02: Cayendo en la insidia.

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Maldito el hombre que confía en el hombre. Jeremías 17:5.


















Dentro de la caleta todo era penumbroso, apenas la poca luz que brindaba la puesta del sol podía ayudarme a visualizar a Chimchin de rodillas en una esquina oscura, retirándose la capa y colocándola en el suelo para recostarse encima de ella. Me alivié al verlo salvo, sosegado en lo que hacía.

Ingresé, acercándome a él con cautela.

—¿Vas a dormir? —le cuestioné.

—Así es —se abrazó a su escoba. El pollito se acurrucaba entre su cuello, piando porque no hayaba una posición cómoda—. Tú también deberías ir a dormir —me sugirió, ya con los ojos cerrados.

—Bien —asentí, sintiendo un tirón hacia arriba en mis labios, tal vez iba a sonreír pero algo dentro de mi quería evitar mostrar un gesto como ese.

Me acosté a su lado boca arriba, colocando ambos brazos detrás de mi cabeza como almohadas. Observé el techo, cual estaba lleno de telarañas y moho. Sin duda nos habíamos metido en un pueblo abandonado, suponía que no atacado por alguna tropa japonesa, pues las caletas estaban intactas, algo descuidadas, pero intactas, y no habían rastros de sangre u olores nauseabundos como la carne descompuesta.

Decidí cerrar los ojos para poder agudizar el olfato, me dediqué a buscar algún otro aroma que no fuese el de Chimchim y el pollito, pero... no lo hayaba.

Estaba confundido, juraba haber visto a alguien entrar hace unos momentos. Podría haber sido que aluciné. Muchas veces la guerra llegaba a afectar psicológicamente a las personas, lo sabía, lo había visto, y al parecer a mi también me estaba afectando. Debía relajarme, descansar al menos una noche, sin preocuparme de los verriondos alfas.

Sin embargo, antes de finalmente dedicarme a conciliar el sueño, un pequeño sonido, una ligera pisada, despertó mis anteriores dudas.

Lo sabía, algo no andaba del todo bien, juraba haberlo visto, no fue una alucinación, aquella persona entró a la caleta en la que estábamos, ¿pero por qué no podía percibir su olor? ¿Lo estaba ocultando? Entonces, si ese era el caso, definitivamente no podía darme el lujo de quedarme albanado, si no me mantenía alerta podía atacarnos en cualquier momento. Él estaba aquí, merodeando alrededor de nuestros cuerpos, podía escuchar sus pasos y percibir su presencia.

¿Debía afrontarlo? ¿O debía simplemente matarlo?

¿Qué debía hacer que no pusiera en peligro la vida de Chimchim?

Con lentitud abrí los ojos, y lo primero que vislumbré fueron unos espantosos irises afilados de color ámbar.

¡Era un hombre y estaba encima mío!

Inmediatamente lo empujé por el pecho para quitármelo de encima, él no opuso resistencia, dejó que mis manos se posaran y lo empujaran lejos.

De un respingo me levanté del suelo y tomé a Chimchim de la muñeca para ponerlo de pie detrás de mi cuerpo. Nos acorralé en la pared, así aquel sujeto de cabello grasoso y barba espesa no podría atacarnos por la espalda o intentar algún truco.

Desenvainé mi espada, colocándola en alto y en amenaza—. ¿¡Qué es lo que buscas!? —vociferé. Pensaba en matarlo si se atrevía a dar un paso.

—Ey, tranquilo —el hombre sonrió, con las manos alzadas a la altura de sus orejas—. Sólo buscábamos refugio y algo de comida.

—¿Buscábamos? —cuestioné ceñudo.

—Ya escuchaste —un brazo me rodeó por el cuello por la parte posterior, ejerciendo presión contra mi manzana de Adán. Fue tan repentino que apenas supe cuando me tenía aprisionado—, pequeño omega tonto —susurró en mi oreja, colocando algo filoso y puntiagudo debajo de mi mentón, una daga o a lo mejor una espada de aguja.

Last omega Ω VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora