01: El hechicero fariseo.

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Mis padres murieron cuando tenía diez años, en la primera guerra contra Japón.

Vivíamos cerca del puerto Jindo Byuk Pa. Mi padre era un beta pesquero y mi madre era una beta albañil. Por ende, yo era un don nadie, un esclavo, hijo de dos betas.

Me encargaba de ayudar a mi padre con la pesca, cargando grandes libras de peces para vender en el mercado, teníamos una vida plena y pese a todo éramos felices. Corea sólo gozaba de paz.

En la misma noche de mi cumpleaños, cuando madre me regaló mi primera espada, padre llegó a casa agitado y herido, de su estómago emanada espesa sangre, de su boca suspiros débiles y sus ojos me miraban perdido.

Nos pusimos de pie para ir a ayudarlo, pero él nos gritó con su último aliento, lo más alto que jamás haya podido—: ¡No se acerquen! ¡Sólo... corran! ¡Váyanse de aquí!

Antes de siquiera poder replicar, vi claramente como lo decapitaban frente a mis ojos. La cabeza de mi padre rodó hasta mis pies dejando un gran charco de sangre en el suelo.

Madre gritó con desespero mientras se sostenía la cabeza y la sacudía en negación, llorando a borbotones.

Siempre creí ser fuerte, pero en aquel momento me temblaron los huesos y la espada que sostenía en mi mano tiritaba. La rabia y la tristeza se mezclaron en mi ser, ambos sentimientos me atacaron al mismo tiempo provocando que actúe sin pensar.

Tomé con firmeza el mango de la espada con ambas manos y corrí en dirección al asesino de mi padre, lo que me pareció extraño fue que éste no opuso resistencia, mucho menos tomó una posición de ataque o defensa, su arma se mantenía apuntando al suelo y en ningún momento con intenciones de ser alzada.

No me percaté cuándo fue que clavé con furia las filosas hojas en el corazón de aquel hombre, quien me miró directamente a los ojos por varios segundos, segundos los cuales parecieron transcurrir de manera lenta.

Él pronunció con claridad mientras moría—: Kim... Jungkook... usted... sigue... con vida...

No pude entender su confusión al llamarme 'Kim' en vez de 'Jeon', pero lo pasé por alto en el instante que cayó al piso en agonía, con los ojos fijos en mi mientras volvía a murmurar—: Kim... Jung...ko...

Un guerrero japonés que sabía coreano era sospechoso, ¿acaso eran educados en Japón? ¿Aprendían diferentes leguas? En realidad eso sólo se permitía a la realeza o altos rangos, no a simples alfas guerreros.

Lo observé tendido en el piso, ya muerto al igual que mi padre...

Me sentía impotente, me sentía lleno de ira y a la vez vacío. Lo maté y no pude preguntarle muchas cosas que después me atacaron la mente.

Por un momento creí que era un mal sueño. Una pesadilla. Ver la cabeza de padre separada de su cuerpo...

                                           
                                  
                            
                       

     
Madre me tomó de la mano y me arrastró con ella hacia la puerta de atrás. Tres alfas nos perseguían convertidos en su forma animal. Dos imponentes lobos feroces y un león.

Si me capturaban me suicidaría antes de afrontar el destino que me esperaba en Japón.

Corrimos hacia el bosque, ignorando el fuego que consumía al pueblo, los alaridos de la gente, las espadas chocar entre sí, rebanando carne tras carne.

El puerto estaba siendo invadido. Y huimos como cobardes. Huimos porque teníamos miedo.

Cuando topamos con el río, trepé al bote en seguida. Miré a mi madre que todavía se mantenía en tierra, sosteniendo la puntilla del bote dispuesta a empujarme hacia las aguas, sin ella a bordo.

Last omega Ω VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora