Especial del Día de las Madres

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Okay, Paris, respira, respira, solo son contracciones, solo eso. ¡Las has tenido toda la maldita semana! ¡No puedes doblegarte a esto! Solo respira... eso es, control, control, con... ¡Sacre Dieu, esto duele como el infierno! ¡¿Dónde diablos está el pelinegro que se hace llamar mi esposo?! 

Le hecho una mirada al porta retratos que está en la mesita de centro donde hay una foto mía y de Alaric de cuando tenía aproximadamente algunos diecisiete años; en esta estoy sonriendo muy animada, abrazada a él mientras el chico sonríe con los labios cerrados a la cámara. No eramos novios aún, en aquel entonces solo eramos dos adolescentes que se había tomado una foto juntos como compañeros de clase y amigos; aquella chica nunca sospechó que compartiría su vida con ese chico de ojos azules, ni de que él era su anónimo, ni de que... ¡Le causaría este dolor! ¿¡Por qué me puse a recordar ahora, si lo que busco es el teléfono!?

Tomo el aparato que se encuentra al lado del porta retrato (con nuestra primera foto juntos) y marco unos números que me sé de memoria. En el primer tono siento que algo liquido baja por mi entrepierna. ¡oh, mon Dieu! ¡Rompí...! 

Detengo mis pensamientos bipolares en cuanto escucho la voz de mi esposo.

—¿Amor? ¿Qué pasa? —escucho al otro lado de la linea pero lo único que puedo hacer es respirar. ¿De verdad está llegando al mundo esta criatura? ¡Sí que está apurado! ¡No tiene los 9 meses aún! — ¿Paris? Me estás asustando. Voy para allá.

—¡No! —grito, aparentemente fuerte pues hice que Bucky despertara de su siesta, y ese perro duerme como un tronco.

—Bien, no voy —habla con voz suave el muy idiota. ¿No sabe que estoy a punto de traer una vida al mundo? ¡Oh, cierto, no le he dicho aún! 

—Mejor ve al hospital. Tu hijo va a nacer —suelto sin más y cuelgo sin escuchar su respuesta. 

Procedo a marcar los tres números que todo sabe, pues son aquellos que se utilizan en ciertas situaciones. En un segundo escucho la voz de una mujer con tono monótono pero agradable a la vez, pregunta por mi situación, le contesto y a pesar de que pensé que lo haría, no me abandona, se queda conmigo, hablando de sus hijos, distrayéndome antes de que escuche las sirenas en mi puerta. 

(...)

¡¿Por qué diablos me dejan sola?! ¿¡Por qué se van siquiera?! ¡Estoy apunto de tener un bebé! ¡Y prematuro!

Veo múltiples personas con batas, guantes y mascaras yendo de aquí a allá, y yo no puedo estar más preocupada. ¿Y si lo estoy abortando? ¡Mon Dieu, ¿por qué traer o dejar una vida duele tanto?! 

Siento que una mano aprieta la mía y volteo hacia ella, subo la mirada y encuentro unos ojos azules sudorosos con algunos mechones negros encima de estos. ¡Le dije que debía cortárselo! ¿Pero me escuchó? ¡Noooo! 

—No vuelvas a colgarme el teléfono después de decirme que mi hijo va a nacer —sentencia antes de poner sus labios sobre mi frente. Aunque odio que me bese sudada, él lo está también, por lo que lo dejo pasar—. Todo va estar bien, cariño. Solo respira, respira...

Una mujer se acerca hasta mí y levanta un poco la bata que me han puesto, luego hace señas y llama a algunas personas.

—Señor, debería reti...

—Él es el padre —suelto rápido, entre entrecortadas respiraciones.

«Milán, bebé, te quiero en mi vida, pero... ¡no pudiste venir sin dolor!»

—Lo sé, pero de todas formas debe ir a ponerse la máscara, los guantes y todo lo demás; el parto es un proceso deli...

—Sí, entendido —farfullo de mala gana.

París Donde viven las historias. Descúbrelo ahora