientes frente al tocador. Observas tu reflejo en el espejo. Tu cabello alisado y brillante en realidad es rizado. Tus pequeños ojos zafiro los cubren las lentillas. Usabas gafas enormes de pasta antes de conocerle. Tu tez blanca es demasiado perfecta —parece de porcelana—, el maquillaje cubre las pecas que lo adorna por todos lados. Tus labios pintados con carmín... Odias ese color.

Esa no eres tú, bella, entiéndelo.

La puerta se abre de repente.

Te sobresaltas y observas incrédula a tu madre.

Le dices que hay que tocar antes de entrar, mas te ignora y pregunta por qué la buscaste. Bajas la mirada, observas tus blancas manos con tus largas uñas pintadas con esmalte negro. Te lo vuelve a preguntar exasperada. Sientes vergüenza, pero le cuentas lo ocurrido con él anoche.

Esperas que te diga que tienes razón, que estuvo mal lo que te hizo. Pero te llevas una gran sorpresa y decepción cuando te cuestiona si eso es todo. La observas confundida. Añade que eres una estúpida, que comparado con lo que le hacía tu padre es una tontería y que deberías madurar. Sientes un nudo en la garganta, aprietas tus puños sobre la falda de tu vestido ajustado. Bajas la mirada con la cabeza y dices que tiene razón, que sólo fue una tontería tuya.

Que fácil de manipulable eres, bella.

Tu progenitora vuelca los ojos y se va airosa, moviendo exageradamente sus caderas.

Te cuestionas si ella tendría razón.

¿Es que no te das cuenta? ¡Se está aprovechando de tu vulnerabilidad!

Dos toques seguidos vuelven a hacerte levantar la vista. Es él. No sabes qué hacer ni decir. Estás furiosa con él, pero... ¿Y si tu madre tiene razón? Te pide disculpas, notas que le tiemblan las manos. Se excusa recalcando que estaba ebrio, que no sabía lo que hacía. Promete que nunca volverá a ocurrir. Asientes con la cabeza, cuando añade que es tu culpa, que si no fueras tan difícil no habría ocurrido aquello.

Te quedas en shock.

Él nunca te habría dicho aquello, él habría respetado tus deseos, él jamás te habría obligado a hacer algo que no quieres.

Él es a quien deseas para ti, deja de engañarte a ti misma.

Se ve en su rostro©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora